EL
COMETA
Los disparos al aire y el estridente
sonido de las sirenas alertaron a la población que salía presurosa a contemplar
el extraño fenómeno.
Apareció en el cielo sin que nadie lo
hubiese anunciado, sin haber sido detectado por los astrónomos. No tenía nombre
y tampoco una historia como los otros gigantes del Universo.
En pocos minutos el cometa coronó la
tierra con su luz blanquísima, borró las diminutas estrellas del cielo y
eliminó la guía de los pájaros migrantes.
Aquella luz atérmica no surgía de la
combustión de los elementos. No era fuego ni era luz. No quemaba y los ojos
podían recorrerla y absorberla como lo hacían la tierra, los árboles y los
animales.
Ahora la luminosidad emanaba del polvo
de las calles y de las rocas, surgía desde el agua y de la piel de los hombres.
No había contrastes ni sombras. Borraba los ángulos y los perfiles, los recodos
y las simetrías, el antagonismo.
EL
ANACORETA
El anacoreta que había profetizado el
exterminio de toda existencia salió de la caverna sostenido en su báculo.
Del desierto de arena esplendoroso y de
la lluvia luminiscente brotó la síntesis de su pensamiento filosófico y pudo
completar el esquema de sus borrosas ideas.
El cese de toda especulación, de todo
pensamiento, de toda emoción, de todo deseo, estaba al final y no al principio
de la naturaleza del hombre.
No era el mal lo que ponía término al
mundo, como culminación de una trágica predestinación, sino la consciente
voluntad de renunciar al mal y a la ilusión lo que borraba las formas del dolor
y la ignorancia.
LOS
MENDIGOS DE LA INDIA
Los mendigos de Benarés y Nueva Delhi
salieron de sus escondites pero solo los más fuertes pudieron erguirse para ver
el foco de luz.
Ahora ya no les importaba que se
aplicara la pena de muerte a quien suplicara limosna por las calles.
La luz que no era luz descomprimió las
concentraciones del dolor y del espanto. La cólera del hambre se aquietaba en
los cuerpos esqueléticos y hacía fluir la resurrección de la energía de la fe,
alimento del cielo.
EN EL
FRENTE
En los frentes de la batalla de la
Última Guerra, la Convención de Oslo había concertado una tregua de Año Nuevo
para que fuera aplicada por primera vez la eutanasia militar a heridos y
prisioneros.
El alimento y el agua disponibles en
íntima cantidad eran indispensables para la continuidad de las olimpíadas
internacionales de la guerra de autorregulación demográfica.
Los líderes del mundo habían acordado
la ascensión a los extremos, según la
teoría del estratega prusiano Carl von Clausewitz, pero los extremos de la
bestialidad no convergieron hacia su antítesis sino que se ampliaron
incontroladamente en una línea de dispersión definitiva.
EL ALFA
Y EL OMEGA
En la raíz de las formas de todo lo
existente, la irrupción creciente de la luz desmantelaba los circuitos de la
visión y del tacto y ponía un puente de nácar entre un átomo y otro hasta
encadenar el mar y las montañas, la sangre de la humanidad y la sal de los
desiertos, los leves contornos de las cumbres nevadas y la plateada
iridiscencia de los cristales invisibles del aire.
El alfa y el omega de la luz se
comprimían y el centro era el contorno y el límite se trastrocaba en eje y todo
giró y se transformó en principio y potencia, uno y causa de Todo.
LA
PROFECÍA DE STEPHEN LUKAS
Todo sucedió repentinamente al filo de
la medianoche del 31 de diciembre del año 2000.
Tal como lo había anunciado el profeta
norteamericano Stephen Lukas en 1977, fundado en antiguas revelaciones de los
Sagrados Textos de Oriente y Occidente, compatibilizados por la matemática
proyectiva, el inevitable fin parecía estar llegando de un modo inesperado sobre toda forma y criatura viviente.
Inspirado en la doctrina de la
irrenunciable generosidad del amor de Dios por su Obra, la visión última de
Lukas mostraba el significado de una redención definitiva del hombre y la
recuperación de toda su potencialidad creadora.
Fin sin esperanza religiosa ni
justificación cultural. Reabsorción de las formas y del sentido de toda
organización. Extremaunción caritativa que cada ser recibiría en la forma de
una lámina sustancial de luz más allá de los antagónicos impulsos de la emoción
y de las oposiciones de la mente.
EL
KIBUTZ
Un gallo alzó su canto en el Kibutz Ben
Ziv, en la frontera de Israel y Egipto y su eco recorrió el asombrado rostro de
los palestinos que miraban aquel creciente sol de medianoche.
Las frías arenas del desierto
recibieron la cálida impresión del inmaculado lampo y una silenciosa
fosforescencia hizo contacto con la
suave brisa.
Sobre la antigua tierra de reyes y
profetas yacían oxidados los instrumentos de la Guerra de los Hijos de Sem
contra los Hijos de Cam junto al polvo ocre de la sangre de veinte millones de
soldados.
La ofrenda de la muerte apocalíptica se
mostró al espejo del cielo como símbolo de la embriaguez de la conciencia
política cuyo brindis se efectúa con el fanatismo de la intolerancia religiosa
y con la violencia que surge de la hipocresía de los poderosos.
La blanca ignición de las esferas
concéntricas cubrió el Jordán y el norte de los territorios árabes descubriendo
la simplicidad de la estructura de las ideologías y la unidad de las
confesiones cuando es el ojo de la divinidad quien las contempla y las hace
visibles.
ESTANCIA
LA ESCANDINAVIA
Al Sur de San Luis, en la Estancia la
Escandinavia, don Lorenzo Barrientos, quien cruzaba solitario de a caballo la
achaparrada pampa salitrosa, fue sorprendido por la lustrosa capa de luz que de
pronto cubrió los montes y el cielo.
Detuvo su cabalgadura porque adivinó
que ya no llegaría a ningún lugar. Escuchó en la lejanía el sorprendido grito
de los animales salvajes, recordó las primeras lecciones de su lejana infancia
escolar y entreveró los signos de los números mágicos y las ilustraciones de un
libro de catecismo sobre el fin del mundo que le habían mostrado en la antigua
capilla de sus patrones.
Un hombre que representa una posición
intermedia en el desarrollo de la especie, mitad animal del monte, mitad
espíritu acongojado por el cuestionamiento de una naturaleza humana incompleta.
Hecho de fortaleza y soledad para soportar combates contra enemigos visibles e
invisibles, sacó su cuchillo con empuñadura en cruz y se adelantó con paso
decidido hacia el vórtice de luz con
desesperada fe en el símbolo del Sacrificio.
LOS
LEPROSOS
Los enfermos de lepra de la Isla Maciel
lavaron sus llagas con la tenue lámpara del cielo y se introdujeron lentamente
en la disolución de la apariencia de los cuerpos.
El agua barrosa del río ondulaba
vigorosa en la blanca sustancia que nacía de sus entrañas. Las asombradas
esferas de los ojos de un millón de peces se mezclaron con la lechosa claridad
de las algas y el casco de un barco sumergido.
Fosforescentes alas de pájaros marinos viajaban en el alba brumosa
hacia las sorprendidas costas del estuario.
LOS
CIEGOS
Los ciegos de la Escuela Helen Keller
abandonaron sus blancos bastones y miraron el halo que cubría todo y todas las
cosas. Vieron crecer dentro de ellos mismos un esplendente paisaje jamás soñado
y comprendieron la ilusión de la noche y del día, de la visión y de la ceguera.
No habría más sueños oscuros ni mortaja
nocturna sobre sus conciencias. La gloria del claro día final humedecía las
células de sus ojos y los proyectaba hacia un vacío lleno de significación y de
sentido.
LOS
ASTRONAUTAS
Vasili Kumarov y James McDonald
completaban la órbita marciana y vieron que un anillo de plata envolvía la
Tierra con la misma resonante luminiscencia que tenía su nave espacial y sus
propios cuerpos.
Creyeron entender en la contemplación
de aquel símbolo arcaico que al fin los hombres cumplían sus antiguos sueños de
unidad y eliminaban las contradicciones, las oposiciones del lenguaje y de los
emblemas particulares y se fundían en la Rosa de Fuego de la perfección.
EL
CAMPESINO AFRICANO
Oton Obote abandonó el arado de madera
que tiraba el manso buey africano y alzó los sorprendidos ojos hacia el cometa.
Su piel negra y su espíritu agobiado por la pobreza y el trabajo reflotaron a
contraluz y se disolvieron en el nimbo que cubría los campos labrados y del
lampo que brotaba de la tierra.
Miró hacia su choza y contempló los
relumbrantes cuerpos de su mujer y de sus hijas que caminaban lentamente hacia
él y comprendió que había llegado el prometido día de la ascensión en cuerpo y
alma hacia el Cielo del Señor de la Fe.
EN EL
MAR
El submarino francés Ambassador subió a
la superficie relumbrante del mar y desde el puente de mando el comandante Jean
Miravet contempló el esplendor del fuego fatuo sobre las ballenas grises que
navegaban presurosas hacia el sur.
ANTONIO
FERNÁNDEZ
El fulgor sorprendió a Antonio
Fernández que viajaba hacia Río Cuarto con su mujer y sus dos hijos, a pocos
kilómetros de La Carlota.
La carretera bordeada de altos
eucaliptos, los postes del teléfono y
los verdes campos colmados de pacientes vacas entraron en la refracción de la
luz polarizada desde el centro de la
tierra y desde el espacio.
La ráfaga celeste centelleaba sobre el
horizonte y se espejaba en su sangre y en la imagen de sus seres queridos.
Detuvo el auto y avanzaron por la casi
invisible carretera hacia un veloz objeto que venía a su encuentro.
EL LAMA
TIBETANO
El Lama tibetano Thsan Nyan Tsan sintió
sobre sus párpados cerrados el advenimiento del lote coruscante de la estrella
cósmica y puso en armonía los anchos senderos de su sabiduría para corroborar
que el Aura Solar del Maitreya despertaba en el seno de la Divina Madre del
Mundo.
Sobre los antiguos templos encadenados
al Nirvana reflexionó la luz y se fundió en las perpetuas nieves de las montañas del Himalaya. Desde allí descendió
hacia los valles y penetró en las cavernas de las ciudades ocultas de los
Señores del Cielo.
LOS
HUÉRFANOS
Los pequeños internos del orfanato de
La Sayne, sobre la costa del Golfo de León, abandonaron sus habitaciones y se
arremolinaron en el patio formando un estrecho bouquet oligofrénico cultivado
por la piedad de las Hermanas de San Dionisio.
Las puntas de lanza que descendían del
astro refulgente cabalgando sobre ondas de absoluta inteligencia rompieron la
coraza de los pequeños cerebros y pusieron en cadena el principio del
descubrimiento de la propia conciencia y de la interpretación de todo lo que
existe en los mundos revelados.
EL ÁTOMO
SIMIENTE
Los impulsores del átomo simiente
depositado en el punto axial de la cruz del corazón de cada hombre estallaron
en diminutas partículas de plateados cristales encendiendo la lámpara de las
células.
Así se producía la conexión del Ser y
las radiantes esferas del Destino, la sustancia del sentimiento particular y el
océano del Amor, el eco de una voz perdida entre los hombres y el crepitante
trueno de la Creación.
ULAPES
En su humilde rancho de adobes y cañas
del pueblo riojano de Ulapes, doña Gumersinda Guzmán escuchó el balido de las
cabras y salió al patio en el momento en que la tierra y el monte brillaban con
la viva pátina de fuego primario que se esconde en el invisible esqueleto de
los átomos.
Detrás del horizonte de los cerros
observó el fastuoso globo que colmaba de luz la comba del cielo.
Cercana a su siglo de vida la anciana
comprendió que el arco del tiempo era tan ilusorio como su religiosa soledad.
Los hijos que habían muerto y los que habían partido hacia otros rumbos
colmaban ahora el recinto de su visión espiritual y se añadían a la presencia
de su sentimiento único, consciente y perfecto.
LA
COMPUTADORA
Alfred Voigtmann y Günter Engelhardt,
oriundos de Bayreuth, fueron los últimos hombres de la Tierra que formularon
preguntas sobre el sorpresivo acontecimiento, a la Computadora Central de las
Naciones Unidas.
¿Qué
está sucediendo?
¿Quién
está violando las leyes de la naturaleza?
¿Es
el signo del fin o de un nuevo principio?
A cincuenta metros bajo la tierra, en
algún lugar del planeta, protegida por un espeso casco de acero y plomo, la
máquina pensante que había recibido la historia, las ideas y las
significaciones de la cultura de todas
las razas, de todos los códigos, lenguajes y dialectos, de los símbolos y de
los números, permaneció silenciosa, sin emitir respuesta, mientras la invadía
un lento relámpago de luz.
Los astrofísicos miraron, a través de
los amplios ventanales del Radiotelescopio de Baviera, la fundición de las
formas en esencia, tal como si el fenómeno de la existencia fuese un sueño que
borra la mañana de un nuevo día.
JUAN COLETTI
Buenísimo, Juan. Un saludo :))
ResponderEliminarLiliana Aguilar