EL ROBOT CHACARERO


Serían las cuatro de la tarde, acababa de levantarme de dormir la siesta cuando vi, a través de la ventana, que llegaba el patrón en su camioneta. Me vestí rápidamente y salí a su encuentro.
-Buenas tardes, don Agustín –le dije, amablemente.
-Hola, Ricardo. Ayudame a bajar este bulto.
Entre ambos y con mucho esfuerzo bajamos un cajón de madera que depositamos en la galería de la casa.
Guadalupe y los niños se arremolinaron, curiosos, a nuestro alrededor, sin decir palabra.
Don Agustín fue hasta la camioneta, trajo la caja de herramientas y mientras empezaba a cortar los precintos, dijo sentenciosamente:
-Esto es una cosa que me ha costado mucho dinero. Así que tendrán que cuidarla como si fuera de la familia.
-¿Qué es? –pregunté.
-Tené paciencia, ya lo vas a ver.
Continuamos desarmando el cajón hasta que al fin encontramos, cuidadosamente protegida, una cosa grande, doblada como un acordeón, que parecía un muñeco de metal, o algo parecido.
-Fijate bien, Ricardo. Agarramos este aparato por aquí, lo ponemos de pie y le metemos este casete que tiene en medio de la frente. Ahora vean lo que va a suceder.
Hubo una breve pausa durante la cual todos permanecimos en silencio, quietos, sin pestañear, procurando no perder un detalle del curioso acontecimiento.
-A sus órdenes, amo –dijo el aparato, adelantando su mano derecha al tiempo que se encendían unas lucecitas en el lugar en donde van los ojos.
-Así me gusta –dijo don Agustín, abrazándolo-. Desde hoy serás un miembro más de esta familia. Aprenderás todas las tareas que Ricardo te va a enseñar, con buena educación y respeto. ¿Has entendido?
-Sí, amo.
-No me digás amo, decime patrón.
-Sí, patrón.
-Así es mejor. Durante la noche descansarás en el galpón hasta que podamos construirte un lugar más  apropiado. ¿Te parece bien?
-De acuerdo, patrón.
Mi mujer, siguiendo su vieja costumbre de meterse en todo, se acercó a don Agustín y le preguntó:
-¿Qué es esto, don Cichinelli?
-Lo que estás viendo, mi querida Guadalupe, es nada menos que un robot electrónico, una verdadera maravilla de la industria italiana.
-¿Un robot? ¿Como esos que se ven en las películas de la televisión?
-Algo parecido, pero de mayor utilidad. Este robot es un obrero mecánico, una especie de hombre, servicial e inteligente, construido para colaborar en las tareas agrícolas.
-¿Lo fabrican en Buenos Aires?- pregunté.
-No, Ricardo. Lo acabo de comprar en Italia, para ser más preciso en Milán, aprovechando el viaje que hicimos mi mujer y yo el mes pasado. Mirá lo que dice, aquí, en el interior de uno de los brazos: Marca Fiat. Modelo HG – Rural – Año 1998. Made in Italy”.
-Entonces este aparato es una especie de jornalero –dijo yo-, algo molesto y mostrando mi desconfianza.
-Sí y no –contestó don Agustín, eludiendo la respuesta sincera y correcta que yo esperaba-. Es un peón que puede llegar a ser capataz y hasta administrador, si somos capaces de enseñarle a trabajar como se debe.
-Está bien, don Agustín, se hará lo que usted ordene. Sabe bien que yo no le tengo miedo al trabajo y que puedo enseñarle a cualquiera cómo se hacen las tareas del campo. Soy un buen contratista y lo seguiré siendo por muchos años, se lo prometo.
-Eso quería escuchar de tus propios labios. Dejo al robot a tu cuidado con la plena confianza de que lo cuidarás como a un hijo.
Don Agustín subió a su camioneta y regresó a la ciudad de Godoy Cruz, donde vivía. Le dije a Guadalupe que preparara unos mates mientras Enrique, mi hijo mayor, iba a buscar un animal  al corral para empezar la aradura.
-Sentate –le dije al robot, indicándole una sillita de madera que estaba junto a la maceta con geranios.
-Gracias, señor –respondió al tiempo que tomaba asiento con gran delicadeza, como si tratara de no estropear la silla con su peso.
-¿Cómo te llamás?
-Aún no tengo nombre –contestó con sequedad-. Responderé con aquel que usted me indique. Me resulta indiferente que me llame por un nombre o por otro.
-Si es así y poco te importa –dije en tono de burla-, te bautizo con el nombre de Don Fierro. ¿Te gusta?
-Está bien –contestó como si la ceremonia de bautismo hubiese terminado  y se puso de pie-. ¿Por dónde empezamos? Creo que es hora de ir al trabajo.
-Tomo unos matecitos y salimos.
Aramos toda la tarde, casi hasta el anochecer. Le enseñé sostener la mancera y el modo de llevar las riendas ligeramente sujetas al cuello para dominar mejor el arado. La tierra estaba húmeda y a las pocas horas las chapas del robot se habían cubierto de polvo. Don Fierro, sin mostrar la más leve señal de fatiga, trabajó incansablemente a mi lado con una ansiedad casi humana de aprenderlo todo, y rápidamente.
Era entonces el mes de diciembre y como las noches se presentaban calurosas, acostumbrábamos cenar en el patio.
Encendimos el farol a gas y nos sentamos a la mesa. Don Fierro se sentó próximo a nosotros y se mantuvo mirándonos en silencio como si le extrañara nuestro natural hábito de alimentarnos.
-Sé que no podés comer –le dije en tono amistoso-, pero, al menos, tomate una copa de vino.
-No insista, don Ricardo. Aunque pudiera tomar líquidos no probaría algo semejante.
-¿Qué decis? No hay nada mejor en el mundo que un vaso de vino casero cuando uno regresa del  trabajo. No sabés lo que te estás perdiendo.
-No me interesa su argumento porque carezco de placas sensoriales para captarlo. Deben saber que mi vida es muy diferente a la de ustedes. Pero bien sé que perderíamos el tiempo si yo tratara de explicárselos.
-Está bien, Don Fierro, tranquilízate. Era sólo una broma y en ningún momento quise ofenderte.
Le indiqué cuál era el lugar destino para él dentro del galpón y ahí nomás se acomodó. Tocó una especie de tecla o botón que tenía en el pecho y al momento pareció quedar profundamente dormido. ¿Dormiría realmente un robot? ¿Tendrán sueños?, pensé mientras me metía en la cama muerto de cansancio.
Muy temprano, cuando todavía ni siquiera asomaban las primeras luces del alba, escuché los pesados pasos de Don Fierro por el patio. Me vestí con desacostumbrado mal humor.
-¿Qué pasa, amigo? Es muy temprano todavía para ir a la viña. Necesito descansar, ¿o creés que soy de acero como vos?
-Aprovecharemos la fresca –dijo acercándome un azadón-. Las mejores horas para el trabajo son éstas. Con dormir no se gana nada, Ricardo.
Así fueron sucediéndose días y noches incontables. Aquella máquina infernal no se agotaba nunca. Yo sentía que mis fuerzas iban disminuyendo hora a hora pero no podía darme tregua. Ceder sería mi ruina, pensaba yo. Don Agustín verá qué buen negocio será comprar otro robot. No comen, no se enferman, no fuman ni toman vino. Son inagotables, perfectos, discretos… ¿discretos? ¡Qué ingenuo era yo entonces!
A mediados de enero, un día viernes (me acuerdo bien porque era el cumpleaños de Rebeca, mi nena más chiquita), llegó don Agustín acompañado por unos señores que luego supe eran miembros del Centro de Viñateros. Quería mostrar a todo el mundo los adelantos conseguidos en su finca con la incorporación de Don Fierro. Aunque yo había trabajado como una bestia y era el responsable de cada tarea, toda la alabanza fue para el muñeco de metal.
-Con el moderno robot Fiat –dijo don Agustín a sus atentos invitados-, cambiaremos el ritmo de la producción. Ustedes saben que un hombre puede cultivar sin ayuda, entre cinco a siete hectáreas de viña. Este robot tiene capacidad suficiente para atender hasta veinte hectáreas o más, sin mayores gastos que un contratista y su familia.
-Eso es una barbaridad –intervino uno de los asistentes.
-Increíble –dijo otro-. El costo podría entonces ser amortizado en sólo dos años.
-Mano de obra de primera – afirmó un tercero.
-Muy bien –dijo don Agustín, poniendo una mano sobre mi hombro y dándome unas palmaditas de aliento-.Has hecho trabajo muy especial con este hombre de acero, ha recibido un entrenamiento de primera. Mirá lo que es el destino, vos, sin ser técnico, has logrado completar su programación cibernética de un modo admirable.
-Gracias, patrón –le contesté, con ganas de morirme.
Pasaron otros dos meses. Llegó marzo y con él, la vendimia. Don Fierro había aprendido a realizar, a la perfección, cada una de las tareas rurales y era imposible competir con él en habilidad y rendimiento. Mientras yo, con la ayuda de Enriquito que apenas tenía doce años, podía llenar unos setenta tachos de uva, Don Fierro hacía ciento cincuenta con toda facilidad. Yo estaba desorientado y humillado como un perro apaleado. No sabía qué diablos hacer para calmar mi amargura.
Cierto domingo, después de almorzar, agarré la bicicleta y me fui hasta Tres Esquinas a jugar a las bochas con mis amigos. Ese día no pude más y me desahogué delante de todos quienes quisieron oírme. Describí las desventuras que llenaban de pena mi corazón, las deshonrosas situaciones que vivía por culpa del robot, el desplazamiento ante los ojos de mi mujer y de mis hijos, para quienes yo había sido, hasta la llegada del extraño, el hombre más trabajador y bueno del mundo. Como marido, no tenía rival; y como padre, era un verdadero héroe.
A la noche, algo borracho y un poco liberado de mis sentimientos de rencor, pedaleé zigzagueando por el carril a Lunlunta, pensando en lo injusto de la vida, en los modos en que el destino lo vuelve a uno inútil e impotente frente a la prepotencia de los más fuertes.
Me extrañó que a esas horas (era ya medianoche) hubiera luz encendida en mi casa. Dejé la bicicleta recostada en un carolino y me aproximé en punta de pie para no ser escuchado. La escena que a continuación vieron mis ojos jamás las imaginé en toda mi vida. Sentados en las mecedoras, muy juntos a mi parecer, estaban Guadalupe y Don Fierro conversando animadamente.
-A nosotros también nos gusta la mujer- decía en aquel momento el monstruo de hierro-. Nos agrada que nos lustren y acaricien, que permanezcan junto a nosotros conversando sobre distintos temas, haciéndonos sentir como verdaderos hombres, ya que ése es el destino –no el mío, por desgracia- de las próximas generaciones de robots que se están  construyendo en algunos de los países más adelantados.
-¡Oh, Don Fierro! Usted ya es un hombre- decía aquella fiera que yo tenía por esposa-. Al principio me sorprendí y puedo confesarle que hasta le tuve miedo. Pero ahora, que lo escucho decir cosas hermosas y agradables, empiezo a conocerlo mejor, a comprenderlo. Me doy cuenta, por supuesto, de que su aspecto no es totalmente humano pero hay algo en usted, en su interior, no sé cómo expresarme, que me intranquiliza. Soy mujer y sé que no está bien que digas estas cosas.
-Lo que usted está diciendo, señora Guadalupe, es el centro de la verdad –dijo el muñeco parlante, colmado de soberbia-. Soy inteligente y trabajador, incansable y atento. Pero, por sobre todo, carezco de vicios vergonzosos como andar bebiendo y fumando en esos malolientes boliches en compañía de perdidos y haraganes. Además, tampoco se me ocurriría practicar un juego tan estúpido como el de las bochas.
-Permita Dios que con el tiempo pueda usted convertirse en un hombre de verdad, Don Fierro. Entonces no habría en el mundo nadie superior a usted en virtud e inteligencia.
-No crea que falta mucho, doña Guadalupe. Voy a contarle algo que seguramente usted ignora ya que, supongo, posee una escasa educación.
-Tiene usted toda la razón del mundo, soy bastante flojita de la cabeza pero haré todo lo posible por entenderlo. Lo escucho atentamente.
-Entonces preste atención a cada palabra. En el año 1985, el inglés Peter Davidson, desarrolló la idea de un tantrismo cibernético mediante el cual devendrá una nueva religión a la Tierra. Un radiante credo surgido de la simbiosis de la electrónica y del más refinando erotismo para sustituir a los antiguos y decadentes evangelios planetarios.
-¡Una nueva religión! –gritó la cínica de mi mujer, haciéndose la que entendía.
-Exactamente, mi querida señora. Una flamante religión que empezó con el televisor a quien todos adoran como a una figura sagrada; las computadoras a las que acuden los científicos como antaño consultaban los iniciados al oráculo de Delfos; los satélites artificiales que son una prolongación de los ojos y de la inteligencia humana; y por fin el robot, la especie que yo represento, heredera de todas las culturas.
“Para mí, ese Don Fierro es el mismo diablo”, pensé mientras continuaba escuchando el diálogo de los dos traidores.
-No entiendo bien lo que quiere decirme, amigo mío-dijo la descocada de mi mujer, fingiendo interés por las barbaridades que decía el robot-, pero quiero que sepa una cosa: lejos de usted la vida para mí sería una penitencia insoportable.
-Comprendo su ansiedad, Guadalupe, por expresar sus intuiciones. Ese descubrimiento de admiración casi sagrado, que insinúa surgir en su interior, es un anticipo de la visión del Segundo Renacimiento que aporta la electrónica al mundo de los hombres. Lo que usted percibe mediante su inocente premonición (por la simple presencia de nuestras complejísimas estructuras), es el principio del desencadenamiento de la sabiduría que viene del futuro. No me diga que no lo entiende porque no le creeré. Usted está adivinando el mañana mediante la pureza de su corazón y jamás podría hacerlo de otro modo.
-Bueno, Don Fierro, algo entiendo de cuanto está diciéndome. No crea que soy tan ignorante, porque me doy bien cuenta de lo que está insinuando. ¿Qué será de nosotros, entonces, el día en que seamos sustituidos por robots? ¿Tendremos que desaparecer?
-Oh, no. No diga esa barbaridad. Coexistiremos como lo hacen ustedes con los monos, con los caballos y perros. No olvide que el ecosistema del Universo no admite siquiera la pérdida de un solo átomo. La única diferencia será que nuestra privilegiada raza constituirá la casta superior que gobernará el planeta y le aseguro que lo haremos de un modo implacable y esencialmente práctico.
-¡Qué maravilloso! Pensar que soy una de las primeras mujeres a quien le ha sido revelada semejante cosa…
-Está bien, pero no se engañe en cuanto a la primicia. Desde 1960 estamos planificando la sustitución. ¿Quiere que le cuente un secreto? ¿Me  promete que nunca, jamás, lo repetirá ante nadie?
-¡Oh, Don Fierro, se lo juro!
-No soy realmente un robot chacarero sino un adelantado explorador que a cada instante  está emitiendo información a un determinado y secreto punto que, lamentablemente, no puedo revelarle. Mi misión es mucho más excelsa que de un simple artesano, señora Guadalupe.
Hubiera saltado como una fiera sobre ambos, pero desconfié de algunos instrumentos y lámparas que Don Fierro tenía apuntando, permanentemente, a un lado y otro. Contuve mi odio y el instinto de conservación y me acerqué a ellos, carraspeando para simular que recién llegaba y no advirtieran que los había estado escuchando. Vi en los ojos de mi mujer ese brillo lujurioso que provoca la pasión por otro hombre, pero no dije una palabra. Nuestra vida en común prosiguió normalmente durante los siguientes dos meses durante los cuales la úlcera de los celos empezó a roerme el corazón.
Una fría mañana de mayo, época en que se inicia el año agrícola, llamé a Don Fierro que estaba arreglando el chiquero y le dije:
-Andá hasta la toma y soltá el agua para el riego. Fijate bien que la acequia esté limpia para que no se desborde. ¿Memorizaste bien?
-Correcto.
-Bien, yo, entretanto, voy a ir al corral de la finca a traer la mula para que empecemos la primera arada.
-Está bien, Ricardo –me dijo, sin protestar, y se fue con la azada al hombro a cumplir la tarea encomendada.
Apenas llegué a la Administración, me metí al corral y busqué a la mula Berta.
-¿Estás loco?, –me recriminó don Domingo Di Césare, el capataz de la finca-. ¿Para que llevás esa bestia?,  ¿estás buscando que te mate?
-No creo una palabra sobre lo que dicen de este pobre animal –retruqué-, esta mula no es tan mala como la pintan. Por lo menos para mí pues trabajé varios años con ella. Además, en cuanto se quiera hacer la loca le voy a dar unos buenos guascazos en el lomo.
-Está bien, es cosa tuya. Pero no me vengás después con problemas.
Volví a las casas y le puse los aperos a la mula, la enganché al arado y me puse a trabajar. El animal era joven y brioso, con esa estampa majestuosa, salvaje y potente que yo tanto admiro en los seres irracionales.
A eso de las diez de la mañana regresó Don Fierro con el desayuno. La canasta de mimbre parecía un juguete entre sus manazas de acero. Hasta donde yo recuerdo, la comida de la media mañana era una tarea que siempre realizaban mis hijos, pero desde que Guadalupe y Don Fierro habían comenzado su extraña amistad, era el robot quien se encargaba de ella.
-¿Qué me traés para comer? –le dije en voz alta, procurando que descubriera, en la altivez de mis palabras, el oculto despecho que sentía hacia él.
-Huevos fritos, jamón, pan y café –respondió mi rival electrónico, poniendo los alimentos sobre un rústico mantel a cuadros bajo la sombra de un olivo.
-Está bien, Don Fierro –dije, tratando ahora de aparecer como agradecido-. Mientras yo tomo el desayuno seguí vos con la aradura.
El incansable hombre-máquina tomó las riendas y empezó a dar idas y vueltas por entre las hileras del viñedo, apurando aún más el ritmo de marcha de la vigorosa mula Berta mientras yo los contemplaba tomando lentamente una taza de café.
-Vamos, mula, adelante, más rápido –se escuchaba sin cesar la voz metálica del odioso mecano.
En un de aquellas apresuradas idas  y venidas de Don Fierro llevando con firmeza la mancera del arado, sucedió lo que tenía que suceder. Al dar la vuelta en el callejón vi que uno de los tiros se había desenganchado del balancín. Le ordené a Don Fierro que volviera a colocarlo en su lugar mientras yo sostenía las riendas del animal para que no se espantara.
-Ya mismo –dijo con la presteza de siempre.
Se agachó y, en el preciso momento en que tocaba la cadena, la mula Berta le dio tan tremenda patada en la cabeza que los pedazos de chapa, lámparas y tubitos quedaron desparramados varios metros a la redonda.
--
Me he reconciliado con Guadalupe y vivimos ahora en Malargüe, al sur de Mendoza. Trabajo en la fábrica Carbometal como peón de limpieza. En las pocas horas libres que me dejan mis obligaciones cultivo una pequeña huerta en los fondos de mi casa para no olvidar mi origen chacarero.
Tengo mi conciencia limpia porque, aunque todos creyeron que fue un accidente de trabajo, destruí intencionalmente a Don Fierro para salvar mi hogar y recuperar el amor de mi compañera.
En realidad, debo confesar, la vida no resulta muy placentera por estos lados. Hace demasiado frío y lo que gano apenas alcanza para llevar adelante nuestras necesidades familiares. Circulan, además, ideas raras entre mis compañeros de trabajo. En el fondo, tal vez sea esto lo que más me intranquiliza.
Los otros días, don José Chirino, uno de los capataces de la fábrica, me reveló un secreto. Todavía no sé por qué me eligió precisamente a mí entre tantos compañeros. Dijo, mientras le temblaba la voz, que los dueños de la fábrica estaban empleando un tipo de máquinas muy perfectas, idénticas a nosotros, los obreros, en su aspecto exterior, que actualmente son importadas desde Alemania.
-Tené cuidado, Ricardo –me dijo, muy serio, mi confidente-, desconfiá de todos tus compañeros porque algunos de ellos bien puede ser un robot y te puede joder. Si no tenés experiencia en estos asuntos es muy difícil que sepas distinguir con claridad entre un hombre de verdad y uno de estos monstruos de acero.
Al principio no creí en lo que se murmuraba en la fábrica, pero ahora tengo amargas dudas que han vuelto a oprimir mi corazón: las máquinas inteligentes están ocupando el lugar de privilegio que tuvo el hombre durante miles de años y pronto lo sustituirán. Hace poco leí en una revisa que cuando llegara ese momento en que una máquina pudiera fabricar otra máquina sin intervención del hombre, habría llegado el fin de la civilización humana. Creo, y ¡Dios me perdone!, que ese momento ya ha llegado.
Las otras noches invité a Germán, un compañero de trabajo, atento y servicial como pocos, para que conociera a mi familia. Él había expresado el deseo muchas veces y me pareció de mala educación seguir ofreciéndole pretextos.
Llegó la hora de cenar pero, extrañamente, no quiso probar bocado y ni siquiera aceptó tomar una copa de vino.
-Tampoco fumo ni tengo vicios –añadió con naturalidad, esbozando una inquietante sonrisa mientras Guadalupe no apartaba un instante de él sus ojos fascinados.

JUAN COLETTI

*


LA CAPADA


Azucena era el nombre de nuestra hermana menor que hace ocho meses tuvo un hijo varón y que murió de pena porque nuestro padre no quiso perdonar su deshonra. La velamos en la antigua casa de Fray Luis Beltrán, rodeada de frutales y de flores donde habíamos pasado los alegres y ruidosos años de nuestra juventud., antes de venir a la cárcel. No se borrará de mi memoria, mientras viva, el rostro manso y bello de Azucena, dormida como una pequeña y delgada virgen de cera, en aquella caja de madera, rústica y oscura, que la guardará para siempre. Jamás olvidaré ese día de imprecaciones y de llantos, las voces susurrantes de los vecinos maliciosos y el juramento que hicimos en la cocina mis dos hermanos menores y yo. “Los Tanos”, nos decían a los tres en la escuela, y al menor, “Tuco”, porque era rojo como salsa de tomate, con su pelo lacio y amarillo y los ojos de brillante azul.  “El mal genio que se hereda del padre es el peor signo de la naturaleza  humana, y por él la maldad se sigue transmitiendo de siglo en siglo, desde Caín a los monstruos inhumanos de hoy”, dijo el Fiscal durante el juicio. Yo me río de la justicia y de todos los imbéciles de este sucio mundo. Vivir en la cárcel o morir por hacer lo que es justo es mejor que someterse a los villanos de guante blanco. Estoy en paz conmigo y con el recuerdo de mi finada hermana, alegre, ingenua y servicial como nuestra madre. Recuerdo que para no dejarla sola los tres varones solíamos jugar con ella a las muñecas. ¡Quién nos hubiera visto! Los hermanos Spitalieri jugando como tontos con nuestra pequeña Azucena y al rato repartiendo trompadas para demostrar que éramos hombres de verdad. He memorizado una nota publicada por el diario Los Andes, que decía: “Tres hermanos confabulados para cometer un horrible crimen. Sin demostrar el más mínimo arrepentimiento, confesaron, con precisos detalles, haber mutilado al joven Hipólito Gómez, de veintidós años, a quien acusaron de haber abusado de la inocencia de una hermana adolescente llamada Azucena”. Como acontece en todas las familias, ella se hizo mujer siendo todavía muy joven y nosotros, que habíamos nacido antes, parecíamos unos mocosos a su lado. ¿Cuántas veces he recordado este breve pasado de nuestra desdichada familia? ¡Oh, María Auxiliadora, Virgen Santísima! No quiero pensar que hicimos mal en nombre del amor. “Peores que las fieras salvajes, los hermanos Spitalieri avergüenzan a la sociedad humana de la que deben ser separados para siempre”. Esto también lo dijo el doctor Bertranou, el fiscal, durante una de las audiencias. Un recorte de la revista Mundo Argentino que de vez en cuando vuelvo a leer, dice: “Estos tres individuos representan los extraños giros de la biología humana, los traspiés que sufren las leyes de la herencia, las alteraciones de los códigos genéticos, aparentemente invulnerables que transportan a los tiempos actuales genes dotados de increíble violencia y a los que el más imprevisible detonante hace precipitar en oleadas de horror y destrucción. El crimen de Fray Luis Beltrán se recordará en los anales de la criminalidad como un modelo execrable de la naturaleza de ciertos individuos que aportan mayor incertidumbre y desesperanza acerca del futuro inmediato de la sociedad”. Felices aquellos que carecen de miedo, digo yo, y me río de todas las palabras y advertencias de los doctos. Auténtico y fiel a sí mismo es aquel que hace lo que siente y no se violenta en lo íntimo con la culpabilidad de la cobardía. Cada vez que imagino la cara pálida y ojerosa del Juez cuando me pidió que describiera detalladamente el método de capar a los chanchos, siento ganas de reír a carcajadas. Recuerdo bien la descripción que hice de aquella tarea ante los ojos sorprendidos de tantos hipócritas y masoquistas allí reunidos.  “Nosotros aprendemos desde chicos a realizar las tareas rurales, cómo podar la viña, injertar los frutales, degollar a un animal (para comerlo, por supuesto), matar liebres a escopetazos y también a eso que usted me está preguntando. En invierno, durante los meses de junio o julio capamos a los chanchos machos para que no se alcen, y de ese modo engordan  y sus carnes son firmes y sabrosas. La tarea se hace muy temprano, porque el calor es malo para la curación de las heridas. Se necesita, por lo menos, tres hombres fuertes para agarrar a un cerdo adulto, sacarlo del corral y ponerlo, bien atado, en un sitio seco y limpio. Entonces les tomamos los ¿cómo dijo usted, señor Juez?, ¡Ah!, sí, los testículos, apretamos la piel hacia atrás para que queden bien tirantes  y con un pequeño cuchillo, bien afilado, hacemos un tajo a lo largo, cortamos los ligamentos nerviosos y separamos el testículo. Curamos la herida con sal, cenizas y vinagre y soltamos al bicho en el corral. Las infecciones se previenen echando creolina en un balde con agua y derramándola por el chiquero y los alrededores. Diariamente se controla la operación para evitar las hemorragias o el agusamiento, que condecirían a la muerte segura del animal. Apenas el chancho se mejora comienza a comer y a engordar y tenemos para el carneo un hermoso animal de abundantes carnes y gruesos tocinos”. Cuando terminé de hablar, el público que llenaba la sala se había quedado en silencio, pensando en otra cosa, supongo. Aproveché aquel momento para mirar a mis hermanos y guiñarles un ojo, a lo que ellos respondieron con un leve gesto de admiración. Aunque estábamos  por ser  condenados a largos años de presidio, no era aquel día más triste que el del velorio de Azucena. Recuerdo que nuestro padre insultaba a Dios y a los santos, se maldecía por haber nacido, gimiendo como un perro por las habitaciones y golpeándose el rostro hasta hacerlo sangrar. Aquellos momentos aciagos fueron los largos, interminables instantes del infierno al que todos entramos o entraremos alguna vez. Ahora estamos en celdas individuales para presos de extrema peligrosidad. ¡Qué consecuencias! Cuando éramos niños nuestro padre nos obligaba a practicar esa ley, no sé cómo se llama, que dice “Ojo por ojo, diente por diente”. Me pegás, te pego. Me robás, te robo. Emparejar. No dar ventajas. Cuando Azucena quedó embarazada, el Hipólito, que en aquellos años era su novio, se fue a vivir a Buenos Aires con un tío que transportaba vino en camiones de la Bodega Giol  y se quedó por  allá en casa de unos parientes. Entonces comenzó para nosotros un oscuro, insoportable calvario familiar, hasta el nacimiento del bebé y la muerte de nuestra infortunada hermanita. Unos meses después, recuerdo  bien la mañana fría y nublada de junio de 1949, cuando un amigo cuyo nombre no revelaré, nos avisó que por la calle Los Salamanquinos venía el Hipólito en bicicleta. Había regresado porque al gran hijo de su madre   ya no le importaba lo que había sucedido por su culpa. Salimos como relámpagos a escondernos detrás de los sauces que bordean el camino y cuando pasó frente a nuestra casa, lo agarramos y lo llevamos al corral. Le arrancamos los pantalones a los tirones y lo pusimos junto al chiquero, en la mesa de carneo. No recuerdo si lloraba, gritaba o se reía de terror. ¡Qué me interesa! Entonces Ernesto, el hermano que me sigue en edad, sacó el cuchillo de hoja delgada que siempre llevaba oculto en su camisa, y me lo entregó. Capamos como a un chancho al infeliz y lo abandonamos aullando de dolor mientras corríamos a entregarnos al comisario de Fray Luis Beltrán. Va pasando el tiempo, dejando atrás la pesadilla y el horror, la incertidumbre sobre el bien y el mal, lo incomprensible. Pero hay algo en mí, una sensación extraña de paz y de equilibrio que no me abandona y que antes no había conocido. Ayer estuvieron nuestros padres en la Penitenciaría y trajeron, por primera vez al hijo de Azucena a quien han bautizado con mi nombre.

                                JUAN COLETTI

*

La palabra: revelación, palimpsesto y memoria en El misterio de la fosa de los leones de Juan Coletti

Paola Beatriz Cesano
Profesora de Lengua yLiteratura



Porque la historia ya ha comenzado  a escribirse ()
Nadie, ni siquiera usted mismo, podrá
impedir que ese cuento se escriba.


Introducción



Juan Valenn Coletti nace en Chachingo, departamento de Maipú, el 27 de julio de 1932, siendo el mayor de una familia mendocina de once hijos.
Se inicia como poeta a  partir de Canto Labriego (1955). Su segundo libro Poemas para el Hombre sin Sombra (1969) lo publica en Córdoba. Entre estos dos libros hay un tercero, inédito, terminado en 1957, Aprendiz de Pintor que aparece publicado en 1997 con el título El Campesino Ilustrado.
En 1978, con el libro de cuentos El Jardín de las Flores Invisibles, gana ePremio Emecé de narrativa.

La caída del gobierno democrático de Arturo Illia, la dictadura militar de Onganía, movimientos estudiantiles como ecordobazo, movimientos guerrilleros como Montoneros y el ERP, la presidencia de Levingston, la vuelta a la democracia con el gobierno de Cámpora, la tercera presidencia de Perón, y el accionar de la Triple A son algunas de las  circunstancias  históricas que encuadran y definen los primeros años de su vida en Córdoba.
En ese período, Coletti vive su propio exilio interior.  Abandona casi definitiva y conscientementela escritura.  Las palabras se convierten en un silencio incomprensible, perseguido por el vacío que la realidad le devuelve.
Junto a otros escritores pertenecientes al grupo de La Cañada”   participa en publicaciones de antologías   como Córdoba Narra, Cuentos de La Cañada, Cuentos Regionales Argentinos, Las provincias y sus literaturas, etc.
En sus obras, Coletti busca a través de la palabra una reflexión sobre el destino filosófico  del  hombre,  dejando  lugar  mediante  la  escritura  a  la  revelación  y  a  la memoria;  estableciendo  mediante  la  ficción  literaria,  relaciones  temporales  entre


presente y pasado, entre lo imaginario y lo real, dando origen a un texto que rescata y recicla de manera casi protica, las historias olvidadas:
Escribo mis cuentos como un gran juego donde ejercito mi libertad y trato simplemente de poner un orden lógico a la palabra. Luego, más atrás, hay como dentro  de la escritura misma, otros textos, otros vínculos que interrelacionan su totalidad. Como si fueran los sueños de otro, el lector puede explicarlos en forma más o menos sencilla. 1

Estas palabras sirven para mostrar cómo esos vínculos le valen como punto de partida para narrar en clave de ficción no lo la realidad política y cultural que le toca vivir, realidad atravesada por la censura y la lucha entre víctimas y victimarios de los sistemas sociales de poder, sino que además le permite rescatar  a través de la memoria el pasado inmediato,  como ocurre en El misterio de la fosa de los leones con la relación entre fuerzas armadas-Inquisición.
En este sentido, se sigue lo propuesto por Beatriz Sarlo (2005):

Reconstruir el pasado de un sujeto o reconstruir el propio pasado, a través de testimonios de fuerte inflexión autobiográfica, implica que el sujeto que narra (porque narra) se aproxima a una verdad que, hasta el momento mismo de la narración, no conocía totalmente o sólo conocía en fragmentos escamoteados. (76)

Coletti  teoriza  sobre  la  construcción  de  relatos:  por  un  lado  busca  la verosimilitud de un relato y por otro la construcción de ese relato en otro que lo sustenta.


Pertenencia al Campo cultural literario



Desde la década del ´60 hasta el retorno a la Democracia, los cambios políticos y sociales configuraron  un parteaguas en la constitución del campo literario argentino con respecto a las tradiciones intelectuales anteriores, e incluso, a la literatura posterior a  la  década  del  ´80,  ya  que  los  cambios  que  se  introdujeron en  los  movimientos culturales llegan hasta la conformación del campo literario y editorial actual.
Durante todo este tiempo, la novela se convierte en uno de los espacios donde los escritores  pueden tomar la palabra, esa  palabra que les  permite poner en clave de relato un pasado inmediato. Los lugares narrados resultan ser el lugar donde se polariza la violencia, donde se ejecuta la tortura. La ciudad se vuelve un espacio multifacético.
Según lo propuesto por Gastón Bachelard (2000):



1 Barei, Silvia, Biografía JUAN Coletti, en http://juancoletti.blogspot.com.ar/p/indice.html


el espacio lo es todo, porque el tiempo no anima ya la memoria (…) Y todos los espacios de nuestras soledades pasadas, los espacios donde hemos sufrido de la soledad o gozado de ella, donde la hemos deseado o la hemos comprometido, son en nosotros imborrables. Y, además, el ser no quiere borrarlos. Sabe por instinto que esos espacios de su soledad son constitutivos. (40)
Para los escritores cordobeses, desde la década del ´60 en adelante, la casa es la ciudad de Córdoba y todos sus espacios se convierten en espacios significativos y necesarios  de  narrar,  por  lo  que  constituyen  anclajes  topográficos  de  identidad individual y social.
En Una vanguardia intempestiva: Córdoba, Antonio Oviedo sostiene que:

No hace casi falta repetir que la ciudad, además de ser conditio sine qua non de la literatura, es al mismo tiempo, y como lo destaca David Frisby, un teatro de los modos de experimentar lo nuevo y lo diferente gestados por la modernidad y por la organización social y política en la que aquella obtiene dicha posibilidad.2

En  los escritores se evidencia el exilio de su espacio vital, la búsqueda de  la extensión universal del hombre, y de las palabras que se les escapan y que no alcanzan para narrar los hechos actuales que les toca relatar y vivir. Este exilio o alejamiento de los escritores da como resultado obras literarias en las que el espacio escritural intenta renovar la realidad, y rescatar de la memoria inmediata aquello que les permita comprender el significado de lo que ocurre en el momento actual en que se dan las condiciones de producción.  En este sentido, según Barcellona (2011) el campo cultural de Córdoba se define:
por una serie de actividades, agentes, capitales y reglas de funcionamiento que le son específicos y otros que tienen una influencia decisiva en su desarrollo: como la actividad periodística, la producción literaria y editorial,    la producción cinematográfica, humorística, académica, y su creciente relación con el campo de la política.(15)

De este modo, la narrativa está marcada por el espacio  el tiempo de la sociedad del momento, al punto que algunos movimientos narrativos plantean diferencias estéticas o nuevos cuestionamientos creativos3  y los escritores cordobeses se unen en grupos que tratan de buscar una identidad cultural propia y descentralizada de la capital del país: una identidad cordobesa. Un ejemplo de esto, es el grupo La Cañada que surge a finales de los´70. Los autores que lo conforman promueven un
quehacer comprometido con el lugar que los cobija y que funciona como consolidación



2 Extraído de material bibliográfico de consulta de la cátedra.
3  Barcellona, M.,Curetti, S., Memoria, Literatura y Potica en Córdoba,   Estudios sobre la Transición democrática, g. 57


de una identidad. El nombre del grupo se convierte a considerado, en más que un mero rótulo.4
Juan Coletti, que pertenece a este movimiento, establece una relación de doble anclaje del relato, colocando al tiempo colonial de la inquisición relacionado con el tiempo de la dictadura militar argentina. De este modo, el relato testimonial le sirve de discurso de un narrador protagonista  que en el presente narra el pasado. En palabras de Beatriz Sarlo El testimonio es inseparable de la autodesignación del sujeto que testimonia porque estuvo allí donde los hechos (le) sucedieron.”5


El misterio de la fosa de los leones, la palabra como palimpsesto



Juan José Saer en El concepto de ficción (2004) sostiene que:

la verdad no es necesariamente lo contrario de la ficción, y que cuando optamos por la práctica de la ficción no lo hacemos con el propósito turbio de tergiversar la verdad (…) La paradoja propia de la ficción reside en que, si recurre a lo falso, lo hace para aumentar su credibilidad. (12)

De este modo, el relato ficcional no pretende ser entendido como una verdad sino como una ficción. En este sentido, Coletti construye la narración en dos planos que si bien se enmarcan dentro de la ficción pueden dividirse en un plano real ubicado en un tiempo presente y un plano ficcional ubicado en el pasado inquisitorial.
Siguiendo lo  propuesto  por  Silvia  Barei  (1995)  en  el  Estudio  Crítico  a  El misterio de la fosa de los leones, el autor se vale de la narración para, no lo relatar la historia de una injusticia en el marco cultural de la ciudad de Córdoba, sino también para esbozar una teoría sobre la escritura como espacio de la memoria y la profecía.”
Ese espacio escritural le sirve a Coletti para desplazarse en el tiempo del relato y a lograr un cruce entre pasado y presente, entre lo real que está ocurriendo y lo imaginario que se está rememorando. En este sentido Barei afirma:
El misterio de la fosa de los leones viene a reafirmar justamente, que las relaciones entre lo real e imaginario están mucho más próximas de lo que puede suponerse, más aún que
la estructura de lo imaginario, no difiere fundamentalmente de lo real. (11)







4 Ibídem., g. 57
5 Sarlo, Beatriz, Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión, g.67


El  relato  se  construye  mediante  un  narrador  protagonista  que  en  primera persona produce  un  desdoblamiento en  el  tiempo,  recurriendo a  personajes reales, conocidos  y contemporáneos al autor y a la sociedad de Córdoba, como es el caso de Efraín Bischoff, Osvaldo Pol y José Guzmán, este recurso permite  que los lectores se sientan identificados con lo que en la historia se narra. A estos personajes reales, el narrador los coloca en relación con personajes evocados de un pasado colonial que intenta reconstruir a través de la palabra. En ese pasado, el poder de la Inquisición se confrontcon  un  presente  donde  la  violencia  es  ejercida  por  el  accionar  de determinados grupos militares que se establecen en el poder. Mediante la narración se intenta mostrar cómo las instituciones de poder no desaparecen sino que se desplazan temporalmente, permaneciendo en una sociedad que cambia y se modifica, pero que se va fraccionando en múltiples espacios de conflictos sociales y políticos.
Es, mediante la memoria como el autor recupera el pasado y lo proyecta en el presente. Así,  la escritura va conformando un espacio en el que la palabra se convierte en alegoría entre lo real y lo imaginario, y en revelación de un misterio que va unido a la idea de destino:La misión que yo creo le ha sido encomendada es, mediante la ficción literaria, aportar a los habitantes de esta ciudad una sorprendente revelación.”
(41)

El relato se construye entrelazando diversos hilos narrativos que, recurriendo a la historia, intentan atrapar la memoria a través de una verdad y de una revelación. En el texto, la escritura origina dos planos espacio-temporales distintos en los que es posible encontrar ecos de textos anteriores que le sirven al narrador para construir esa verdad, entre la ficción y la realidad:
El cuento que quea escribir ya estaba escrito y que sólo tenía que recordarlo poniendo en contacto mi mente con la de “otros que habitan el continuo espacio-tiempo de la única realidad. (31)

Según lo propuesto por el crítico francés Gérard Genette, el femeno de la transtextualidad o trascendencia textual del texto se define como todo lo que pone al texto  en  relación,  manifiesta  o  secreta,  con  otros  textos. El  término  palimpsesto permite observar la aparición que se da en las obras literarias de una  huella anterior, lo que configura una literatura en segundo grado. Según Genette, la hipertextualidad se
define como la relación que une a un texto B (llamado hipertexto) con un texto A que es



6 rard Genette. Palimpsestos, La literatura en segundo grado. g. 9 y ss.


anterior  (llamado  hipotexto),  en  donde  B    se  coloca  sin  ser  en  forma  de  un comentario.7
En este sentido, y buscando esas huellas que el autor usa para dar sustento a la realidad mediante la ficción, pueden encontrarse en su obra diversos intertextos en los dos planos  espacio-temporales que se cruzan y entretejen: el plano del presente real del narrador y el plano del pasado ficcional que intenta relatar.
En el primero, se encuentran, desde el título de la obra hasta el misterio del robo de joyas en la época colonial,  referencias a Luis de Tejeda, a la Biblia, especialmente al libro del profeta Daniel en el Antiguo Testamento, al robo ocurrido en 1978 en la Catedral de Córdoba, a Tomás de Kempis, a Santo Tomás, a Santa Catalina de Siena, y a Víktor Frankl.
Examinando el texto, estas huellas que son utilizadas por Juan Coletti pueden citarse de la siguiente manera:
1.  Fray Luis de Tejada: El peregrino en Babilonia es un poema stico donde el autor desde la voz del narrador se confiesa de sus malas andanzas juveniles, muestra la efusión de su alma arrepentida. Esta obra le sirve a Coletti para mostrar que Córdoba continúa siendo una ciudad de pecado, como la que fue en el Siglo XVI.
2.  La Biblia, Libro del profeta Daniel 6.1-29:

El recurso de la precognición a través del sueño que Susana Tichauer desde Alemania le narra al protagonista (pág.47 y ss.) tiene su correlato con el libro del profeta  Daniel en el  Antiguo  Testamento.  El  libro  de  Daniel  pertenece  a  los  escritos  de  enseñanza religiosa a los que se llamó libros apocapticos, es decir libros de revelaciones. En ellos, los hechos contemponeos eran comentados por algún personaje de un tiempo pasado, como él lo hubiera conocido de antemano. Este personaje era el encargado de descubrir el sentido de la historia e indicaba mediante una sabiduría divina lo que se debía esperar del provenir más cercano. De este modo, estos libros servían para enseñar a través de la ficción.
Este episodio también hace referencia al título de la obra: La fosa de los leones, en alusión al león que en el sueño devora a Susana, y alegóricamente al joven Leandro Castañeda y Zárate,  quien tras esconder la corona de la Virgen en lo que con el correr de los años sería la fosa de los leones del jardín zoológico, es condenado por sus
Superiores al castigo de los Inquisidores. Finalmente, el título del relato es colocado por



7 Ibídem. g. 15 y ss.


Adelina en su carta final de confesión, en la que relata cómo los hechos del pasado ficcional ocurrieron en un pasado real un dos de Octubre de 1677.
3.  Tomás de Kempis: Coletti cita textualmente La Imitación de Cristo, pero sin mencionar exactamente el fragmento. Éste se encuentra en el Libro II Consejos para la vida interior, Capítulo 12.30
No hay cosa a Dios más aceptable, ni para ti en este mundo más saludable que padecer de buena voluntad por Cristo. (45)
4.  Santo Tomás de Aquino: cita textualmente Nada hay en el tiempo sino el ahora”   (42), y otra referencia al ahora se indica como una forma de mostrar el “ahora del  espacio actual en el que el narrador escribe, contraponiéndolo al “ahora” del pasado que intenta narrar (57).
5.  Víktor Frankl8: lo cita ya que fue un rehumanizador de la psicoterapia por su

perseverancia en reflexionar y valorar la dimensión espiritual del hombre. Su visión del mismo supera determinismos reduccionistas y dispone para la conversión apoyándose en la trascendencia de la persona humana.
Es que la figura de Cristo, para quien como yo no profesa el catolicismo, es algo que está más allá de la literatura, es parte de mi propia naturaleza religiosa, como diría ktor Frankl (40)
6.  Santa Catalina de Siena: la cita puesta en boca de Sandra Adelina Salgado Castañeda y Zárate como frase final de la carta que le deja escrita al narrador protagonista antes de morir y en la que a modo de prolepsis anuncia de qué modo ocurrin los hechos:
Soy la que no es: Tú eres el que es. Comunícate a mí a fin de que pueda cantar tus alabanzas¡ODios eterno! Eres la vida  y yla muerte; eres la sabidua y yla ignorancia. Eres la luz, yo las tinieblas. Tú el infinito. Yo la limitada. Eres la misma rectitud, yo un árbol torcido.  ¿Quién alcanzará tu suprema sabidua? ¡Oh, Dios eterno! (63)
El personaje de Sandra se configura como espacio escritural a partir de las cartas que deja, en ese espacio lo humano y lo sublime, lo real y lo ficcional se armonizan.
En  el  plano  del  pasado  ficcional  que  el  narrador  desea  relatar  se  pueden

encontrar las huellas de los siguientes textos:





8 ktor Emil Frankl, (n. 26 de marzo de 1905, en Viena, Austria - 2 de septiembre de 1997, en Viena) fue un neurólogo y psiquiatra austriaco, fundador de la Logoterapia. Sobreviv desde 1942 hasta 1945 en varios campos de concentración nazis, incluidos Auschwitz y Dachau. A partir de esa experiencia, escrib el libro El hombre en busca de sentido.


1.  El misterio del robo de joyas en la época colonial: este robo de joyas ocurrió en la Catedral de Córdoba en el año 1978 y se descubrió en 1989. 9 En el texto, este hecho se muestra a través de palabras del Arcángel Miguel que aparece en sueños al joven confiado al taller de Orfebrería del Monasterio:
Yo, el Arcángel Miguel he dispuesto que el río del tiempo fluya desde el siglo XX hasta este día transportando la Joya Divina para que manos impías no osen mancillarla jamás. (33)
En este punto, existe una precognición puesta en palabras: en eSiglo XX alguien robará la Corona de la Virgen, y es Leandro Castañeda y Zárate el encargado de protegerla, a través del tiempo, de la avaricia de los probos.”
2.  Evangelio de San Lucas, 14.11

Con este fragmento inicia el relato que se ubica en el pasado, en la historia que el narrador comienza a escribir y que le sirve desde el inicio para indicar el tono o sentido que tomarán los sucesos del personaje del cuento: deberá ser humillado, y acusado de ladrón,  para que luego de ser condenado por la Inquisición, su alma pueda ser glorificada junto a Dios. En el correlato del presente real, el narrador también sufre los insultos de alguien que forma parte de la Inquisición actual, y finalmente recibe la
carta donde se confirma la historia que él está relatando:


Omnis qui se exaltat humiliabitur, et qui se humiliat exaltabitur. (32)

Todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado.





3.  Fragmentos de la Regla de San Benito:

La selección del primer fragmento le sirve al narrador para avalar las virtudes que el personaje protagonista de su relato- Leandro- tiene en comparación a otros monjes cuyo comportamiento dista mucho de  ser  el  adecuado: vacios de  corazón, mentirosos, ladrones, ociosos,  serán quienes lo entregarán al suplicio y a la hoguera de la Inquisición. Remite, además a la idea del estudio como complemento del trabajo, en el relato ficcional son los ociosos los que castigan a Leandro; en el presente real, en cambio, la cultura y el estudio se ven amenazados por el poder dictatorial.
El segundo fragmento avala y (re) afirma o confirma las conductas que tanto la

Inquisición como el poder de los grupos militares consideran válida para llevar a cabo


9 Cfr. Carreras, Sergio, Cuando le robaron a Dios, La Voz del Interior, Nota,  Domingo 29 de junio de
2008; la confesión del ladrón”, La Voz del Interior, Nota, Domingo 7 de setiembre de 2008.


sus acciones, una justificación que indicaría algo  a como: si no alcanza con reprender entonces hay que torturar, llevar a la hoguera y desaparecer todo lo que desagrade a los Superiores.
Continuando con la idea de este doble anclaje del relato, estos fragmentos le sirven al autor para comparar y ponderar las formas de comportamiento del pasado ficcional con la realidad presente. Las citas de la Regla de San Benito le proporcionan una especie de justificación para mostrar lo que sería un correcto “comportamiento social por parte del poder inquisitorial y de las fuerzas armadas, en uno y otro espacio temporal, lo que le posibilita  postular que los militares funcionan como la inquisición del siglo XX.


Capítulo XLVIII: EL TRABAJO MANUAL DE CADA DÍA



Otiositas inimica est animae, et ideo certis temporibus   occupar debe fratre in labore  manuum,  certis  iterum  horis  in
lectione divina (35)

La ociosidad es enemiga del alma; por eso han de ocuparse los hermanos unas horas en el trabajo manual, y otras en la lectura
divina.





Capítulo XXIII: LA EXCOMUNIÓN POR LAS FALTAS




Si quis frater contumax aut inoboediens aut superbus aut murmurans vel in aliquo contrarius existens sactae regulae et praeceptis seniorum suorum contemptor repertus   fuerit,   hi secumdum   domini nostri praeceptum admoneatur smel et secundo secrete a senioribus suis. Si non emendaverit, obiurgetur publice coram amnibus. Si vero necque sic correxerit, si intellegit qualis poena sit, excommunicationi subiaceat; sin autem improbus est, vindictae corporali subdatur. (45)

Si algún hermano recalcitrante o desobediente,  o  soberbio,  o murmurador, o infractor en algo de la Santa Regla y de los preceptos de los Superiores demostrara con ello una actitud despectiva, siguiendo el mandato del señor, sea amonestado por sus Superiores por primera y segunda vez. Y si no se corrigiese, se le reprenderá públicamente. Pero, si ni aún a se enmendare, incurrirá en excomunión, en el caso de que sea capaz de comprender el alcance de esta pena. Pero si es un obstinado, se le aplicarán castigos corporales.


4.  Cita de La Vulgata Latina escrita en el Siglo IV por San Jerónimo,  el pasaje referido corresponde al Evangelio de San Lucas, 17,21


Regnum Dei entra non est.(59)                 El   Reino   de   Dios   está   dentr de nuestro corazón.


En esta cita, es preciso aclarar que a transcripta, esta frase presenta un error que puede deberse a una  omisión de un fragmento, o a un  error de transcripción: en el primer caso se elude el fragmento en lan que indicaría la traducción dentro de nuestro corazón; si se considera el error de transcripción se ve que la cita textual Regnum Dei entra non est traducida literalmente expresa El reino de Dios no está dentro, ya que non es un adverbio de negación, la palabra vos (vosotros) fue cambiada por non, además intra (dentro) fue cambiada en la transcripción por entra.
La expresión completa que aparece en La Vulgata es la siguiente: Neque dicent ecce hic aut ecce illic ecce enim regnum Dei intra vos est, cuya traducción correcta sería El reino de Dios está dentro de ustedes y no dentro de nuestro corazón como se traduce en la obra.
5.  A través de la mención a un poema de Fray Luis de Granada,10 Consejos para la

vida interior, cita nuevamente a La Imitación de Cristo, correspondiente al  Libro IV

Del sansimo sacramento de la Eucarisa, Capitulo 16.25:

¡Q maravilla si todo yo estuviese hecho fuego por Ti y desfalleciese en mí, pues, Tú eres fuego que siempre arde y nunca cesa, amor que limpia los corazones y alumbra los entendimientos.(55)
En este fragmento, rememorado por el personaje del relato ficcional, se alude en el momento  en  que  es  conducido  a  la  hoguera,  precisamente  al  mismo  lugar  donde escondió la Corona de la Virgen. A través de la memoria, Leandro intenta revelar la historia de un misterio: la historia de un suceso que donde empieza, acaba.


Conclusión

Para Juan Coletti, la palabra es un profundo surco que ilumina mundos posibles. Y poner a la palabra en escritura es:


entender la lógica y el significado de la fantasía y ver la irresistible luz detrás de las tinieblas, cosechar los frutos de limaginación y contemplar las flores de los jardines invisibles del espacio (…) Como escritor estoy de este lado de la trama, del lado de las palabras que trato de armonizar.  Nunca voy a saber con certeza qué es lo que he escrito
verdaderamente.11


Dentro del marco de lo ficcional, la representación de lo real y el plano evocado se unen a través de un narrador que se encuentra impcito en los hechos, y que a su vez construye la historia del relato entre dos temporalidades paralelas. Esto le permite utilizar la palabra a modo de crítica política del pasado y del presente asemejando a la inquisición  con las fuerzas militares, y haciendo que el lector se identifique y se sienta cercano a los hechos. A través de la revelación de la palabra que aclara el misterio del relato, ingresa a la dimensión de otro tiempo y prolonga la memoria:
He sido como la mayoa de los que vivimos aquí, contemporáneo del tiempo del horror, de los años de servidumbre al despotismo () en ese cleo estaba puesta mi intención literaria para rescatar, con el auxilio de la filosofía de la historia, parte de la memoria cubierta por el polvo de la indiferencia. (29)
Es por medio del recuerdo como se puede revivir el pasado, conjurando a las palabras que salvan del olvido y que al cobrar vida se resignifican en el relato. La palabra como providencia, destino o revelación   explora el porvenir   filosófico del hombre, dejando lugar mediante la escritura a la memoria. Y en este sentido, Juan Coletti da vida a un texto que entre presente y pasado, entre lo imaginario y lo real, redime de manera casi protica, las historias olvidadas permitiendo que la literatura
(re)escriba el pasado y lo comunique a la humanidad.






















11 Barei, Silvia, Biografía JUAN Coletti, en http://juancoletti.blogspot.com.ar/p/indice.html



Bibliografía



Bachelard, Gastón, La poética del espacio, México: Fondo de Cultura Ecomica, 2011

Barcellona,  Mariana,  Curetti,  Sandra  (Comp.),  Memoria,  Literatura  y  política  en

Córdoba. Estudios sobre la transición democrática (II), Villa María: Eduvim, 2011

Coletti, Juan, El misterio de la fosa de los leones, Córdoba: Ediciones del Fundador,

1995

De Kempis, Tomás, Imitación de Cristo, Buenos Aires: San Pablo, 2003

La Biblia, España: San Pablo, 1995

Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos,

2001

Saer, Juan José, El concepto de ficción, Buenos Aires: Seix-Barral, 2004

Sarlo, Beatriz, Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión, Buenos Aires: Siglo XXI Editores Argentina, 2005
-Páginas Web:

Coletti, Juan: http://juancoletti.blogspot.com.ar/p/indice.html [en nea] [Consulta: 10 de Noviembre de 2013]


Carreras, Sergio, Cuando le robaron a Dios, La Voz del Interior, Edición impresa | Sucesos | Nota, Domingo 29 de junio de 2008 http://archivo.lavoz.com.ar/08/06/29/secciones/sucesos/nota.asp?nota_id=217594
,  la  confesión  del  ladrón,  La  Voz  del  Interior,  Edición  impresa


Sucesos | Nota, Domingo 7 de setiembre de 2008 http://archivo.lavoz.com.ar/08/09/07/secciones/sucesos/nota.asp?nota_id=237905