Estaba yo apoyado en
un árbol del parque cuando se aproximó
una hormiga roja, tambaleándose bajo el peso de una enorme hoja.
-Hola –dije,
saludándola con mi mano derecha tal como lo hacen los soldados.
-¡Hola! – volví a
repetir mi saludo.
-¿Por qué me saludás
de ese modo? –preguntó el bichito rojo,
visiblemente enojado.
Al principio no supe
qué contestar. Yo había tratado de ser
amable y respetuoso, pero la hormiga se mostraba incómoda, de modo que alzando
el tono de mi voz le grité:
-Te saludo porque es una tarde muy hermosa,
porque estoy de paseo en el parque con mis compañeros del colegio, porque tengo
buen humor y además porque se me da la gana.
-¡Qué manera de
hablar! ¿Eso es lo que te enseñan tus maestras?
-Ni pienso
contestarte.
-¡Yo te voy a dar!
–dijo la hormiga aproximándose peligrosamente.
-¿Qué te pasa? ¿Por
qué te enfurecés de esa manera?
-Mi estimado niñito,
voy a picarte en ese pie descalzo que tenés apoyado sobre el pasto para verte
llorando de dolor. Sí, señor, eso es lo que voy a hacer ahora mismo.
-Por favor, no lo
hagas –supliqué, simulando temor.
-Está bien
–respondió la enloquecida hormiga-, esta vez voy a perdonarte, pero en la
próxima nadie te salvará de que te pique. ¿Has escuchado?
-Sí, oí bien.
-Entonces, levantate.
-¿Por qué debo
levantarme? Estoy muy cómodo en este fresco lugar- respondí bastante enojado.
-Porque
personalmente te lo ordeno. Estoy cansada de ver chicos y chicas en el parque.
No hacen otra cosa que molestar a mi familia.
-Estás loca –le
grité-. ¿Quién diablos molesta a tu familia?
-Ustedes, los chicos
de la escuela, los que han venido en ese ómnibus pintado de color naranja.
Desde aquí alcanzo leer:”Transporte
Escolar”.
-¡No me digas! ¿Y
qué más te fastidia, si puedo saberlo? –pregunté en un tono de evidente burla.
-Que tomen su
merienda, jueguen al fútbol, griten y pisoteen nuestros senderos.
-Estás completa y
totalmente chiflada, pequeña hormiguita. Además, sos una peleadora. ¿Te das
cuenta de que puedo aplastarte y acabar en un segundo con tu vida?
-Es cierto,
bravucón, podrías hacerlo fácilmente porque sos miles de veces más grande y
fuerte que yo. Eso te da por ahora algunas ventajas.
-Entonces me quedaré
aquí, sentado a la sombra de este árbol y no me moveré.
-Te ordené,
grandísimo insolente, que te levantes o te arrepentirás. Contaré hasta cinco
para que después no andes diciendo que me aproveché.
-Podés hacer lo que
quieras, hormiga peleadora. No me apartaré de este sitio. No sigas molestándome.
-Está bien. Vos lo quisiste. ¿Te levantás o no?
-¡No!
-Empiezo a contar. De atrás para adelante.
Cinco…cuatro…tres…dos…
Antes de que la
cuenta de la hormiga llenara a uno
di un tremendo grito de dolor y salí corriendo, sacudiéndome, desesperadamente,
los pantalones.
De aquel memorable
paseo por el parque y del incidente con la hormiga roja, saqué la siguiente
conclusión: cuando se encuentren, en cualquier lugar, con una hormiga
peleadora, no se pongan a discutir con ella. No les vaya a suceder que estén,
como lo estaba yo, sentado sobre un hormiguero.
JUAN COLETTI
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