Apenas despertó de la anestesia, el torturador recordó que la joven
doctora, antes de operarlo, le había preguntado: ¿No me recuerda? Por supuesto
que entonces no la recordaba pero ahora, que regresaba convaleciente a su casa
de campo en Ascochinga, una imagen repentina lo trasladó, veinte años atrás, al
Centro de Detención de La
Perla. En ese momento sonó el teléfono celular. ¿Sí? Una
pausa. ¿Quién habla?
Del otro lado de la línea la voz de la mujer lo hundió en el pánico. Detuvo el automóvil a la orilla de la solitaria ruta. Iba a decir algo cuando escuchó: ¿Cómo se encuentra? No me diga que todavía no me recuerda. Otra pausa. ¿Qué hora es? Preguntó la cirujana. Las once y veinte, respondió tartamudeando mientras abría la puerta del coche y trataba de huir. Ahora sabés quién soy, ¿verdad?, maldito violador, asesino. No te coloqué un marcapasos. ¿Qué esperabas? Lo que está latiendo en tu pecho es una bomba. Te quedan diez minutos de vida. Última pausa. Que Dios me perdone.
Del otro lado de la línea la voz de la mujer lo hundió en el pánico. Detuvo el automóvil a la orilla de la solitaria ruta. Iba a decir algo cuando escuchó: ¿Cómo se encuentra? No me diga que todavía no me recuerda. Otra pausa. ¿Qué hora es? Preguntó la cirujana. Las once y veinte, respondió tartamudeando mientras abría la puerta del coche y trataba de huir. Ahora sabés quién soy, ¿verdad?, maldito violador, asesino. No te coloqué un marcapasos. ¿Qué esperabas? Lo que está latiendo en tu pecho es una bomba. Te quedan diez minutos de vida. Última pausa. Que Dios me perdone.
Juan Coletti
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