1
Han pasado casi 40 años desde el día en
que mi joven amigo Miguel García desapareció misteriosamente. Yo, que durante
este insoportable tiempo he guardado, bajo juramento, el terrible secreto que
destruyó su vida, confieso que no puedo seguir haciéndolo si quiero conservar
la razón. Contaré cuanto sé para liberarme de esta pesadilla y transferir a
otros la pesada carga de su redención.
Me siento enfermo e impotente para
frenar el crecimiento de la perversidad, y pongo en este mensaje un grito de
auxilio en nombre de Dios porque aún no he perdido totalmente la esperanza de
encontrar a uno, entre miles de millones de hombres, que entienda el
significado oculto de las palabras en la espantosa historia que voy a relatar.
No concibo este cruel exilio y el desamparo
espiritual que he experimentado durante la búsqueda del significado y de la
clave primordial, en procura de señales y de guías que me ayudaran a encontrar
la verdad o, por lo menos, el consuelo de saber que no he vivido en vano.
A pesar de que durante estos últimos
años de mi vida he tenido la fortuna de frecuentar a eminentes pensadores,
conocer disciplinas científicas y técnicas y contactar con auténticos
manantiales de sabiduría, no he alcanzado a comprender el destino del
desdichado Miguel. Por momentos creo que su obra fue generada por la inevitable
ley de consecuencias de donde brotamos o nos hundimos rítmicamente a través del
oleaje de una portentosa vida transcósmica; pero después, cuando contemplo la
inalterable realidad y la consistencia de las leyes fundamentales de la
naturaleza, se apodera de mí un vacío existencial que nada puede colmar y caigo
en la desesperación.
Esa experiencia me lleva a afirmar que
todo cuanto pueda decirse una vez leído este testimonio, todo análisis y
lucubración, serán apenas escasos y mezquinos razonamientos frente a lo que yo
intuyo acerca de los canales por los cuales el mal desemboca continuamente
sobre el mundo.
Londres, 3 de marzo de 1981.
Estimado señor:
No hemos encontrado en los
anales de nuestra Sociedad un pedido de investigación semejante al suyo a pesar
de lo variado y extenso de nuestros archivos.
La
naturaleza del caso, realmente sorprendente respecto de las maniobras genéticas
que usted describe y que atribuye a experimentaciones físico-químicas poco
ortodoxas, están al margen de los temas específicos de nuestras
investigaciones, por lo cual no podemos comprometernos a participar en la
búsqueda de respuestas científicamente aceptables.
Entendemos
que el decapamiento progresivo llevado a cabo por los distintos centros de
investigación diseminados en el mundo, ha traído suficiente claridad sobre
antiguos fenómenos que, como la
Alquimia , van dejando de lado esa atmósfera de magia y
ocultismos que la caracterizaron en tiempos de Giovanni Battista Della Porta y
de Heinrich Cornelius Agripa von Nettesheim, por nombrar sólo a dos grandes
sabios del pasado que legaron a la posteridad importantes descubrimientos.
Lamentablemente,
no contamos en este momento con voluntarios adecuados para enviarlos a ese gran
país sudamericano a investigar el suceso que a usted tanto preocupa, y
difícilmente los encontrará a menos que aporte mayores elementos de juicio en la apropiada
dirección.
No
obstante y para honrar a nuestra institución en aquello que la caracteriza más
notoriamente, es decir su inalterable antidogmatismo y vivo interés por las
ciencias del hombre, recomendamos
comunicarse con el profesor Alfred Bellamy, Director del Roitman Biology Instituye.
A él se deben importantes descubrimientos en el campo de la biología marina, y
del interés que usted logre despertar por el tema podría surgir la posibilidad
de que tan importante investigador participe en la empresa.
Quedamos a su disposición.
WILLIAM
LODGE
Society
for Psychical Research
2
La época en que tuvieron lugar
los sucesos que voy a narrar data aproximadamente de principios de 1955. En
aquel tiempo vivía yo con mis padres y hermanos en una calle angosta que
desembocaba en la costanera de la ciudad de Miramar, una población construida
sobre la margen sur de la laguna Mar Chiquita, un extenso espejo de agua salada
que tenía por aquellos años una extensión de 75 kilómetros de
largo por 26 de ancho.
Miguel García vivía sobre la misma calle,
unas cinco cuadras arriba, cerca de la plaza; tenía 19 años, dos más que yo y
era –más bien sigue siendo y lo será por el resto de mi vida- uno de mis
mejores amigos.
Creo que los funestos sucesos que
ocurrieron un tiempo después empezaron aquella tarde de un domingo que habíamos
salido a caminar por la costa de la laguna con un grupo de jóvenes a contemplar
el fascinante vuelo de los flamencos.
-Vean esto –nos dijo de pronto Miguel,
señalando el suelo barroso-. La tierra contiene infinitas y variadas semillas
de vida. Sólo es necesario que llueva para que broten gusarapos, hongos y
mosquitos por todos lados. En cada metro de tierra que pisamos hay millones y
millones de células germinativas que aguardan la humedad, la electricidad y
ciertas condiciones especiales para transformarse y crecer. Así era en el
principio, como dice la Biblia ,
cuando en este planeta no había ninguna forma de vida aparente. Todo este
inmenso globo no es otra cosa que un gran óvulo sexual que potencialmente
contiene no sólo las especies conocidas sino también las que se generarán en el
futuro cuando la ciencia pueda formar vida a partir de la sustancia inanimada.
-¿Es verdad, Miguel, que Dios creó al
hombre soplando sobre un puñado de barro? ¿Creés que eso tiene sentido? –lo interrumpió
Oscar Maldonado.
-Como les decía recién –afirmó Miguel
muy serio y convencido-, todo surge de los elementos de la tierra. Todo lo que
fue, es y será, está aquí. Lo que Dios hizo fue tomar un puñado de barro
cualquiera e insuflarle el relámpago de la vida.
Nos sorprendió una bandada de patos que
levantó vuelo repentinamente ante
nuestra proximidad.
-Por eso –prosiguió Miguel-, la misma
Biblia dice que en el principio fue el Verbo. ¿Qué significa eso? Sencillamente
que Dios pronunció una Palabra Sagrada,
un texto que sólo Él conoce y mediante el cual inventaba mundos,
especies, ángeles y demonios y todo cuanto existe o pueda ser pensado como de
posible existencia.
Ninguno de nosotros entendía lo que
Miguel pretendía explicarnos pero seguíamos escuchándolo con respeto y
admiración porque, entre todas las personas que conocíamos, únicamente él podía
enseñarnos cómo se formaban los mares y los continentes, de qué sustancia
estaban hechas las estrellas y el lugar
exacto que correspondía a cada cosa.
Aunque solamente había asistido a la
escuela primaria, Miguel poseía una suma de conocimientos increíblemente
superior a la nuestra. Años después, cuando ingresé a una etapa de mayor madurez y capacidad de
reflexión, comprendí que su cultura intelectual era imperfecta y desarticulada,
propia de quienes carecen de una
adecuada formación teórica y sistemática.
Supongo, con sobrados fundamentos, que
su osadía para enfrentarse a una serie de raros experimentos se la dio el
estudio de ciertos libros que encontró olvidados en un viejo arcón que había
pertenecido a su abuelo, un español llamado Francisco Simón, quien había sido
miembro de una organización masónica, rosacruz o algo parecido.
Ciudad del Vaticano, 14 de abril de 1981.
Amantísimo hijo:
La terrible congoja que se abate sobre tu
corazón es la mayor prueba de la existencia tangible del Mal y de la insensatez
de algunos hombres, puesto que todo conocimiento y práctica de la ciencia que
se ejecuta a espaldas de la verdadera sabiduría, la que proviene del amor a
Dios, por mediación de nuestro amado Señor Jesucristo y de su dulce Madre María
Santísima, conduce al destierro de la vida divina y a la disipación del alma
venturosa, por lo que merece grave condenación.
Tal
clase de información y el lenguaje que la describe nos parecen extraños y
contrarios a un verdadero y sano razonamiento. Esas formulaciones de juicio
están muy próximas al idioma de nigromantes y espíritus adversos al sentimiento
de la Iglesia. Ellos ,
junto a delirantes alquimistas o haciéndose pasar por ellos, actuaron durante
siglos sembrando confusión y vanos intentos de desafiar la ira de Dios.
Y
es, precisamente, por obra de estos opositores al sentimiento de sumisión
divina, que fluyó hacia el mundo un modelo de conocimiento que se expresa, en
nuestro siglo XX, en la diabólica carrera de armas y venenos químicos que bien
podrían acabar con la obra de nuestro Creador.
Nos
apena tanto desconcierto y nos conduele ese tormento por el destino de tu buen
amigo Miguel García. Sin embargo, no aceptamos ese pensamiento de vano riesgo y
hueca esperanza de encontrar el fin de tal supuesta monstruosidad mediante el
sortilegio. La única cadena de salvación que nos une a la redención prometida
por nuestro Salvador es la oración y la penitencia devocional. Si en verdad hay
algo que pueda ser vencido debe hacerse mediante el aborrecimiento del mal, la
desconfianza a la soberbia gnóstica y el desprecio por la sabiduría de Satanás.
Olvida,
hijo mío, la promesa blasfema que guardas en tu corazón ya que sólo a Dios
podemos prometer fidelidad y renuncia como anhelo de salvación y único medio de
participación al dolor de nuestro prójimo.
No
continúes esa alucinante búsqueda de lo imposible. Deja de interpretar
mágicamente lo que es atributo de los sabios e investigadores. Ellos
encontrarán explicación a la expansión de las aguas de esa laguna a la que
llamas “maldita” en tu ofuscación. No olvides que la Santa Iglesia no sólo acepta el
veredicto de la razón científica sino que ella misma, por sus propios hijos y
sacerdotes, es custodia de la lógica y del buen entendimiento que conducen a
esclarecer los caprichos de los elementos de la naturaleza.
Busca
en una sincera y limpia confesión el verdadero sentido y causa de tu angustia.
Nada resulta más liberador para la incertidumbre y el pecado que una humilde
comunicación con nuestro director espiritual. Fuera de aquellos que hacen de
tal práctica un hábito insuficiente y mecánico, la confesión es el resultado
del valor personal, modestia interior y sana conciencia.
Nos
comunicaremos con nuestro Obispo en la ciudad de Córdoba y mantendremos
contacto con él respecto de lo que causa tamaña tribulación a tu alma.
Ora
continuamente y aborrece en tu corazón las sombras que el Príncipe de las
Tinieblas ha depositado, repudiando vivamente las perversas imágenes que se
alimentan de tu afiebrada mente.
Reciba
nuestras bendiciones.
Cardenal
AMITORE VITALI
Congregación por la Fe y el Dogma
3
Cierto día que estábamos escuchando
radio en su casa, Miguel nos aseguró que iba a enseñarnos cómo fabricar una
víbora.
-Miren atentamente lo que voy a hacer
–dijo, arrancándose un cabello-. Tomo este frasco, introduzco el pelo de mi
cabeza, lo lleno con agua salada de la laguna y lo tapo herméticamente. Dentro
de un par de meses el cabello estará transformado en una víbora pequeñísima que
empezará a moverse y a crecer. Entonces tendré que arrojarla lejos o matarla
porque si no lo hago ella me destruirá a mí.
Nos estremecimos ante la idea de que
nuestros pelos pudieran convertirse en reptiles del agua. Sin embargo, ninguno
de nosotros tenía entonces el conocimiento adecuado para refutar aquellas
absurdas teorías de Miguel.
Estos raros experimentos y las
alucinantes conversaciones fueron raleando al grupo hasta que sólo yo permanecí
a su lado, más por fidelidad a la noble pasión de la amistad que por interés en
sus extrañas ideas.
En una oportunidad en que nos
encontrábamos leyendo en el cuarto de estudios que había construido con maderas
y chapas de cinc en el fondo de su casa, Miguel, vivamente excitado, me dijo de
pronto:
-Voy a fabricar un golem.
-¿Un qué? –pregunté, sintiendo que la
sangre se me congelaba ante la sola pronunciación del misterioso nombre.
-Voy a fabricar un golem. Ya sé cómo
hacerlo.
-¿Qué es un golem?
-Algo semejante a un hombre, una
especie de monstruo artificial.
-¡Un monstruo! ¿Y de dónde vas a
sacarlo? –pregunté, ingenuamente, como si se tratara de conseguir la más común
de las materias primas.
-Tengo todo listo. En principio
dispongo de la teoría básica, un programa de experimentos químicos bastante
complejo, algunos elementos físicos ya seleccionados y la casi segura
existencia de una semilla prodigiosa que
buscaré en la laguna.
-¿Qué clase de semilla?
-No puedo decírtelo porque no
entenderías –me dijo Miguel, en cuyos ojos ya empezaba a brillar la obsesión
que lo seguiría hasta el fin de sus días-. Se trata de una sustancia que será
la base de la inseminación, una especie de óvulo femenino que las aguas saladas
pueden conservar durante millones de años hasta el momento en que un “iniciado”
las recoge y les da el destino que sólo
él sabe.
-¿Creés que eso será posible? ¿No te
parece una locura, algo que está en contra de nuestra religión? ¿No has pensado
que Dios podría castigarte por ese grave pecado?
Me miró un momento, fijamente, con
expresión altiva y segura a la vez que me hizo sentir disminuido y estúpido.
-No tengás miedo. Todo lo que un hombre
puede hacer es porque, de alguna manea, le está permitido, no importa por
quién. Si realmente existe Dios y no está de acuerdo con lo que estás haciendo,
te fulmina en un segundo y todo se acabó.
Reconozco que fui un insensato en
prestarme a colaborar en aquel experimento y un ignorante que no supo
sospechar el grado de conocimiento real
que mi amigo había alcanzado. Su “ciencia” no era (lo supe tardíamente) nuestra ciencia, como tampoco la moral que
apoyaba sus actos es la que prevalece en nuestra sociedad.
Todavía conservo algunos apuntes de
Miguel que más adelante contaré cómo llegaron a mis manos. Aparentemente son
comentarios y análisis de algunos textos que él menciona y de los cuales,
supongo, extrajo sus métodos de trabajo y las técnicas de laboratorio que luego
emplearía.
Lo que sigue es una parte de las
mencionadas notas:
“La
historia de la alquimia antropológica se remonta a Simón el Mago, compañero y amigo de Pablo de
Tarso (conocido posteriormente como el Apóstol San Pablo), fundador de una
antigua escuela gnóstica y padre de los primeros hijos artificiales del hombre,
los golem, que en el siglo I de nuestra Era formaron parte de las invencibles
guerrillas que actuaron contra la usurpación romana en la antigua Palestina. De
Paracelso, el gran químico suizo de noble familia, iniciado por maestros árabes
en Constantinopla en artes mágicas y herméticas, se sabe que construyó
homúnculos dotados de vida pero carentes de habla y significación interior, por
cuya causa los destruyó.
Un siglo
después, en 1586, quien fuera rabino de Praga, Jehuda Löw ben Bezabel, resucita
las técnicas alquímicas de los sabios judíos y alcanza a fabricar una pareja de
golems azules que sólo alcanzó a vivir dos semanas.
Recientemente,
en el año 1944, en una perdida localidad de los Alpes bávaros, el general
alemán Rudolf Wühler, por expresa “orden superior”, según manifestó en el
juicio de Nüremberg, donde fue acusado de crímenes de guerra, recluyó a un
grupo de rabinos y teólogos judíos condenados a muerte en Polonia, quienes
trabajaron en el desarrollo de un prototipo de soldado-golem que de haber
llegado a concretarse a escala industrial hubiera cambiado la historia del
mundo”.
Otros apuntes contenían innumerables construcciones matemáticas de
compuestos químicos, evidentemente codificados en una clave que yo jamás podría
haber entendido y por cuya causa reduje a cenizas, impensadamente, ya que bien
podrían haber sido descifrados por expertos en esas disciplinas y contribuido
al esclarecimiento de tan desgraciados sucesos.
Nagasaki, Japón, 3 de agosto de 1981.
Estimado señor:
Con justo interés hemos recibido su nota
dirigida a nuestro Departamento de Investigaciones Genéticas, cuyos miembros la
han estudiado detenida y respetuosamente, sin considerar la insuficiencia de
los métodos analíticos y las conclusiones apriorísticas que contiene.
Adelantamos
a usted que hemos mantenido una previa comunicación con el Dr. Alfredo Álvarez
Gordillo, presidente de la Academia de Ciencias Naturales de la Universidad
Nacional de Córdoba, a propósito de la investigación que usted nos solicita y que resulta, evidentemente, más que una
seria y ordenada cuestión científica, una increíble y fantástica descripción de
hechos y circunstancias inexplicables más próximos a la ciencia-ficción que a
cualquier otra disciplina.
En
el curso de nuestros trabajos que se origina, como usted sabrá, en 1945, las
desviaciones y mutaciones en la genética humana y animal registradas y
cuantificadas, conforman un documento único en la historia de las ciencias
modernas. La amplitud de reconocimientos, resultados e identificaciones, nos ha
llevado al descubrimiento de caracteres límites, la mayor parte de ellos
conservados en el Museo de Teratología de nuestro Hospital. Sin embargo, no
hemos podido localizar en nuestros archivos un ejemplar de las características
que usted describe. Naturalmente, hemos consultado a colegas de otras
nacionalidades y tampoco ellos pueden afirmar que tal existencia sea posible en
un medio salino como el que usted detalla.
Nos
hemos limitado, objetivamente, al núcleo de su información y hemos descartado
de plano las subjetividades que escapan, por su imprecisión e incoherencia, al
más mínimo comentario que corresponda al
nivel en el cual deben ser tratados asuntos de semejante carácter.
Le
agradecemos en nombre de nuestro Departamento el honor de habernos elegido como
interlocutores, al tiempo que lamentamos no poder ofrecerle una respuesta más
significativa.
Nos
reiteramos a su servicio y lo saludamos atentamente.
Dr.
JEHUDI MATAYOSHI
Hospital Itushiro
Universidad de Kiushiú
4
En el período inicial de aquellas
pruebas secretas, que dieron como resultado el nacimiento de una formidable
bestia del infierno, Miguel me contó como su fiel ayudante, silencioso,
sorprendido y algo atemorizado.
Sus padres, gente buena y humilde,
tenían un almacén y despacho de bebidas
que apenas les aportaba lo suficiente para sobrevivir a una mediana pobreza.
Sólo Miguel, entre sus numerosos hermanos, como contraste y afirmando para sí
el privilegio de su grupo, parecía estar dotado de una predisposición y energía
superiores para enfrentar los acontecimientos y dificultades cotidianas,
circunstancias que después descubrí era la génesis caracterológica del genio y
del hombre creador.
Durante meses recorrimos la costa de la Laguna Mar Chiquita buscando a
través de agotadores kilómetros, entre el ardiente sol y la tierra salitrosa,
aquella semilla multimilenaria
que el “viento genésico del cosmos”, según textuales palabras de Miguel, había
depositado alguna vez sobre aquellas aguas en “el origen del sistema
planetario”, y que era la meta afanosa
de mi amigo y el fin de mi fatiga. Mientras más transcurría el tiempo
mayor era nuestra ansiedad y más justa mi preocupación y desconfianza.
En una de aquellas largas caminatas, en
la obstinada búsqueda de lo imposible, escuché los gritos de mi amigo quien con
una fina red rastreaba las aguas poco profundas:
-¡Aquí! ¡Aquí está! ¡Al fin la
encontré!
Había atrapado algo en un pequeño
recodo donde el agua golpeaba débilmente sobre los juncos. Parecía un pequeño
gusano de color rosado cuyo grosero aspecto me produjo una repentina
repugnancia y deseos de vomitar.
-¿Qué diablos es eso? –pregunté,
manteniéndome alejado.
-Es una especie alquímica de origen
marino, la semilla de la que tantas
veces te hablé. Acercate, no puede hacerte daño. Por ahora es sólo una célula
sexual perpetua e indestructible. Verás después en qué la transformaré. Te
sentirás orgulloso de haber colaborado en esta búsqueda.
Tomó el objeto viscoso, casi
transparente, con sus propias manos y lo depositó en un frasco de vidrio con
agua de la laguna.
Desde ese momento preferí callar y creo
que Miguel tampoco mostraba deseos de dialogar sobre nada con nadie, de modo
que regresamos a Miramar en momentos en que se hacía la noche, separados por
distintos pensamientos.
Al día siguiente ayudé a Miguel a
construir una larga antena, atando tres largos y delgados palos de álamo en
cuya punta superior sujetamos un trozo de metal del que partía un alambre de
cobre que condujimos hasta el improvisado laboratorio que mi amigo había
empezado a montar en la destartalada pieza, utilizando los más dispares e
increíbles elementos.
Después de varios días de preparativos
y cuando todo parecía estar llegando a la fase inicial del experimento
definitivo, Miguel me dijo repentina y bruscamente:
-Gracias por tu ayuda. No sabés cuánto
ha significado para mí que permanecieras
todo este tiempo cerca de mí, ayudándome. Te pido que a partir de hoy me dejés
solo. No lo tomés a mal, pero no quiero que sufras ningún daño por mi culpa.
-¿Qué clase de daño puedo recibir por
estar con vos? –le dije, intentando demostrarle el interés que aún yo tenía por
continuar viendo cómo se desarrollaba su proyecto.
-Por favor, no sigamos hablando del
tema. Sólo yo sé qué puede ocurrir de aquí en adelante. Hablo en serio.
Comprendí que nada lo haría cambiar de
parecer. Pasó así un tiempo durante el cual veía a Miguel muy de vez en cuando
pero, jamás, a pesar de nuestra sincera amistad, intercambiamos algo más que un
simple saludo y no volvimos a habla del asunto en el cual yo sabía que él
continuaba trabajando.
Y como sucede en este cambiante período
de la vida que es la juventud, mi interés se modificó y de pronto estaba metido
en mis propios proyectos personales.
Salt Lake City, Utah, 11 de noviembre de 1981.
Estimado señor:
Su extensa carta en realidad no me
sorprendió. Hace más de tres años que mantengo correspondencia con los doctores
Alfredo Álvarez Gordillo y Abel Tissera, de la Universidad de
Córdoba, quienes junto a dos estimados colegas de mi país, los doctores Douglas
Hautpman y Joseph Mercali, han trabajado intensamente en Mar Chiquita desde
principios de 1976, época de las primeras y más graves inundaciones, buscando
una explicación científica a la notable expansión que han experimentado las
aguas en tan pocos años.
Sin
embargo, y lamento decepcionarlo, tanto mis colaboradores como yo podemos afirmar
que no hay evidencia alguna de que en aquella extensa laguna (o mar interior si
prefiere el término), exista un animal acuático de las singulares proporciones
que usted menciona.
En
tal sentido y con la autoridad que me otorga el reciente Premio Nobel (con el
cual se han distinguido mis numerosos trabajos y descubrimientos sobre la fauna
oceánica), debo negar, enfáticamente, que existan pruebas acerca de la
existencia del monstruo noruego llamado Kraken. El origen de este animal mítico
se remonta y permanece en los amplios límites de la ciencia-ficción literaria
que ya lo representa como una serpiente de mar o como un pulpo de dimensiones
descomunales. Ya ve usted que yo mismo me veo obligado a utilizar expresiones
tan altisonantes y poco convincentes al tenor científico para referirme al
absurdo.
Con
el mismo énfasis, la ciencia actual rechaza la existencia del monstruo
denominado “La Bestia
de Lot” que usted menciona como probable habitante del Mar Muerto. Debe saber y
recordar que las criaturas protoplasmáticas tienen, como toda especie,
estrechos corredores de desarrollo y supervivencia, y mal podría un animal
semejante habitar lo inhabitable.
En
su carta usted menciona un “golem baboso” cuyo tamaño oscilaría en alrededor de
dos kilómetros de largo por un espesor de casi 200 metros de diámetro
en su centro, y atribuye a esa cuantiosa magnitud, supuestamente viva y en
continuo crecimiento, la causa del desborde de las aguas.
El
doctor Mercali, con el auxilio de la Fuerza Aérea de su país, recorrió la
superficie de Mar Chiquita mediante zondas de rayos infrarrojos, sin encontrar la más mínima huella de vida
biológica de semejante magnitud.
Nos
resulta difícil afirmar, sin ofensa, que su presunción acerca del nacimiento y
existencia actual de un ser protoplasmático en ese lago salado tenga origen en
las llamadas “ciencias ocultas”, más precisamente en un ensayo de laboratorio
casero realizado con groseras sustancias químicas. Consideramos, según nuestro
estado actual de investigación, que su sombría visión debería ser analizada
bajo la lupa de la parapsicología o de otras disciplinas afines, ajenas a
nuestro trabajo específicamente científico.
Personalmente
me apena el modo en que usted se enfrenta a esta dramática situación pero nada,
que no sea mi sentimiento de comprensión y solidaridad, puedo ofrecerle en
respuesta al vivo interés demostrado por usted hacia nuestra institución
académica.
Salúdole
cordialmente.
ALFRED
BELLAMY
Director Científico
Roitman Biology Institute
5
Cierta noche, a fines de marzo de 1956, se desencadenó una tormenta
eléctrica como jamás observé en mi vida. Recordé la antena pararrayos y los
condensadores que habíamos construido con Miguel y tuve el presentimiento de
que algo raro estaba ocurriendo en el laboratorio de mi amigo.
A falta de noticias volví a subestimar mis oscuras premoniciones y
aparté, deliberadamente, todo intento por caer en falsas expectativas.
Habrían pasado desde entonces unas dos o tres semanas, cuando una tarde
me sorprendió la silenciosa llegada de Miguel a la panadería “La Cantábrica ” donde yo
trabajaba. Se lo veía pálido y más delgado y estaba visiblemente alterado. Lo
noté al mirar sus ojos sombríos y huidizos.
-Tengo necesidad de mostrarte algo –me dijo-. Por favor, te pido que no
lo comentés con nadie. No les digás a los muchachos que vamos a encontrarnos.
-Está bien, Miguel –le respondí-, esta tarde, a última hora, apenas
salga del trabajo iré a tu casa.
Encontré a mi amigo sentado sobre un cajón de frutas, mirando fijamente
el frasco en el que había realizado su experimento. A la tenue luz de una
lámpara que estaba encendida sobre nosotros, me conmovió la expresión de
inseguridad y desamparo que lo rodeaba.
-Mirá, eso es un golem. Te dije que sería capaz de hacerlo.
El recipiente de vidrio encerraba una cosa esponjosa, de color rosado y
manchas verdes que se movía como si respirara en toda la dimensión de su
volumen. No recuerdo haber visto que tuviera ni ojos ni patas pues se desplazaba
torpe y lentamente en el agua como un caracol sin concha, como una especie de
babosa, flotando y sumergiéndose sin detenerse un momento.
-Dijiste que sería semejante a un hombre –comenté, haciéndole notar mi
decepción a pesar de que lo que yo estaba observando me parecía igualmente
increíble.
-Es todo lo que pude hacer. De cualquier forma tiene vida y yo lo
considero un golem, una criatura viva y poderosa que crece incesantemente.
Sentí una sensación de miedo y de furor al mismo tiempo por el repugnante
ser que estaba contemplando y le grité a Miguel:
-¿Por qué no lo tirás al pantano? Esa basura te va a volver loco.
-No hablés así –me contestó, visiblemente irritado-. Es necesario ser
muy ignorante para no darse cuenta de lo que este experimento significa. Esta
“basura”, como vos decís, es el sueño de
muchos grandes hombres que yo he convertido en realidad.
-Está bien –le respondí-, ¿pero qué vas a hacer con esa cosa?
-Me falta aún completar algunos detalles, hacer varias modificaciones.
Cuando llegue ese momento pondré al golem sobre la costa de la laguna para que
se adapte a su medio, para que despierte su natural instinto de
supervivencia. Sé que seguirá creciendo
pero ignoro cuáles serán sus dimensiones definitivas.
Un estremecimiento de terror sacudió mi cuerpo. Tuve la tentación de
tomar el frasco y arrojarlo contra el piso pero me contuvo el pavor de que
aquella “cosa” me mordiera o se prendiera a mis piernas.
-No sé si volveré a verte –le dije con enojo y salí corriendo hacia mi
casa.
Miguel no me contestó y cerró la puerta tras de mí con gran violencia.
Buenos Aires, 3 de junio de 1982.
Hermano:
Tu carta ha conmovido y trastornado la paz de nuestra organización.
Hemos estado reunidos durante siete noches ininterrumpidas para espiar, por el
ojo de la visión interior, la existencia del diablo gelatinoso que habita en el
abismo de Mar Chiquita.
¡Bendita
sea la sabiduría y la misericordia de nuestro Creador!
Deseamos
ser los primeros en el mundo en testificar a tu favor. Consuela, querido
hermano, tu trastornada razón, puesto que en verdad hemos contemplado ese
descomunal iceberg protoplasmático flotando a la deriva en las aguas saladas,
multiplicándose como una bestia apocalíptica, hambrienta, terrible, idiota y
fecunda en sí misma, dotada de suficiente potencialidad para cubrir toda la
superficie de la Tierra
con su apestosa y mórbida sustancia.
Nuestra
amada Hermana Amalia Díaz de Gudiño fue enviada por nosotros a Córdoba y allí
permaneció, fría de espanto durante dos días y sus consiguientes noches, parada
en la costa oriental de la inmensa laguna, soportando las pestilentes miasmas y
gritando el secreto nombre del Señor tal como le fue revelado por los profetas
de nuestro Templo.
La
hemos visto regresar con sus ojos marchitos por el llanto y el corazón oprimido
por el terror que tan violentamente ha padecido. Su canto psicotónico, su
maestría mediúmnica, su alma bondadosa y templada, de nada le sirvieron para
detener a esa infernal criatura, hija de
una mente infernal.
Consuela
también, querido Hermano, tu atribulado corazón, pues tu intuición apuntaba en
la dirección correcta: el alma desamparada de Miguel García permanece atrapada
en el núcleo del monstruo acuático y
grita desde esa placenta abismal su arrepentimiento y su culpa.
No
hemos podido sacarlo de allí y nadie podrá hacerlo porque sólo él y nadie más
que él es responsable por osar y repetir
las divinas palabras que solamente los dioses constructores de universos pueden
pronunciar.
¡Que
nuestro Señor tenga piedad de su alma y de todos nosotros!
Bendito
seas por tu sacrificio y por el don de hermandad que te une a la familia de los
elegidos.
Hermano
EMILIO RODRÍGUEZ MORELLO
Apostolado de la Luz Americana
6
Dejé de frecuentar a la familia García,
pero no podía dejar de pensar en la habitación donde Miguel pasaba la mayor parte
del día entretenido con su maldita creación. Me esforcé para apartarme de
aquellas delirantes imágenes y realicé ejercicios para motivar mi subconsciente
y convencerme de que Miguel estaba realmente maquinando una soberbia burla para
divertirse con nosotros. Quería persuadirme de que “aquello” que estaba en el frasco sería, apenas, un insignificante
gusano u hongo del agua.
A pesar de mis esfuerzos por permanecer
tranquilo y apartado, los acontecimientos de las semanas siguientes me
devolvieron los terrores soterrados en los huecos de mi alma. Algo inhumano y
terrorífico había sucedido en casa de los García. El padre de Miguel había
descubierto, al levantarse por la mañana, a uno de los perros prácticamente
succionado, como si alguien hubiera chupado su cuerpo dejando sólo la piel y
los huesos.
Al día siguiente sucedió lo mismo con
dos de los cerdos y a continuación los vecinos comenzaron a denunciar a la
policía que sus animales domésticos aparecían en el mismo estado, señalando
como dato curioso, que en todos los casos se veía una huella informe,
blanquecina y pegajosa, como si una enorme babosa se hubiera arrastrado
devorando a toda sustancia viva que encontrara en los alrededores.
Cuando rompí los muros que encerraban
mi imaginación, pensé de inmediato en Miguel y en su golem o en lo que fuera.
Como un momento antes se había producido un corte de luz, en plena oscuridad
recorrí las cinco cuadras que separaban mi casa de la suya como una exhalación.
La familia García cenaba en el comedor
apenas iluminado por una sucia lamparita a kerosén colgada de un clavo en la
pared. Entré y pregunté por Miguel:
-¿Dónde podrás encontrarlo? –Me dijo
doña Remedios-. Buscalo en la casilla del fondo. Ahí se pasa todo el santo día
con sus inventos…encerrado…sin comer…
Llamé a la puerta de la casilla y nadie
me contestó. Insistí una y otra vez hasta que al rato escuché los susurros de
una voz:
-¿Quién es?
-Soy yo, Miguel. Abrí la puerta.
-Por favor, andate de aquí. Andate, te
lo ruego.
-Miguel, por el amor de Dios, abrí.
Tengo que hablar con vos.
-No voy a abrir. Salí pronto de este
lugar.
Sentí
un sudor frío brotar de mi cuerpo. Creo que si hubiera tenido que correr
no podría haberlo hecho, tal era el espanto que se había adueñado de mi
voluntad.
-Miguel, no seas porfiado –volví a
insistir-. Quiero saber qué te sucede. Tenemos que hablar. Todo el mundo está
asustando. En cualquier momento vendrá por aquí la policía.
-No levantés la voz –escuché que decía
en vos muy baja-, esperá un momento junto a la puerta que voy a pasarte un
mensaje escrito.
Le obedecí y me mantuve pegado a la
precaria construcción, tratando de serenarme. De pronto escuché una especie de
sonidos, como el ronronear de un gato mezclado con gemidos humanos. Juntando
las fuerzas que jamás volví a tener en mi vida procuré mirar a través de una de
las rendijas de la puerta de madera y chapas de latón. Entonces vi aquella
escena que sólo la muerte podrá disipar: sentado junto a su mesa de trabajo, a
la luz de una vela, observé el cuerpo esquelético y aterrado de Miguel quien,
dominado por una febril agitación, escribía apresuradamente. A su lado, del
tamaño de un enorme cerdo gelatinoso, estaba aquella bestia engendrada por la
enfermiza mente de mi mejor amigo. La oscilante luz de la vela dejaba ver
apenas la superficie húmeda y viscosa, chorreando aquella baba, como clara de
huevo, pegajosa y hedionda.
-Por lo que más quieras –dije alzando
la voz y tartamudeando-. Tenés que salir de aquí. Llamaré a tu familia, a los
vecinos, a la policía…
-No lo hagas, ya es demasiado tarde. No
abriré ni te explicaré nada más. Te pasaré un sobre por debajo de la puerta.
Allí te dejo escrito lo que me ha ocurrido. Guardalo con vos y no lo abrás a
menos que me suceda una desgracia. Tampoco se lo entregarás a nadie. Jurámelo.
-Te lo juro –dije sin pensar en lo que
hacía y salí corriendo, con el corazón golpeándome el pecho, sintiendo tal
dolor y tormento de los que jamás he podido recuperarme.
Al día siguiente supe que Miguel
desapareció de su casa y que habían encontrado sus ropas y zapatos en la costa
de la laguna, allí mismo donde una espesa huella de baba se unía al golpear de
las olas saladas.
Patrullaron la zona con lanchas y
helicópteros, con perros amaestrados, con buzos y baqueanos, pero el cuerpo de
Miguel no apareció.
A partir de ese mismo día cesó el
hallazgo de animales succionados pero nadie, salvo yo, supo que ese hecho y la
ausencia misteriosa de Miguel García
estaban íntimamente vinculados.
Los Ángeles, 9 de diciembre de 1982.
Estimado señor:
La biografía de nuestro
amado fundador, Swami Paramahansa Yogananda, que impresiona tan vivamente al
espíritu del hombre occidental, no debe, a nuestro entender, ser analizada
injustamente bajo la apariencia de lo paranormal. Por el contrario, las
prácticas de Kriya Yoga que instituyó a sus discípulos de la India y América, son
valiosas y únicas por su contenido racional y práctico.
Conmover
el alma, accionar sobre nuestro ser auténtico mediante una actividad compleja e
integral, posibilita poner en funcionamiento fuerzas latentes de increíble
poder. Es aquí, sin dudas, donde el hombre especulativo encuentra su errónea
interpretación. Para nosotros, el poder que se logra mediante la práctica del
yoga es un poder subordinado a nuestro espíritu superior. ¿Y cómo se logra el
dominio sobre el poder? Simplemente renunciando a él. Esa es la clave.
Si
usted comprende estas palabras sabrá que no encontrará entre nosotros una justa respuesta a sus
interrogantes y tampoco el ofrecimiento de mediación o participación alguna. El
discípulo niega las certidumbres de lo cotidiano y se aleja al mismo tiempo de
la enajenación que alucina y empobrece sometiendo al alma al rigor del poder
que ha generado.
Desconocemos
la existencia de un mantra cósmico aplicable a
la reducción de una bestia del mar que usted afirma haber nacido de un
engendro alquímico. Nada de eso se practica en nuestros monasterios.
Suponemos,
con dolor, que alguien ha confundido nuestro sendero de auto-realización con el
dominio sobre el mal exterior. Todo cuanto excede el fenómeno de nuestro ser es
un abismo sin medida, el océano de la Gran
Vida , ignoto y misterioso, indominable e impreciso como el
concepto mismo de la divinidad.
Le
rogamos comprenda nuestra respuesta. Nada más podemos hacer por usted.
Swami
LAHIRI BASAJI
Self-Realization Felloswship
7
Dejé que pasara el período de luto
riguroso que en aquellos tiempos se estilaba guardar, a cuyo término decidí
visitar a los padres de Miguel con el pretexto de que había dejado algunos libros de mi propiedad en la pieza
del fondo.
Ellos estaban todavía tan apenados por
los acontecimientos que apenas repararon en mí. Entré con precaución, cubriendo
mi nariz con el pañuelo para soportar aquella nauseabunda fetidez en la que
prevalecían ciertos olores a medicamentos junto a otros que recordaban la carne
putrefacta.
Tomé la carpeta de apuntes y aquellos extraños
libros que a lo largo de los años me sirvieron para tratar de entender, más
bien diría imaginar, los tremendos
sucesos en los que yo había sido el principal testigo.
Hice un inventario, días después, con
los títulos de aquella terrible y brevísima
biblioteca:
“Homunculus”
y “De fundamento sapientiae”, de Paracelso.
“Der
golem”, novela de Gustav Meyrink, escrita en alemán.
“Simón
el Mago y la alquimia gnóstica”, de Rolf Czapek, investigador checo,
publicada en México.
“De
oculta philosophia” de Agripa von Nettesheim.
“Alquimia
y Sexualidad”, por Moisés Arduini, publicado por la Editorial Cisneros ,
de Montevideo, que llevaba el sugestivo subtítulo: “El origen sexual del golem”.
“Tratado
de química oculta”, por Ulderico
Goldsmith, sin pie de imprenta.
Cumpliendo con el juramento que yo
había hecho al infortunado Miguel, abrí el sobre y leí su carta póstuma de la
que yo era el único y secreto destinatario.
Querido
amigo:
Cada uno
encuentra su vocación de modo diferente. Ignoro por qué motivos mi vida fue
arrastrada desde niño a esta experiencia singular y a un destino inexorable del
que no puedo ni quiero apartarme.
De
un modo incomprensible para mí he pasado al banco de aquellos que desafiaron la
ira e dios, tratando de imitarlo vanamente. Pienso, para consolarme, que no soy
el único, como tampoco la alquimia es el único modo de resistirse a la
obediencia divina y transgredir las leyes de la naturaleza.
Gesté
un monstruo a partir de células de mi propio cuerpo (no diré de qué parte),
pero olvidé que debía insuflarle verdadera vida mediante el Verbo Creador,
pronunciando correctamente el sagrado nombre
de Dios. Repetí, inútilmente,
innumerables palabras y fórmulas mágicas aprendidas en los libros que habían
pertenecido a mi abuelo Francisco Simón. ¿Acaso alguien sabe, en este torpe
mundo, pronunciar el nombre de Aquello que No Es? No pude descubrir ese Divino
Secreto, si es que está permitido a un ser humano descubrirlo, y por esa causa
la bestia engendrada por el mal no me obedece y seguirá creciendo sin
detenerse jamás.
Esta
noche llevaré a mi golem a la laguna para que construya allí su morada. Trataré
de apartarla de mi familia y del resto de la gente. Estoy perdido y no tengo
salvación. Por favor, te pido que recuerdes bien esto que voy a decirte, que lo
grabes en lo profundo de tu mente: si un hombre, entre todos los hombres, logra
algún día pronunciar el Nombre Inaudible, estoy seguro de que la bestia morirá.
No descanses hasta encontrar a esa persona. Buscala por toda la tierra, en cada
rincón del mundo. Tengo el presentimiento de que en pocos años lograrás una
sólida posición económica que te
facilitará ayudarme, si es que deseás hacerlo. Vos sos la única persona que
sabe mi secreto, la única que puede salvarme de la condenación eterna. Te
abrazo fuertemente. Miguel”.
Desde el momento en que leí aquella especie de testamento, hasta el
momento en que por azares del destino pude afirmarme económicamente y viajar por diferentes
lugares del mundo, transcurrieron casi cuarenta años durante los cuales he
tratado de localizar fuentes de auxilio científico y la comprensión de ciertos
hombres a quienes yo consideraba verdaderos sabios, dignos de consulta y de
buenos consejos.
Sólo me ha quedado, como experiencia,
al final de un largo camino, este apotegma doloroso: “Todo es vano. Nadie sabe
nada. Toda forma de conocimiento es una ilusión”.
A pesar de los miles de libros de ciencia,
magia y ocultismo que he consultado, de los millones de palabras, símbolos y
teorías que todo lo explican con natural irreverencia; de los centenares de
entrevistas, promesas y palabras; de las ambiguos informes, de las pistas
falsas y de las indiferencias, comprendo finalmente que he estado alimentando
mi esperanza con la falsa imagen de un espejismo en el desierto.
Me siento enfermo, extenuado y sin fe
en la búsqueda a la que he dedicado los mejores años de mi vida.
8
Saint Louis, Missouri, 12 de febrero de 1984.
Estimado señor:
Como usted bien lo dice en su carta, las
raíces de la parapsicología se extienden hasta las napas más profundas de la
prehistoria y están, sin duda, rebrotando todavía en las culturas más
primitivas que sobreviven y nos acompañan en este súbito proceso de
cientifización que no deja de lado disciplina alguna sin remover.
Queremos
expresarle nuestra simpatía por sus conceptos y al mismo tiempo comunicarle
nuestra turbación ante el planteo de trabajo que usted nos ha hecho llegar.
Los
miembros del Consejo Asesor de esta Fundación me han recomendado comunicarme
con usted en términos más bien personales que estrictamente científicos. Al
respecto sugerimos adquiera la obra “Anales
Parapsicológicos 1983” ,
publicado por la Sociedad Internacional
de esta disciplina, con sede en Munich,
y que acaba de ser traducida y publicada hace dos meses por una editorial de
Buenos Aires.
Allí
se pasa revista a todo el proceso de investigación científica llevada a cabo
hasta hoy, incluyendo el Simposio de Basilea, Suiza, y codifica la totalidad de
las ramas abiertas a la investigación, desde las teorías y ensayos más
ortodoxos hasta las tesis más osadas y especulativas.
Respecto
del fenómeno citado por usted, lo conocemos a través de publicaciones
periodísticas y somos nada más que espectadores que poco comprenden de cuanto
allí está sucediendo.
No
deseamos subestimar sus conclusiones realmente inverosímiles, pero le rogamos
comprenda que nuestra institución trabaja en otra dirección.
Cordialmente.
CHARLES
FOREST GRAHAM
Parapsychology Fundation
Agobiado por el desengaño y la
nostalgia, una vez al año regreso a las proximidades de la que fue la ciudad
donde pasé mi adolescencia y juventud.
La ciudad de Miramar, la población más
cercana a Mar Chiquita, desapareció totalmente bajo las aguas a fines de 1990. Posteriormente
se sumergieron Balnearia, Morteros, Altos de Chipión, La Paquita y Marull.
Docenas de poblados y colonias agrícolas van quedando en el vientre de ese
incontenible mar interior que crece y crece sin que nadie pueda detenerlo.
Las costas van cambiando diariamente de
lugar y es penoso ver por los caminos a las numerosas familias que emigran
hacia lugares más altos y distantes llevando con ellas lo poco que pueden
rescatar mientras sus valiosos campos se van transformando en el fondo de un
agitado mundo acuático que solo Dios sabe hasta donde se extenderá.
Espero que llegue la noche y montando a
una lancha recorro el que fuera hace millones de años el Mar de Ansenuza hasta
el punto donde sé que está la zona más profunda.
Detengo el motor y espero en silencio,
con mi cabeza a punto de estallar, hasta que aparece la enorme bestia, cuyo
lomo verdoso ceniciento ilumina el resplandor nacarado de la
Luna.
JUAN COLETTI
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