El mundo había sido devastado. Sólo quedaban una mujer y un hombre sobre las ruinas de la Tierra.
Esta es, dijo el Ángel Perfeccionador, la semilla del Árbol de la Vida. Cultívenlo , mas cuando
crezca no coman de su fruto.
De inmediato el
hombre y la mujer cayeron en un profundo sosiego y durmieron abrazados sobre un
mar de arenas rojizas a la luz de una
luna prodigiosa.
Al amanecer el
hombre dijo, soñé que una lluvia tibia y salada descendía de un cielo sin nubes
y bañaba la vastedad del universo.
No era lluvia,
respondió la mujer, sino lágrimas de dolor de los infinitos seres que padecerán
a causa de nuestra obediencia. Si plantamos esta semilla nacerá el Árbol del
Bien y del Mal y caeremos en la tentación.
Es verdad, dijo el
hombre, no sucumbiremos a la ilusión del pecado y de la muerte a la que fueron
condenados nuestros padres Adán y Eva.
El Ángel
Perfeccionador se hizo visible y los amonestó:
Para alcanzar la
liberación es indispensable someterse a la Ley , porque sin Ley no hay posibilidad de
transgresión, sin transgresión no hay culpa, sin culpa no hay perdón, sin
perdón no hay liberación.
Juan Coletti
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