JUAN COLETTI
Por Silvia
Barei *
Una
fotografía, ahora amarillenta, lo retrata hacia 1955 como a un muchacho moreno
y espigado, a quien la postura polémica
le confiere un aire bohemio.
Tiene,
en estos años campesinos, la misma hechura que los personajes a los que canta sus primeros versos. Es el
poeta del pueblo y con sus veinte años se foguea en un periodismo exaltado y
combatiente.
Cuando
lo conocí, en 1981, conservaba la mirada cálida de aquel muchacho, el estupor
ante la propia resonancia y la seguridad de quien avanza por las estaciones del
tiempo viviendo plenamente.
Recuerdos
del asombro
Unos años antes, el niño que
nace en Chachingo, departamento de Maipú, el 27 de julio de 1932 es bautizado
como Juan Valentín, el mayor de una familia mendocina de once hijos.
El
padre, Victoriano Valentín Coletti, es el hombre de ojos dulces a quien el hijo
evoca reiteradamente y la madre, Fuensanta Martín, deja en él su impronta de
mujer incansable y sufrida, imágenes familiares que habrán de hechizar su
poesía.
Para
los padres son años duros y el hijo debe trabajar tempranamente.
En los primeros años de mi infancia, mi
padre se fue buscando mejores oportunidades a la “Mina de Oro”, cerca de Fray
Luis Beltrán, un lugar muy pobre. Era casi el fin del mundo para mí que pensaba
que después de las ciénagas, de los pantanos con su olor pestilente y del
horizonte gris, se acababa la tierra. Esta fue la etapa de mayor pobreza. A mi
padre le pagaban con vales y a los ocho años empecé a ayudarle a trabajar.
De
este recuerdo nacerán las estrofas de uno de sus primeros poemas:
Siendo niño, cuando vendía
espárragos en la cesta de mimbre, la luz del candil iluminaba por las noches el
rostro cansado de mi padre labriego.
(El corazón del tiempo)
Junto
a la dura existencia cotidiana Juan descubre un mundo hecho de sol y surcos,
parrales olorosos, calles de tierra, una escuela campesina y la imborrable
frescura de las acequias.
Descubre
también las palabras: las de los relatos orales, las de los libros y las
propias. Ensaya breves estrofas vacilantes y comparte con sus hermanos el mundo
de la imaginación en el que se siente seguro.
Mis primeros contactos con las historias
fueron con aquellas de carácter popular que los adultos narraban. La idea de
escribir nació un día en que estaba con mis hermanitas en los surcos.
Comentando los radioteatros que escuchábamos de noche en casa de un vecino, yo
dije:
“Cuando sea grande, voy a escribir
una novela para la radio que va a hacer llorar a todo el mundo”.
Felizmente, jamás la escribí.
Con
estos sueños, el muchachito está trabajando en las viñas. A veces se detiene,
recuerda una historia contada hace poco a la luz de un candil y su
imaginación se aleja afiebradamente.
Con
el tiempo, él también partirá hacia otros horizontes. Pero volverá, porque está
unido, ceñido definitivamente a su infancia, su tierra, sus viñas.
Todos estos años de la infancia me marcaron
a fondo porque fue un tiempo muy difícil aunque ocurrieron también cosas maravillosas: jugar con los hermanos,
construir juguetes uno mismo, recorrer el ámbito rural lleno de supersticiones
y miedos nocturnos.
Así nace la intuición poética.
Yo quería modelar el vínculo con ese
mundo que estaba viviendo.
Cumplido
el trabajo con su padre, va a clase y escribe las primeras estrofas. Por
jugarle una mala pasada, por travesura infantil y acaso por inconsciencia de lo
que sucederá, los compañeritos toman un día un cuaderno que sabían celosamente
secreto y se lo llevan a la maestra.
Yo era casi un niño, un muchachito rudo que
tenía un cuaderno a rayas, lleno de versos. La portada tenía una rosa y mi
nombre.
(Marzo de los álamos
amarillos)
Mi maestra, Gloria Gentile, fue quien me
llevó a Maipú –que era todo un mundo para mí porque no conocía las ciudades- y
me consiguió una beca para seguir estudiando. Me acompañó, me estimuló y hasta
hoy sigo siendo su “Juancito”, su “negrito del campo”, aquel que tenía
escondido un cuaderno a rayas.
Me presentó a José Edmundo Díaz, un
poeta y narrador muy amado en el pueblo. Pepe fue mi hermano mayor, me prestaba
libros y por él comencé a leer con avidez todo lo que caía en mis manos.
La
aventura personal
En
pocos años el niño se estira y adelgaza, mientras se amarran definitivamente a
su memoria las imágenes del mundo que le entra por los ojos.
Comienza
a trabajar como cadete en una tienda y hace nuevos amigos: la impresión que
causa y que se mantiene hasta hoy, es la de una simpatía humana sin
afectaciones y la de una fuerza entusiasta por todo lo que está vivo.
Despliega
una energía singular, una actividad ininterrumpida que proviene de un ejercicio
vital, de una vivencia personal que comienza a expresarse mediante una
experiencia lingüística.
En
este tiempo se emplea en una escribanía, es sindicalista, escribe artículos polémicos
y canciones folklóricas, participa en reuniones literarias, da conferencias y
colabora en el diario El Libertador (Maipú)
y Tiempo de Cuyo (Mendoza).
Se
perfila ante nosotros el retrato que describíamos al comienzo, y el pueblo sabe
que tiene un poeta capaz de las más insólitas tentativas. Porque en realidad,
era un intento osado, emprender la edición de una revista.
Mediodía circuló entre 1954 y 1955. Cuando terminé el servicio militar decidí,
con un grupo de amigos, fundar una revista.
Yo era el director, el corrector de
páginas, el diseñador gráfico, conseguía colaboraciones, cobraba, la mandaba
por correo. Eso duró seis números, hasta que no pude más.
Allí colaboraron muchísimos artistas
en el tiempo en que no eran muy conocidos: Armando Tejada Gómez, el poeta
popular, Lahir Estrella, un gran pintor, Luis Quesada, uno de los grabadores
argentinos más importantes, Carlos de la Motta , actual miembro de la Academia Nacional
de Arte, Zdravko Ducmelic, pintor y grabador.
Había también preocupaciones de tipo
político porque hasta los veinte años yo había sido secretario de la Federación de
Trabajadores de Viñas y Frutales de Mendoza; luchaba por la gente trabajadora y
decía discursos.
Es
época de militante efervescencia, pegatinas en los muros, guitarreadas hasta el
amanecer…Y están los amigos, Cacho Corvalán, el Negro Veselich, Luis Carnevale,
el Gringo Catena, aquellos con quienes
comparte mesas generosas, bromas permanentes y discusiones interminables.
Sin
embargo, pronto vendrán tiempos difíciles. En los últimos meses del gobierno
peronista todo comienza a volverse grave y rígido.
La crisis del ’55 representó para mi
generación lo que no pudo ser y una gran frustración. Una crisis que llega
hasta ahora y muchos años de la adolescencia se destrozaron.
Solo repasando aquellos días, muchos
años después, puedo advertir hasta qué punto estaba yo comprometido con la
sociedad, con ciertas ideas, con otros hombres y conmigo mismo.
También
son los años del amor. Aventuras
juveniles y compañeras episódicas le arrancan algunos versos atrevidos
para el recato provinciano.
Pero
en 1957 se casa y emprende una etapa definitoria de su vida.
Con Fanny trabajamos durante diez años en
una experiencia de búsqueda, de tratar de encontrar respuestas a ciertas
preguntas. Indagamos en los campos de la filosofía, sobre todo la de Oriente, y
compartimos muchas lecturas que marcaron mi experiencia vital.
Años antes había publicado Canto Labriego (1955), y había armado Aprendiz de Pintor. Dos libros, dos
testimonios distintos de una época marcada por una suerte de inconformismo
feliz: sensibilidad frente al dolor y las pequeñas odiseas cotidianas y una
particular capacidad pictórica plasmada en la magia instantánea de la metáfora.
Antes
de resolverse en un tono homogéneo, entre la indecisión y la impaciencia
inicial, muchas inclinaciones estéticas se dan cita en estas páginas.
En
1967, la separación de Fanny marcará la transición autobiográfica entre su vida en Mendoza y su nueva etapa en Córdoba.
En
una década se construyen y se derrumban
muchos sueños. Por otra época, en otro espacio geográfico y vital, el escritor se llama a silencio.
Los
espacios del silencio
La caída del gobierno
democrático, una dictadura militar, revueltas estudiantiles, el “ordobazo”, son
las circunstancias históricas que
enmarcan y definen los primeros años en Córdoba.
En
una era jalonada por experiencias
trágicas, expatriaciones, destierros, Coletti vive su propio exilio
interior. Se han desvanecido los principios alentadores, los diálogos posibles,
los saludos de trinchera a trinchera.
En
estos años abandona casi “definitiva y conscientemente” la escritura, rompe
cuadernos, borradores y empieza un viaje personal hacia sí mismo.
La
palabra se convierte en un silencio denso hostigado por el vacío.
Algunos
textos recogidos en los Poemas para el
hombre sin sombra (1969), dan testimonio de estos sentimientos:
Siento un dolor muy grande, no viene la
mañana, se apagan las estrellas y agonizo en silencio. ¿He nacido?- pregunto.
¿He nacido?-Pregunto. Esta es la vida –dice una voz – esta es la vida.
(¿Qué es esto?)
Estos
poemas tienen un tono de confesión contenida y a media voz, riqueza de penumbra
sin desborde sentimental, progresivo ahondamiento en representaciones
simbólicas de la realidad y denuncia de
la sociedad moderna en sus formas evidentes de introversión y soledad agresiva.
Poemas
para el hombre sin sombra es una obra
confesional en la que volqué todo un período de mi vida. Quien la lea puede
retratar bien a la persona que la escribió, con sus conflictos, sus búsquedas
afectivas y metafísicas, su dolor, sus intentos
y sus esfuerzos incluso para sobrevivir a los cambios.
Son
años de soledad y de sacrificio, de lecturas constantes y de silencio hondo,
interior, profundo. Ya no escribe y demorará años en volver a hacerlo.
Sin
embargo, y a modo de compensación, Córdoba le ofrece nuevos amigos, nuevos
estímulos y por sobre todo le devuelve, con sus inviernos soleados y la suave
geografía de sus sierras, el tono acentuado de su paisaje natal.
Contra
los cercos de la razón
Cuando volví a escribir, comencé con
relatos. El primero lo rompí y el segundo, Diálogo en la antigua morada de
los hombres, es un cuento con numerosos
elementos simbólicos y con una especie de intuición sobre el futuro del hombre.
Lo
alientan para seguir escribiendo algunos episodios de carácter fortuito. La Voz del Interior (Córdoba) le publica aquel
segundo cuento y luego otros más profundos, más ligados a los afectos
personales: su jefe y amigo en la empresa en la que trabaja, Balbino Álvarez,
la única persona que sabía que había vuelto a escribir, lo insta a no abandonar
este ejercicio resultante de la exploración interior.
Después
de haber tocado fondo en su angustia existencial, surge renovada una
incontenible necesidad expresiva: la escritura nace desde lo más profundo,
reconoce las materias fundantes y encuentra en ellas la fuerza para emerger con
convicción poética.
Con
cierta certidumbre escribe, día a día, cuentos y relatos que se van amontonando
en una carpeta.
A principios de 1978, leí en La Opinión (Buenos Aires), una nota acerca del premio EMECÉ y su
importancia. Entonces me entusiasmé y empecé a corregir los cuentos que tenía
escritos. En el período que quedaba para presentarme al certamen completé El
Jardín de las Flores Invisibles (1979) y
lo llevé a Buenos Aires.
Luego sucedieron todas las cosas que
ocurren alrededor de los premios: para los otros me había convertido en
escritor y para mí eso era una sensación muy extraña, realmente.
No
es casual que en el ’78 un libro de cuentos fantásticos, extraños,
maravillosos, fuese premiado.
El
fenómeno no es único, sino que está en relación con otros elementos del sistema
literario y del campo cultural a fines de la década del ’70, entre ellos la
censura oficial contra toda literatura testimonial y, por ende, la necesidad de
expresar la realidad por medio de canales cifrados, la amplia difusión de los
escritores norteamericanos, el rescate de algunas formas de escritura
condenadas antes como subgéneros, la aparición de importantes textos sobre lo
imaginario.
En
El Jardín de las Flores Invisibles, los
cuentos se desdoblan en ensayos o reflexiones que nos hablan de zozobra
existencial, que predican una ética sujeta a la angustia inherente del hombre
entre una supervivencia en condiciones infrahumanas o la superación, mediante
un trabajo conciente sobre las propias posibilidades.
Mis cuentos son una mezcla de interés
literario y metafísico, de filosofía, de búsqueda y respuestas que yo mismo me
doy.
A veces me sorprende porque hay
gente que los toma como ensayos sobre temas esotéricos, acaso porque advierte
detrás de ellos una experiencia directa del autor en el campo de la ascética
mística.
Pero yo me siento responsable como
escritor, no como filósofo o pensador científico. Simplemente trato de
responder a las mismas preguntas que me hacía cuando tenía seis años, aquellas
que me llenaba de terror de noche: ¿quiénes somos?, ¿qué hacemos acá?, ¿a dónde
vamos?
Los relatos exploran las
profundidades de la realidad concreta para encontrar en ella el fundamento del
ser y las historias se arman desde una intuición central y una fuerte
iluminación poética que allana el encuentro con el lector.
Escribo mis cuentos como un gran juego donde
ejercito mi libertad y trato simplemente de poner un orden lógico a la palabra.
Luego, más atrás, hay como dentro de la
escritura misma, otros textos, otros vínculos que interrelacionan su totalidad.
Como si fueran los sueños de otro, el lector puede explicarlos en forma más o
menos sencilla.
Déjenme
que les cuente
El premio le abre otros
canales de publicación y algunas editoriales se interesan por sus novelas para
niños.
Desde
que el autor la escribió a instancias de su hermano menor, hace más de
veinticinco años, La Granja del Abuelo Matías (1981) duerme en un
cajón.
Así
como los primeros poemas hunden las raíces en la esencia de la tierra, en el
paisaje y en el hombre mendocino, el cuento se entronca con la tradición oral,
manifestación material de una realidad intangible.
Entre las obras que he publicado para niños
hay dos etapas divididas por un montón de años. La Granja del Abuelo Matías es la única de mi juventud, escrita para mi
hermano Servando como un juego.
En aquel momento yo tenía como
parámetro –y lo tengo hasta hoy- un libro maravilloso de Janusz Korczak, un
maestro pedagogo y mártir en la Segunda
Guerra Mundial quien, por decisión personal, siento católico,
murió con los niños judíos de su escuela en un campo de exterminio.
Él expone en Si yo volviera a ser
niño, ideas que para mí están siempre
vigentes, sobre todo a propósito de la actitud moral del adulto cuando escribe
para niños.
Esta es una etapa que valoricé
muchos años después.
Claro, entre el juego con sus
hermanos menores y el juego con sus propios hijos, ha pasado una porción de
tiempo. Muchos años después, María Soledad y León le hacen palpables el
misterio de la vida y también el misterio de la escritura.
Es
entonces cuando la literatura infantil irrumpe como un hábito perdurable que
enuncia de manera diversa, principios siempre sostenidos en sus obras.
A
través de estos personajes, de lugares y de hechos aparentemente ingenuos –el
abuelo Matías, Ana Luz, la bruja Sandunga, la Cabra Invisible , Aguanieve-, el
escritor se vuelve al círculo de su propia temática, retorna a sus líneas
constantes.
Aguanieve, uno de sus libros
inéditos, condensa en la historia de una nube que se enamora de un niño:
Una metáfora invertida del amor, del amor a
la naturaleza por el hombre. Creemos que amamos a la naturaleza cuando en
realidad es al revés: ella nos ama mucho más a nosotros.
En estas obras hay un mensaje
esperanzado al futuro, una advertencia sobre el desorden espiritual y una
confianza en la conjunción del hombre con las fuerzas cósmicas.
El
revés de la trama
Hablar
de Juan Coletti hoy , es hablar de publicaciones en antologías – Córdoba Narra, Cuentos de La Cañada , Cuentos Regionales Argentinos, Las
provincias y sus literaturas, etc. -; de entrevistas, reportajes y notas
sobre su obra y su quehacer; de otros premios obtenidos; de variadas
actividades culturales: miembro de jurados, disertante, panelista; en fin, es
hablar de una actividad múltiple, casi imposible de reseñar y de una obra que
se sigue gestando en la soledad y el aislamiento, alejada de círculos e
instituciones oficiales.
Detrás de la ventana es su libro de
cuentos más reciente.
Son catorce relatos y algunos se aproximan a
la novela corta. Trabajo en ellos la idea de la “literatura expansiva”:
condensar, sintetizar, codificar dentro de un texto aparentemente breve, en el
que se ha eliminado lo superfluo, muchos
elementos subyacentes que se amplifican dentro de la conciencia del lector.
Desde
el ejercicio constante de la palabra, el escritor descubre la simpleza. La
difícil simpleza que se adquiere con los años y la experiencia.
La
obra va reflejando paso a paso la transformación
humana, su camino de hombre abierto a los problemas de su tiempo y del que
vendrá, “memorizando el futuro”, sin saberlo exactamente.
Quien hace su trabajo de creación es como
esas tejedoras de Persia que tejen del revés de la trama. Ellas nunca ven la
obra terminada. Quien la ve es el Señor, son los hombres, es Dios. Los que
están del Otro Lado.
Como escritor estoy de este lado de
la trama, del lado de las palabras que trato de armonizar. Nunca voy a saber con certeza qué es lo que
he escrito verdaderamente.
CANTO LABRIEGO
El
surco luminoso
Por
sucinta que resulte la biografía bosquejada, se advierte todo lo que de ella ha
pasado en el Canto Labriego cuya
temática se va conjugando al ritmo de una experiencia vital: fotografías
tangibles de un espacio, imágenes episódicas de sucesos íntimos, estampas
testimoniales de la tarea del hombre.
Por
una parte, el espacio poético se dibuja en relación con un espacio real
concreto: la tierra natal a la que se canta en sus múltiples definiciones; por
otra, también la palabra diseña su propio destinatario, este labriego humilde y
anónimo, figura tangible definida por la ejemplaridad de su trabajo, sujeto de
un quehacer cuya sustancia y fundamento es la tierra.
El
lenguaje contenido en algunos momentos, se complejiza en experiencias vitales,
sueños, impresiones que suelen rozar lo misterioso y un singular don pictórico
amalgama elementos impresionistas y expresionistas, progresivamente subjetivos.
…hoy te veo en la tierra / entre
parvas de pasto, entre los surcos, / columna vertical en las auroras, / puente
de dura arena entre los ojos, / un silbo de zorzal gira en el viento / tu canto inmensamente
grande / inmensamente abierto.
Late,
detrás, la idea de que la naturaleza convoca e integra al hombre en un espacio
donde convergen amorosamente todas las formas vitales.
Esta
conciencia estará presente en toda la obra de Coletti, es el surco luminoso que
va de los primeros poemas a la producción
actual.
Con el Canto Labriego comienza una escritura que vuelve siempre a la misma
fuente y ahonda las ideas germinales: el
mundo como una totalidad a reconocer desde lo más inmediato –la tierra-, a lo
más sutil – las facultades del espíritu-.
En
ese reconocimiento cada texto es una estación previa, un movimiento ascendente
hacia la vinculación armoniosa de la humanidad consigo misma y con naturaleza.
Para
Juan Coletti, la palabra es un profundo surco que ilumina mundos posibles.
Escribir es:
…entender la lógica y el significado de la
fantasía y ver la irresistible luz detrás de las tinieblas, cosechar los frutos
de la imaginación y contemplar las
flores de los jardines invisibles del espacio…
*
*Sivia
Barei, poeta, escritora, catedrática. Ha sido decana de la Facultad de Lenguas
y Vice Rectora de la Universidad Nacional de Córdoba. Escribió esta reseña de
Juan Coletti para las dos ediciones del
libro “Canto Labriego”, con ilustraciones de
Carlos Alonso, editado por Editorial Gaglianone en 1989.
Comencé leyendo de casualidad uno de sus escritos,y sin darme cuenta me fuí identificando con su modo de sentir.Sin conocerlo personalmente lo amo como a un padre.Lo acompaño desde lejos, siguiendo su rastro literario a través de Facebook.Mis respetos para Juan,por su hermosa manera de sentir y de trasmitir su amor por la vida.
ResponderEliminarComencé leyendo de casualidad uno de sus escritos,y sin darme cuenta me fuí identificando con su modo de sentir.Sin conocerlo personalmente lo amo como a un padre.Lo acompaño desde lejos, siguiendo su rastro literario a través de Facebook.Mis respetos para Juan,por su hermosa manera de sentir y de trasmitir su amor por la vida.
ResponderEliminarAcabo de conocerlo,a través de una publicación de la Junta de Estudios de Maipú. La curiosidad me impulsó a buscar su biografía y llegué a apreciar sus escritos. Excelente resumen, trataré de encontrar sus libros!!!!
ResponderEliminarEsta tarde volví a releer "Ensalada de frutas". Me lo había regalado, con dedicatoria y todo, Virginia, la sobrina de la ilustradora Susana Romera en 1996. Y ahora por curiosidad quise saber más sobre el autor y encuentro esta biografía, hermosamente escrita, por Silvia Barei, una de las profes más admirada y querida de Lenguas. Definitivamente, voy a leer sus otros libros!
ResponderEliminaracabo de enterarme de su fallecimiento y vine hasta aquí por curiosiad y me han movilizado muchas cosas que sea han descripto de Juan y de su obra. Por supuesto que ahora tengo la necesidad de honrarme con la lectura de alguna de sus obras. gracias
ResponderEliminarRecién me entero de la partida de Juan. Hice durante más de dos años un taller a distancia. Conservo sus cartas y escritos.
ResponderEliminarSoy de la Psrsgonia. Tengo los mejores recuerdos.
Qepd querido Juan!!
En paz descanses, amigo querido. Duele no haberte podido despedir. Conservo originales de tus escritos dedicados hacia mi persona. Gracias por haberme dado muchas tardes de literatura. Descansa, amigo. Natalia C. (desde Río Ceballos, sobre la cima de un cerro serrano)
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