Sometidas por intereses políticos y económicos, las respuestas científicas a los grandes dilemas del hombre se van demorando por décadas, a veces por siglos, cuando podrían haber sido expuestas al consenso colectivo y resueltas en su tiempo.
En su lugar, la literatura fantástica y la ciencia ficción están ya adelantando algunas de las claves del futuro a las que algunos investigadores estarían asomándose en medio de vacilaciones, prejuicios y rechazos. Si volvemos rápidamente la mirada hacia el pasado, comprobaremos que la imaginación y la audacia han utilizado este instrumento para convertir en realidad lo que en su tiempo apenas fueron utopías o desmesuras.
Entre abril y agosto del 2004, completé mi novela FRAGMENTOS*, uno de cuyos núcleos es el nacimiento de una nueva sociedad humana en la cual los integrantes son hombres y mujeres de tamaños muy pequeños (de acuerdo al promedio de la talla actual), como respuesta de un grupo de biólogos a la crisis ambiental, demográfica, social, económica y política que ya estamos padeciendo.
En una de las conferencias del Maestro Desconocido, la autoridad máxima del movimiento secreto a cargo de las extrañas clonaciones, podemos leer:
“¿Qué hacer entonces con el hombre? Pues sencillamente reducir su tamaño, drásticamente, mediante operaciones genéticas que no fueron ni siquiera imaginadas hace sólo un cuarto de siglo. ¿Suena a sacrilegio? Yo les respondo diciendo: ¿No sería mayor el sacrilegio de abandonar el destino del Hombre no en la Tierra únicamente , sino como futuros viajeros y exploradores del espacio exterior, para ocupar otros planetas, crear atmósferas, generar la multiplicación de microorganismos y la implantación de hijos e hijas que serían los fundadores de otras culturas?
En un artículo leído en la Web, el divulgador científico Nicolás Mavrakis expone en Humanos de probeta para un planeta gris las experiencias que ya se estarían realizando en el campo de la ingeniería genética para adaptar a los seres humanos a un escenario ubicado en el futuro inmediato. Menciona, entre otros, a Matthew Liao, filósofo y profesor del Centro de Bioética de la Universidad de Nueva York, a Andres Sandberg, doctor en neurociencias e investigador en el Instituto para el Futuro de la Humanidad en la Universidad de Oxford y a su colega en la misma institución la filósofa Rebecca Roache. Son ellos científicos reales no autores de literatura fantástica sino de Ingeniería humana y cambio climático quienes afirman que la ciencia ya ha logrado la oportunidad de superar todas las incógnitas que la humanidad ha estado entreviendo durante siglos y en especial en las últimas décadas.
Como la masa corporal humana necesita de una determinada cantidad de energía para funcionar, la ingeniería genética ya estaría en condiciones para lograr una disminución progresiva del tamaño de los cuerpos reduciéndolos hasta una cuarta parte del tamaño actual. ¿Cómo lograrlo? La respuesta es muy sencilla: sería suficiente con las herramientas disponibles en cualquier clínica especializada en la fertilización de embriones humanos.
Sin embargo, la propuesta ha provocado una fuerte reacción en todos los sectores de la sociedad: científicos, políticos, religiosos, alarmados por las experiencias políticas que marcaron el siglo XX los totalitarismos nazis y soviéticos.
Siguen las preguntas: ¿Qué tipo de vida está en juego en estas propuestas biopolíticas? ¿Hasta dónde se puede permitir que una elite científica ponga límites a las necesidades globales de la humanidad ante posibles desastres climáticos, biológicos, demográficos? ¿Es necesario y tan urgente rediseñar la naturaleza del hombre alterando los naturales ciclos de la evolución? ¿Quiénes financiarían los altísimos costos de esta operación, bajo cuál autoridad, detrás de qué justificaciones y principios? ¿Cuáles serían los riesgos de semejante manipulación?
Los autores del artículo citado, frente a acaloradas críticas respecto de sus propuestas, afirman que el motivo por el cual la eugenesia ha sido realmente perversa en el pasado, es porque fue coercitiva, impuesta por el estado y especialmente, una mala ciencia, ya que fracasó absolutamente provocando enormes sufrimientos a cientos de miles de personas que fueron empleadas como simples y descartables cobayos.
Quienes permanecen expectantes ante los posibles cambios que se mueven por ahora entre la ciencia real y la ciencia ficción, dicen que por lo menos se ha logrado plantear una serie de preguntas de carácter filosófico alrededor de preocupaciones que no atañen únicamente al campo intelectual y filosófico sino también al destino mismo de la futura humanidad.
La ingeniería humana puede parecer distante e irreal aunque esto no significa que no podría convertirse en la única solución a las señales de peligro que exponen los biólogos, los economistas y los políticos, tanto como los atrevidos escritores que parecieran anticiparse a lo que vendrá mediante los juegos creativos de la fantasía, la ciencia ficción y la imaginación contemplativa.
Juan Coletti
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