EL CABALLO DE LAS  SIETE LUNAS

Si en tu región astral se ha detenido el tiempo
como un motociclista junto a los cerros
a contemplar el galope lunar sobre las jarillas;
si en tu meditación has resumido
la historia universal del hombre,
dejame, entonces, que salude la llegada de la luz,
principio del ser manifestado en los almendros
y en el panal de miel de la flor del ciruelo.
Si has golpeado con el martillo de tu mente
el mar profundo de la eternidad y ya no quieres
volver a la estrecha caparazón del cuerpo,
dejame contemplar el ancho vestido de la Madre,
su falda de viñedos y el árbol de cenizas
que crece donde las montañas bajan los hombros.
Si preferís el fútbol, divertite, corré
el domingo  a la tarde a gritar y volvé
apretujado en camiones, enardecido de naranjas y sol.
Si amás la serena celda del silencio,
rezá por nosotros, los que sembramos,
los campesinos del verbo regado con la sangre,
fertilizado en el amor que no tiene fronteras.
Dondequiera que estés, donde la ley centrífuga te lleve,
recordá que del hombre al mono hay una distancia
semejante a una cuadra de oscuros conventillos,
y que a partir  de hoy, hasta volver al círculo de fuego,
hay una escalera de millones de historias.
Si tenés vocación, dejá de imaginar
y volvé con nosotros a investigar las leyes del Zodíaco.
Si amás la verdad, buscá el signo del átomo,
su símbolo secreto, el paisaje que esconde
la actividad de su energía y porqué la leucemia,
vestida de enfermera, secuestra a tantos niños.
Si por sólo un instante has roto el círculo moral
del odio que separa a los pueblos
y venís renunciando la riqueza y el tedio,
repartiendo la tierra entre la gente pobre;
si sólo te ha quedado la bicicleta de trabajo
y el rostro de tu esposa, rosa de castidad,
tendrás, te lo aseguro, un amor venturoso.
Nadie entrará a tu casa sin besar a tus hijos,
ni comerá del fruto de la higuera sin bendecir la mesa.
Iluminado y simple, verás el rostro del Deseado
en el vaso de agua de tu cena, en el milagro
de los niños que predican amor desde sus cunas.
Verás cómo te arrastra el vértigo feliz de no ser nadie,
de soltar la hojarasca amarilla en el invierno del olvido,
para resucitar, como un brote de ajo,
en la huerta de los chacareros mundiales.
Ascenderás como la escarcha en el fuego del sol.
Te astillará la luz en las alas del  brazo
saludando a los pájaros que vendrán en tu búsqueda.

JUAN COLETTI

Mendoza, 1957.