LOS UMBRALES DEL MISTERIO Por Daniel Teobaldi

El Jardín de las Flores Invisibles 

Por Daniel Teobaldi

Pensemos en un libro que se ofrece como un entramado de historias que, en apariencia, no tienen vínculo. O bien que esas historias se relacionan a partir de algunos motivos que plantean alguna recurrencia. Pensemos en un libro que puede admitir la re-lectura, después de casi veinte años de haber aparecido por primera vez-cuando ganó el Premio Emecé 1978. Porque ésa es la verdadera invitación: releer El Jardín de las Flores Invisibles, de Juan Coletti. Redescubrir un texto a partir de su relectura. No es simple, porque franquear la puerta que permite el acceso a un texto como éste, asegura, fundamentalmente dos cosas: por una parte el placer, pero por otra, la perplejidad.
En el prefacio que inicia El Jardín de las Flores Invisibles, el autor transcribe un pensamiento de Gurdjieff que será cardinal, no sólo para este libro sino para el resto de su producción: “El ritmo cósmico se expresa en la naturaleza del hombre como la homeostasis, no en el sentido de equilibrio, sino en el de contradicción, de cuyo dominio surge el control de los sentidos y la consiguiente capacidad de reorientación.(…) Si la naturaleza del individuo es sometida, compulsivamente, por efectos mecánicos de la vida ordinaria, se produce una ligazón de los elementos contrarios y de esa forma se cierra toda posibilidad de transformación.” Este libro es una puerta de ingreso a un universo en transformación, lo mismo que las otras obras de Juan Coletti, y cuando hablo de universo en transformación me refiero concretamente a los dos cosmos: el macrocosmos, como un Todo, y el microcosmos  humano, como proyección de ese macrocosmos, imperados, ambos, por esa serie de fuerzas en contradicción, libres, pero que forman un entramado secreto, que es lo que da sentido final a la existencia, abriéndola a experiencias imprevisibles. 
En este punto surgen algunas preguntas: ¿Es posible franquear las puertas del misterio, o nos tenemos que contentar solamente participando de él, asistiendo a él, como observadores casi privilegiados? ¿Cuáles son las posibilidades que ofrece la palabra escrita para acceder al misterio? ¿Qué tentación provoca en cada lector asumir el misterio como una presencia constante y verdadera, y como un entramado de relaciones posibles que apenas permiten percibir la exterioridad del fenómeno?
Sin lugar a dudas, lo que genera las posibilidades de discusión en torno al misterio es la injerencia del Destino en las obras. El destino es el que “diagrama un mapa” entre los hombres para unirlos en un camino común. Atmósfera creada que se va cargando de presagios que terminan cumpliéndose al final de la historia, cuando todos los hilos narrativos terminan anudados en un cierre abierto que deja espacio a la trascendencia, a las posibilidades infinitas de la imaginación, de la fantasía y también del horror, y termina entretejiendo una red de relaciones entre hombres y hechos.
Uno de los personajes del cuento “Diálogo en la antigua morada de los hombres” pregunta (como quien afirma): “¿Es necesario aceptar, para sobrevivir a la hecatombe de los continuos cambios, que las disposiciones de la naturaleza se ajustan a las ocultas funciones del Destino y que no habrá victoria definitiva para el hombre que no haber traspasado todos los Umbrales del Horror?
El Jardín de las Flores Invisibles es un libro en el que conviven armónicamente hombres, espíritus (buenos y malignos), amables espectros y seres sobrenaturales, todos ubicados en un mismo espacio, tan cercano y tan cotidiano, y en un tiempo tan reconocible por la precariedad de la existencia, por la mutación de seres y estados que el narrador –múltiple- no titubea en llamar Edad de la Crisálida, con lo que Coletti replantea la teoría de las edades del hombre, del mundo, del Universo. Como Marechal, observa que el hombre está inmerso en una red transitiva, en una era de cambio, signada por la decadencia espiritual y con una acentuada predisposición hacia la exaltación de los bienes materiales: Marechal la denomina Edad de Hierro; Coletti, Edad de la Crisálida. Recordemos que la crisálida es la etapa de la metamorfosis de algunos insectos en la que su cuerpo, por haber cumplido un ciclo, se encierra en un capullo a la espera del paso hacia la plenitud vital. Aquí se manifiesta por una oposición antagónica entre dos grandes grupos, necesarios y equidistantes en significado: los que se dedican a “generar instrumentos destructivos” y los que siguen la línea contraria “respondiendo al desenvolvimiento de las leyes creadoras”. Espléndida metáfora, tal vez, de lo que ocurría hace veinte años.  

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