LOS SOBREVIVIENTES


Martín Butler dice, en su Filosofía del Renacimiento, que el elixir que San Diógenes bebió en el cáliz de la Iglesia de Santa Bernarda era vino de otro universo que arcángeles revestidos de armaduras plateadas depositaron en las bodegas del convento la llamada “Noche de las Luciérnagas Estruendosas” cuando el resplandor de un refulgente meteoro desolló la llanura de Mérida de tal modo que el rescoldo sobrevivió una semana a los llantos y a las quejas de los moribundos.
Estos portentosos informes sufrieron las añadiduras del tiempo y la superstición. Cuanto más grande es ésta y más amplio el recorrer de aquél, mayor es la maravilla de su magia. Para Butler, un disconforme filósofo que atrapó para sí la más ruinosa crítica de sus contemporáneos, la teofanía de los místicos precursores
2
parte de una equilibrada interpretación de los relatos que nos llegan a través del encendido mechero de la imaginación y de los sueños.
Estos (aparentes) símbolos mágicos mezclados con las groserías de los relatores más ignominiosos, no pueden sufrir modificación alguna en cuanto ellos son fruto de la constate emanación de la conciencia, es decir, de la napa de la inteligencia colectiva que se dio en llamar el subconsciente. Cuanto más giran aquellas versiones de arcanos prototipos mejor perfeccionados los encontraremos al cabo de los tiempos. Estaban allí desde la oscuridad de la historia y así están hoy, intactos y siempre cambiantes, en paradójica acción que hace posible su permanencia y su renuevo.
La teoría de Butler y de los analistas ingleses de la escuela de Reinach, surge de la interpretación de los escritos de San Diógenes, denso libro de visiones de un mundo paralelo al nuestro y en el cual, por momentos, como el pasajero del tren que extiende la mano y arranca una hoja del paisaje, podemos extraer a voluntad. Según ellos, los siglos pasados formarían prietos reservorios que entregan y perciben del actual el contrapeso determinado por la congruencia antitética del tiempo.
En 1563, San Diógenes ha celebrado misa y escanciado el sabroso vino cuyo símbolo es la Sangre del Redentor. Es una suave mañana del otoño meridional y mientras cruza los dorados cultivos, siente que su sangre es aproximada al frenesí de una visión indeseada pero a la vez de gratísima apariencia. El mensaje, que ha movilizado los arquetipos de su mente, es luego transcripto tal como le fue dictado:
3
A vosotros, hijos de la Isla de Fuego de Tzalán, nacidos de la espora virginal de nuestras mieses. Escuchad atentamente, porque está aproximándose el tiempo de la dispersión. Nuestra voz, potente y dulcísima, viene desde el siglo XX. Giramos en un anillo de curiosa complejidad cuyo eje es el mismo donde se mueve vuestra vida. Mirad ese cielo sin estrellas: en él, una cerrada noche perpetúa la miseria y el espanto. Estamos depositando semillas por debajo de la puerta de la Casa para que sean aceptadas y crezcan esperándonos.
San Diógenes perdura a través de los años en la dócil comunidad contemplativa atento a las voces del cielo. Todos le observan con paciencia y caridad y lo abandonan al universo que a ellos es ajeno y peligroso. Universo de cualidades insoportables para la reposada visión de la costumbre. Su celda vibra con el estremecimiento de las revelaciones. Casi ciego, todavía escribe y dice, refiriéndose a sus invisibles interlocutores:
Ellos han procurado abastecerse con la riqueza de los reglamentos de la Orden. Son fuertes y ágiles. Cruzan de una estancia a otra. Montan barriletes metálicos, cuencos de plata y oro, antorchas de perpetua luz. Pero agonizan en la Edad de la Crisálida. Se emocionan al escuchar el canto de suaves oraciones. Viajan desde el mañana para buscar refugio en nuestros corazones.
El abad del monasterio recoge confesiones y palabras del anciano monje. El aire apenas agita sus blancos cabellos y abate el murmullo de las plegarias mientras camina por el campo de olivos. Siente que los viajeros se aproximan a su espacio interior. Él los cobija y protege para que puedan completar sus mensajes y
4
asegurar que la entrada, por esa dimensión, permanece abierta. A la noche escribe:
Ellos me han dicho hoy: gracias por el cáliz de vuestra sangre. Tal vez sea tarde, tal vez no. Sustituimos la subversión del orden por el principio del número y la forma, el estilo de la simplicidad y la metáfora del comportamiento. El silencio distribuye nuevas proporciones al crecimiento real. Renacemos. Nos reconstruimos en base a frescas germinaciones interiores.
Martín Butler afirma que las grandes potencias abrevan en una fuente común de inspiración política y segregan de ella los diferentes órdenes según la posición estructural de las naciones sobre el mapa del mundo. La oportunidad circular mantiene el equilibrio de las relaciones internas del poder y hace posible la supervivencia, cualquiera sea el grado de aniquilamiento colectivo. Se inspira en una de las últimas profecías de San Diógenes:
Vendrá el día en que ellos aposentarán sus naves cargadas de Alimentos sobre nuestras ciudades. El polvo de los astros cubre sus cuerpos y una ansiosa vigilia los orienta hacia nuestros corazones. Bebed el vino de sus odres sagrados, comed el pan que amasan con su trigo. Escuchad sus palabras porque son los sobrevivientes de la Gran Patria de nuestros padres. Pronto será el día del regocijo, de la exultación y las bendiciones. Vienen hacia nosotros cruzando el océano del Tiempo, colmados de semillas y levaduras. Traen el molde y la arcilla, el polen y el carisma de la vida divina. Habitan arcas de hierro y terciopelo y tienen la abundancia del saber. Son selectos y únicos porque
5
han superado el llanto y el fracaso. Amad y recibid con generosidad a los últimos hijos de la Tierra.
JUAN COLETTI

No hay comentarios:

Publicar un comentario