Martes 31 de julio, año 2015.
En la madrugada de hoy nos sobresaltó el ronco gemido de un cuerno de caza. El pequeño Leo se asustó y se refugió en mis brazos, interrogándome con sus grandes ojos. Salimos desde la oscuridad de la caverna hacia el empinado acantilado y observamos el polvo que levantaba sobre el desierto el surcar de los trineos eléctricos.
Noel se adelantó unos pasos apoyado en su báculo. El viento entretejía sus blancos cabellos y la rústica túnica que lo cubría. En ese instante volvió a oírse el cuerno de caza, ahora más cercano.
-No hay dudas –dijo Noel-, son ellos.
-¿Es acaso justo y apropiado –preguntó a su vez Noel inquisitiva y dulcemente-, que nos preocupe demasiado el futuro?
Instintivamente miré hacia la cueva cavada en la montaña, nuestro Hogar, y observé, a su costado, las cristalinas aguas del manantial, todo cuanto lo rodeaba, incluidas las significaciones interiores de su luz, de su sonido, del frecuente mensaje que provenía de sus oscilaciones.
Lydia, cuya áspera voz y risueño gesto improvisan para nuestro grupo una continua inspiración vital, tomó a Noel por su cintura y apoyó sobre su brazo izquierda la cabeza.
Sábado 5 de agosto.
Anna y Adrian bajaron por el deslizador metálico hacia el sombrío bosque de pinos que crece al pie de las montañas. A ellos encomendamos la recolección del alimento y cada día nos regocijamos con su regreso y con la fruta y miel que nos ayudan a sobrevivir. Son inseparables desde el día en que los encontramos junto a los cuerpos despedazados de sus familias. Ada y yo somos sus padres adoptivos, pero ellos han superado el círculo apremiante de su naturaleza para volcarse muy precisamente sobre nuestros corazones y amarnos con el secreto ritual del amor. Como dos hermosos animales se desplazan de continuo por el campo magnético de nuestro territorio. Recuerdo el día en que Adrian descubrió el armónico ensamble de su cuerpo atlético y las expansiones de su espiritualidad. Dijo entonces, mirando a Anna, que el esplendor y fuego que reproducía en su conciencia las emanaciones del amor, lo habían llevado hasta una puerta astral donde había visto gérmenes del devenir y una Mujer de colosal tamaño cubierta por un manto de cielos y estrellas infinitos. Dijo que Anna era aquella mujer y ambos reían con felicidad.
Han pasado varias horas desde que los jóvenes bajaron y demoran más de lo acostumbrado en regresar. La bruma de la tarde cubre el ancho valle pero no vimos hoy a los soldados del Estandarte del Águila Rapaz. Muy distante, el sonido de un cuerno de caza pareciera filtrarse por los desfiladeros como si sus ondas expansivas fuesen ojos escrutadores.
Era casi noche cuando escuchamos el santo y seña melodioso de un pájaro silvestre. Levantamos la tapa del túnel para que Anna y Adrian ingresaran al Salón de la Luz.
Ambos parecían tristes pero no quisimos preguntarles nada.
Martes 8 de agosto.
Nos hemos reunido, muy temprano, sentados sobre cómodas alfombras de piel, con nuestros cuerpos limpios por el agua y armonizados por la mediación. Formamos un grupo que suma y resume nuestras individualidades y entramos y salimos de él cada vez con mayor claridad de conciencia. Entrecierro los ojos para soportar la luz que estamos generando. Observo a mi lado a Agatha y a Leo, con el breviario de sus contados años, en la perfecta postura de la contemplación, con sus hermosos e inteligentes ojos, traspasando fronteras, viajando por sobre océanos de arena que cubren las tortuosas ciudades subterráneas de los Galápagos, los inmisericordiosos.
Lydia va al frente de la silenciosa formación etérea y nos apoyamos en su clarividencia. Vemos los reptiles gigantes atrapados en los pantanos, los orificios volcánicos sobre la antigua planicie de Pamasatian.
Sobrevolamos la ciudad de Hormud cuando allá era noche y volvimos a contemplar los viejos crematorios construidos junto al mar, las oxidadas alambradas de púas y el camino ondulante, que desciende de las montañas.
De pronto Agatha ha despertado y llora. Nos unimos a ella y nos reunimos con nuestra realidad en este lado de los mundos.
Escuchamos a Noel.
-Ada, tú preguntaste sobre qué hacer ahora que nos están cercando las fuerzas del enemigo. Yo te digo que esta es una hora de reflexión y decisiones. Antes formábamos una comunidad grande, nos nutríamos de la lucha directa y enarbolábamos banderas de poder y destrucción. Nos oponíamos. Usábamos las mismas sutilezas y armas que nuestros verdugos. Enfrentábamos fuerzas opuestas pero iguales hasta el momento de la Revelación. A partir de allí cambiamos la estrategia y les hemos dejado cuanto ellos querían: mundo, poder, vacuidad, extensión, objetos. Los que entendieron vinieron a refugiarse aquí, en las montañas, con la esperanza de armar la disciplina. Lamentablemente, parece que hemos fracasado. Debemos aceptar que ya no quedan otros seres semejantes a nosotros en todo el planeta. Hemos rastreado el campo y las ciudades, aún los subterráneos de Maquidar y no hemos hallado signos de supervivencia.
Hicimos silencio para sumirnos en la contemplación del sonido del viento que limaba los muros de las rocas. El rostro de Adrian parecía que remontaba el vuelo.
Jueves 16 de agosto.
Los halcones amaestrados de las milicias recorren las cercanas montañas. Donde no pueden trepar, los Galápagos envían a sus bestias, perros y pájaros carniceros de ojos hambrientos, ilustrados en la visión de las masacres colectivas.
No puedo dominar mi inquietud y me he apartado del grupo con un pretexto. Me cuesta aceptar que tengamos que separarnos y morir. He sido instruido ¿durante cuánto tiempo? ¿Meses, años, apenas unas horas? He comprendido el significado de muchos misterios pero no entiendo que pueda ser destruido todo cuanto amo. Transición. Perfección. Desmoldamiento. Resurrección. ¿Qué significa todo eso para mí? Amo a Leo y Agatha como si fueran hijos míos. Ada y yo hemos anillado sobre los pequeños la fuerza de nuestro instinto y los hemos proyectado más allá del círculo de nuestra equidad. Están también Adrian y Anna y los viejos, Noel, que tal vez no exista y sólo sea la plenipotencia de una sabiduría lejana, extraplanetaria, y la frescura de Lydia, con su anciana belleza semejante a un modelo imposible de inmortalidad.
Me he apartado a llorar porque todo nuestro amor ha desbordado, con exceso, mi deseo de vivir. Si pudiera sacrificarme por los demás, lo haría. Así encontraría la paz, justificándome en el ejercicio de mis sentimientos. Si estuviera a mi alcance la potestad de decidir, descendería hasta el valle y ofrecería a la ferocidad del mundo mi sacrificio.
Escucho que Agatha me llama para compartir sus juegos y trato de ocultar la humedad de mis ojos.
Domingo 27 de agosto.
La vieja cocina ultrasónica que habíamos recogido en una casa abandonada, dejó de funcionar. Hemos tomado como alimento solo frutas y agua del manantial. Privamos a los niños de sus caldos y leche caliente pero no podemos hacer fuego sin delatarnos.
Nos sentamos mirando hacia el este. A nuestras espaldas la roca nos cobija del rescoldo del sol y proyecta una fresca sombra. Adrian quiere decirnos algo:
-Deseo describir a ustedes mi pensamiento. Es un impulso interior que tiene dirección precisa. Al principio lo sentía como un péndulo que oscilaba y marcaba un movimiento equitativo, una contradicción. Ahora el eje se ha desplazado corrigiendo mi propia estabilidad y me oriento hacia la ciudad de Hormud. Siento que debo penetrar en un mundo desconocido y sembrar allí mi propia vida hasta que desaparezca, o brote renovada.
-Sabía –dijo Noel- que esta hora tenía que llegar porque este momento es parte del significado de nuestras vidas. Si más allá de esta hora de visión podemos desatar un alud de bienaventuranza sobre nuestro mundo, los dioses generosos aceptarán la supervivencia de nuestro planeta. Si no resulta de ese modo sobrevendrá la extinción y entonces nada tendrá sentido, salvo el ordenamiento de las leyes generales.
Lydia puso una corona de rosas y laureles sobre los hombros de Adrian y lo besó. También lo hicimos nosotros. Luego Noel dibujó con carbón, sobre el piso de piedra, signos cuyo significado nadie pudo interpretar, salvo él. Luego tomó la mano de Adrian y la apoyó en la suya. Hizo con espinas una marca en la yema de los dedos y ambos intercambiaron el sentido de sus destinos individuales. Tal vez hicieron un relevo iniciático. Eso no lo sé. Noel también bendijo en el vientre de Anna la pequeña vida que ha gestado con Adrian.
Miércoles 30 de agosto.
Desde que Anna y Adrian partieron hacia el valle, Leo despierta durante la noche y llora, llamándolos. Ada y yo hemos tratado de explicárselo pero el niño ha cerrado sus percepciones y se niega a admitirnos. Tampoco desea tomar alimentos y vemos cómo cada día desmejora. Estamos tristes por lo que está sucediéndonos. Nadie quiere viajar ahora por el cielo interno de la mente y aumenta la inquietud del grupo.
Jueves 13 de septiembre.
Imprevistamente, hoy al mediodía, un pájaro morab, de vistoso plumaje anaranjado, nos ha traído un saludo de Adrian. Apenas la memoriosa criatura del espacio se posó en nuestro refugio la conducimos al Hueco del Silencio de nuestro Hogar y escuchamos una y otra vez el mensaje de nuestro amado viajero:
Querida familia: el pájaro morab que transcribirá mis palabras se llama Anatol y pertenece a un matrimonio que nos ha permitido vivir por un tiempo en su casa. Estamos muy próximos a las trincheras electrónicas de la ciudad de Hormud y desde la ventana de nuestra habitación observo diariamente el paso de las tropas de los Galápagos. Les sorprenderá saber que hay muchos de nosotros viviendo ocultos a toda visión, aún a la auscultación astral que pretendíamos. Es posible que pronto desciendan aquí naves del planeta Tierra. Los amamos mucho y deseamos vuestras bendiciones. Anna ya ha comenzado a dialogar con el niño que lleva en su vientre y ambos se comunican por el cordón de plata. Todo podrá cambiar en un par de meses si podemos comunicarnos con el resto de nuestra raza. No teman enviar una respuesta; el pájaro morab nos ha prometido que, en caso de ser capturado, se abrirá el corazón.
Viernes 14 de septiembre.
La primera conversación retomó el hilo de los acontecimientos del día anterior. Todos estábamos emocionados y Leo por fin empezó a sonreír y comió con apetito. Tenemos que tomar una decisión importante pero nos falta valor. Noel cree que es un simulacro para obligarnos a salir y caer en manos de los inmisericordiosos. Nosotros pensamos diferente y nos alienta la posibilidad de una invasión desde el planeta azul. Los Galápagos no son nuestros hermanos, ni siquiera han nacido en este planeta. Y son una amenaza para el futuro de otros mundos si llegan a vencernos y resistir a los terrestres. Se lo dijimos a Noel e insistimos hasta que él tomó la decisión de dictar una respuesta. Nos sentamos alrededor de la mesa circular de piedra y Noel, mirando fijamente los ojos verdes de Anatol, le dictó este mensaje:
“Amados hijos Anna y Adrian. Estamos perplejos por la vitalidad de los nuevos acontecimientos. De un modo desconocido para mí, ha comenzado a modificarse el esquema de las alternativas. Sin embargo, una amarga inquietud permanecerá en mi corazón hasta no recibir otro mensaje en el cual deberán incluir la clave que se menciona en la Asamblea de los Perfeccionadores. No revelen a nadie nuestra posición. Nosotros ya los hemos encontrado pero no arriesgaremos una nueva comunicación mental. Agatha y Leo los besan junto a nosotros”
Sábado 23 de septiembre
Hoy he podido reparar la cocina ultrasónica y festejamos con alegría nuestra primera sopa caliente en varias semanas. Agatha cumple hoy tres años y hemos prometido llevarla a pescar a la Cascada de las Truchas.
Lunes 25 de septiembre
Después de almorzar decidimos mantener una plática sobre nuestro pasado individual. Hasta hoy, en que Noel nos ha pedido hacerlo, habíamos mantenido un tácito convenio de callar nuestro ayer personal. Este último tiempo es para nosotros toda nuestra vida pero hay también otras imágenes que frecuentan el grupo a las que debemos conocer mejor.
Ada recordó a su esposo y a su pequeño hijo casi con alegría, tal como si mañana pudiese viajar y encontrarse con ellos. Contó detalles de la pequeña casa que tenían frente a la plaza del pueblo donde ella enseñaba pintura. Recordó su juventud, los años de estudio, las experiencias de su adolescencia. Luego le tocó el turno a Lydia y con su permanente buen humor relató su vida en la granja, los años de sacrificio junto a su marido para alimentar a tantos hijos con tan pocos medios. Dijo que a su esposo lo habían ejecutado en el campo, mientras araba y que ella huyó con los más pequeños por las áreas devastadas por el fuego y que uno tras otro los fue dejando ya sin vida bajo el resplandor de las hogueras. Lydia es tan segura y tan diestra en el dominio de sus emociones que todos la admiramos. Nos hemos acostumbrado a recurrir a ella, a sus palabras simples, al lenguaje transparente que utiliza para mencionar el preciso nombre y sentido de las cosas y de los hechos. Noel la ama y por eso nos dijo que él no había tenido jamás otra vida, que su pasado yacía en el polvo, que así era mejor. Se puso de pie y tomó a los niños para salir con ellos a la luz del día.
Jueves 28 de septiembre.
Pasamos el tiempo que duró la luz del sol mirando el horizonte, tratando de ubicar la llegada de Anatol. Mas todo ha sido en vano y nos hemos ido a descansar sin probar alimento. Los niños han jugado todo el día, ajenos a nuestra incertidumbre.
Sábado 30 de septiembre.
Nuevamente pasó por el desierto la caravana de trineos eléctricos y como siempre, el eco de los cuernos de caza y el ladrido de los mastines nos ha llenado el corazón de congoja.
Martes 3 de octubre.
Noel me pidió que descendiera, siguiendo el curso de agua del manantial, hasta el valle. Salí temprano, cuando todos dormían, ocultándome sigilosamente entre los árboles que crecen en las laderas de la montaña. Vi más halcones y me pareció que el número de perros también era mayor. Exhausto, llegué a las inmediaciones del valle tomando únicamente un sorbo de agua cuando la sed me vencía. Allí están aún los restos de los vehículos destruidos por el fuego, los automóviles, ómnibus, camionetas y todo cuanto había sido útil para transportarnos alguna vez hasta el confín de los caminos pavimentados. Esperé que la noche amparara con sus sombras el poco valor que tenía para tratar de alcanzar una presencia semejante a la mía. Si doy con una patrulla de Galápagos seré alimento para sus perros y no puedo confiar demasiado en mi predestinación. Permanecí en el agua para despistar a los perros de la guardia fronteriza y luego me deslicé por unos extensos campos sembrados de trigo cuyas espigas, aún verdes, se movían bajo el aire fresco de la noche. Las lunas salieron lentamente desde el horizonte en una formación oblicua en la que Nebor y Tarh sobresalían por su tamaño y el majestuoso relieve de sus continentes. Encontré al fin la casa abandonada y esperé hasta estar seguro que no había nadie en las inmediaciones. Entré por una ventana abierta y bajé al sótano. Busqué la caja de fósforos en el lugar convenido y encendí uno. Debajo de una bolsa de maíz estaba la carta de Natan. Regresé por el mismo camino, zigzagueando, obligando a mi voluntad a que me condujera cuesta arriba, hacia nuestro secreto refugio. Ada me contó después que me habían encontrado completamente agotado, muy próximo al Hogar y que la carta de Natan los había llenado de júbilo.
Domingo 8 de octubre.
Mientras descansaba, rodeado por Agatha y Leo, Lydia leyó nuevamente la carta de Natan:
“Cada vez que podemos nos reunimos con Anna y Adrian para diseminar los nuevos conocimientos entre el pueblo. Adrian dice que Anatol, el pájaro morab, fue obligado a descender por una gavilla de halcones amaestrados y que antes de tocar tierra se había arrancado el corazón. Desconfíen de toda señal y también de las premoniciones. Queremos que sepan que la madre de Agatha vive, está con nosotros y bendice vuestro amor por la niña. Le hemos dicho que algún día nos reuniremos y seremos una familia mayor donde todos nos tendremos a todos. Anna está próxima a ser madre y extraña vuestras imágenes y la miel silvestre de las montañas. En la región de Hug-Horm, detrás de las colinas de Utm hay un campamento terrestre listo para entrar en combate. No vuelvan por la granja, nosotros nos comunicaremos con ustedes por otros medios. Con amor. Natan”.
Miércoles 18 de octubre.
Mientras tomábamos el fresco, sentados sobre la roca del acantilado que prolonga como un patio en el espacio nuestra caverna, Leo y Agatha empezaron a señalar muy distantes puntos de luz blanquísimos que oscilaban en la bruma del valle. Localizamos en aquel lugar la planicie de Pamasatian donde en algún tiempo existió Palmira, la amada ciudad de mi adolescencia. Interrogamos a Noel y nos dijo que las luces provenían de la irradiación electromagnética que generan los grupos de iniciados cuando se reúnen y que sólo nosotros podemos detectarlos porque vemos con el ojo del espíritu trascendente. Pensamos en Anna y Adrian y comprendemos que esta señal es el comienzo de nuestra inminente separación. Permanecimos el resto de la noche en silencio.
Sábado 21 de octubre.
Noel y Lydia, mientras caminaban por los estrechos senderos que se bifurcan en la floresta occidental de la montaña, vieron el primer transporte espacial con tropas provenientes de la Tierra, que se dirigía en dirección a la ciudad amurallada de los Galápagos.
Qué extraña emoción hemos sentido. Durante siglos, fuimos nosotros quienes visitábamos la Tierra en nuestras veloces naves galácticas. Ahora, sometidos por perversos extranjeros, vigilamos el cielo para observar la llegada de nuestros aliados. Sólo ellos, nacidos bajo el signo de la violencia, serán capaces de exterminar a nuestros enemigos.
Sábado 28 de noviembre.
Hoy hace un mes que Noel y Lydia descendieron buscando la convergencia de su predestinación en la armonía de la raza. Sabemos que han eludido a los cazadores y atravesado valles y trampas durante su largo viaje. Agatha, que ha heredado la clarividencia de Lydia, dice que ambos viven y que se comunican diariamente con ella.
Mañana regresaremos nosotros. Hemos ocultado las pocas cosas que no podremos transportar y preparado agua y alimentos para el viaje. Para los niños éste es el principio de una gran aventura y apenas duermen imaginando las cosas que verán. Sólo Ada y yo, algo tristes y sin decir palabra, permanecemos continuamente entrelazados por una dulce ternura. ¿Cómo será la mamá de Agatha? ¿Podremos vivir cerca de ella? ¿Seguirá amándonos como hasta ahora? Ignoramos quienes de nuestras respectivas familias han sobrevivido a los campos de concentración y a los genocidios. Mañana, muy temprano, nos despediremos del Hogar.
Domingo 29 de noviembre.
Hemos demorado un día la partida para ocultarnos de los soldados del ejército Galápago que huyen desde sus concentraciones subterráneas hacia las montañas. En las ciudades se ha desatado la guerra y todo parece ahora más confuso. Hemos perdido contacto con Noel y Lydia y sólo nos queda la intuición de la pequeña Agatha para llegar con vida junto a los nuestros. Toda la noche nos ha mantenido despierto el ladrido de los perros y el ronco gemido de los cuernos de caza.
JUAN COLETTI
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