DEL VUELO DE LA IMAGINACIÓN
APOSTILLAS AL LIBRO
“LA MEMORIA DEL POLVO”
Marzo de 1992 La idea de escribir una “novela de los contratistas” o algo parecido se remonta, por lo menos, a veinticinco años atrás, cuando empecé a escribir los primeros cuentos. Me perseguía la obsesión de empezar un libro pero sin saber sobré qué, ni cuándo, ni cómo. Llevaba conmigo una frustración silenciosa, el desencanto de no encontrar el tono, la puerta de acceso al mundo de mis personajes.
Uniendo los recuerdos creo que cuando Margarita Sgobba me regaló un paquete con flores secas, hojas y semillas de Mendoza, tuve el primer presentimiento: esos olores me transportaron en un instante a un tiempo especial de mi infancia en Fray Luis Beltrán, La Mina de Oro, Finca Los álamos, la casa de mis abuelos españoles, la fragancia de la tierra, mi propio amanecer a la conciencia de estar vivo.
Después de la lectura de varios ejemplares de “Herencia viva” y de un provechoso y cálido diálogo con Nora Brucoleri, la maestra y escritora que había rescatado del olvido la sustancia del alma popular, se reanimaron mis recuerdos, emociones de otros tiempos, juegos, palabras, olores, comidas, supersticiones, costumbres de los lugares que yo había frecuentado en mi infancia y que vivían en la memoria de otros a la espera del cronista que los hiciera suyos.
La noche en que asistimos Margarita, María Elena, Rosita y yo a la Fiesta de la Vendimia, marzo de 1992, el espectáculo tipo Hollywood me produjo mucha bronca y el deseo inmediato de escribir un libreto, asunto que comenté al día siguiente con algunas de mis hermanas.
Apenas regresé a Córdoba, comencé a tomar apuntes y desarrollar un plan de trabajo para redactar el guión pero, en el mismo momento en que me disponía a hacerlo, cambié de idea y pensé nada menos que en escribir una novela, el libro tantos años postergado.
Pensé en varios títulos: “La calle de los álamos”, “La finca de los álamos”, “La viña roja” y otros, pero ninguno me gustaba pues no compendiaban la idea de mostrar un momento, un lugar en el que yo había vivido mi infancia y mi adolescencia, un tiempo en la vida de algunas personas que podían transformarse en mis protagonistas. Entonces surgió el nombre que lo decía todo: “Un lugar en el mundo”.
Al mismo tiempo que voy recordando mi propio itinerario comienzo a confeccionar un diccionario de mendocinismos, un listado con nombres y apellidos de posibles personajes, destacando sus rasgos y caracterizándolos: sexo, edad, relación con los otros, grupos familiares, origen migratorio, etc. Hay vecinos de apellido italiano, español, criollos, árabes, francés, alemán, ruso, gitano.
También confecciono una nómina con los animales domésticos y salvajes de esa región de Mendoza, me refiero a Maipú y sus alrededores: mamíferos, seres del agua, insectos, arañas, aves y demás.
En otra lista detallo plantas de jardín, los patios, las macetas, la huerta y la chacra, los viñedos, plantas de adornos, árboles, forrajeras, arbustos, hierbas, enredaderas. Hago otra lista con comidas, bebidas y postres típicos. Anoto para pedir mayores datos sobre la preparación del carneo: chorizos, morcillas, lomo en grasa, queso de chancho, codeguines.
Preparo un detalle con las características de la viña, la chacra, una pequeña bodega, la casa tipo de los contratistas, sus muebles y adornos, utensilios, cocinas, fogones. Añado las herramientas de trabajo, arados, azadas, palas, picos, arneses, objetos varios que se guardan en el galpón: bolsas de harina, de maíz, recipientes con querosén y otros.
Busco material para hacer una guía de supersticiones, leyendas, adivinanzas, juegos infantiles y de adultos, juramentos, invocaciones, insultos, bailes, rondas, fiestas anuales. La “Herencia viva” de Nora es uno de mis primeros y básicos materiales de consulta.
En la medida en que se va definiendo el sitio, voy localizando las familias y demás personajes que habitan EL LUGAR y sus lazos con otras familias y amigos que viven en las proximidades de Chadin-Co.
Una vez agrupados los personajes por familias y por lazos de parentesco y amistad, voy armando una FICHA para cada uno de los protagonistas que será desde el inicio mi banco de datos: nombres, apellidos, apodos, color de la piel, de los ojos, del pelo, tamaño y peso aproximados, señas particulares, rasgos psicológicos, mentales y emocionales, tics, dichos, hábitos gestuales y su ALTER EGO, la imagen de una persona real que me dará fuerza plástica para imaginar y ver con claridad al personaje cada vez que yo entre en contacto con él.
Antes de entrar de lleno a la escritura me doy cuenta que tengo que completar, si fuera posible, todo el material previo, un plan debidamente desarrollado. No improvisar, no trabajar con personajes en la penumbra, salvo los muy distantes a los que solo cabrá una mera mención.
Comenzaron a aparecer las ideas para los capítulos que voy titulando, por ahora, en el orden en que van apareciendo. He pensado que cada apartado podría ser el nombre de una carta de la baraja española. Esta técnica, más una breve reseña o anticipo de lo que va a tratar cada capítulo, sería el indicio de lo que pretendo narrar: todo lo que está ahí, estuvo antes y allí permanecerá. Lo que esté fuera del LUGAR estará lejos, entre brumas o no existirá. Nombrar un lugar de Europa o Buenos Aires suena a algo muy distante y ambiguo como decir “cielo”, o “alma”, o “quién sabe”.
UN LUGAR EN EL MUNDO es Chachingo, pero apenas lo nombro. El lugar es el punto de reunión de la vida, lo familiar, lo mágico, lo cotidiano, tal como lo he vivido en mi infancia y adolescencia, con la diferencia de que no voy a contar mi vida. Voy a inventar un mundo, otras vidas para que habiten el paisaje, y ser, yo, todas esas vidas.
Mientras escribía algunos de los cuentos que aparecen en “El Jardín de las Flores Invisibles”, como “El círculo de cenizas”, “El Planeta de los sueños”, “Un millón de soles un millón de profetas”, intenté desarrollar una técnica narrativa en la que los personajes entraban y salían de una historia a otra y al mezclarse se insinuaban entrecruzamientos que harían del lector un cómplice, un obligado recreador. Sin embargo, no lo logré o lo hice a medias, entre el Prefacio del autor y la Diáspora de los Duendes que cierra el libro.
Ahora voy a intentarlo nuevamente. Un lugar en el mundo, seres semejantes a cualquier otro, con sus grandezas y miserias, lo maravilloso y lo trágico, lo terrible y lo sublime. Criaturas que van y vienen, nacen y mueren, se vinculan por el amor, el odio, lo cotidiano, sin héroes ni protagonistas que no sean los que el lector escoja y adopte.
No voy a escribir una historia lineal, un cuento o una novela en los que el fluir narrativo tenga una única dirección. Aquí todo fluye hacia todas partes, hacia la memoria de los vivos y también de los muertos, hacia el angustioso porvenir o hacia la incertidumbre permanente. Estructurar la novela sobre un mandala no plano, sino esférico.
He leído por ahí la idea de una escritura “minimalista”. Todavía no he encontrado el significado justo. Mi idea es hacer algo conciso, comprensible, dinámico, impactante aún por su extrema simplicidad. AHÍ ESTÁ MI CLAVE, más bien dicho, ahí estará oculta mi clave principal.
Ayer a la noche, sábado 28 de marzo de 1992, fui al cine a ver una película francesa, “Casi una mujer”, y casi me caigo de culo cuando en el intervalo anuncian el próximo estreno de una película argentina que han filmado en San Luis, dirigida por Adolfo Aristarain que se llama UN LUGAR EN EL MUNDO. ¡No lo podía creer! Justo hace quince días yo había decidido que este libro que estoy por empezar a escribir se llamaría UN LUGAR EN EL MUNDO, y aparece esta película con ese título. Después de la sorpresa y el disgusto pienso que solo para las canciones rige la obligación de registrar los títulos sobre los que luego se pagan los derechos de autor. No pasa lo mismo con libros, películas, obras de teatro, pinturas. Voy a dejar pasar un tiempo para tomar una decisión. Creo que estoy en mi justo derecho de usar el título original que he elegido después de tantas vueltas. Aún así voy a hacer un listado con otros títulos para sopesarlos y finalmente decidir. Es una joda pero esas son las leyes del juego: el que llega antes, gana. Necesito un “título”, una “semilla” para empezar a escribir, de lo contrario me siento perdido.
ABRIL DE 1992
Estoy en Mendoza en la primera semana de abril. Testeo algunas palabras y expresiones populares. Busco en las librerías un ejemplar de “Genoveva de Brabante” que no he encontrado en Córdoba. En la segunda librería que visito hay un ejemplar, una edición hecha en Barcelona, firmada por un tal Christopher Schmid. No tenga noticias ni encuentro referencias sobre el autor. No aparece un solo dato sobre él en el libro. Ignoro si es inglés, alemán o belga. De todos modos, este volumen me servirá para mi versión mendocina. Cuando era niño mi mamá me contó esa conmovedora historia de la que ahora solo conservo fragmentos. Sin embargo, la vida de Genoveva es uno de los hitos de mi vocación. En casa de mi tía Rosalía Martín de Luna, hermana de mi abuelo Juan, había en el comedor un tapiz que representaba una escena de esa historia que nunca olvidé. Voy a tomar del libro lo esencial y lo traduciré a otra lengua, mi lengua madre, para insertarlo en algunas de las páginas de mi libro aunque en este momento no sé cómo lo haré ni por qué voy a incluir esa antigua leyenda medieval.
Pienso que cada capítulo estará encabezado de esta manera:
a) Número correlativo, del 1 al 40.
b) Nombre de la carta de la baraja que toque en el sorteo. Por ejemplo, Capítulo 3. Rey de Bastos.
c) Un título fraseado con un breve anticipo de ese capítulo al modo de muy antiguas novelas. Una que en este momento se me ocurre, podría ser; “De cuando Rita Zamora invitó a Juan Sánchez a pasar a la galería de su casa…etc.
Todavía no he empezado a escribir la primera frase. Estoy (hoy es viernes santo 17 de abril de 1992) construyendo, ideando la estructura del libro, acumulando materiales, ideas, técnicas, fichas de personajes. Desde que empecé a trabajar en este proyecto tengo algo parecido a una visión obsesiva que me acompaña a toda hora. Me veo de pie en la esquina de calle Videla Aranda y el carril Urquiza, y desde allí miro hacia Chachingo y veo un resplandor que ilumina el lugar, una especie de cúpula geodésica que cubre y protege a mis personajes. Entiendo que aún no he iniciado mi viaje al lugar del encuentro pero es posible que en la medida en que comience a escribir estaré de inmediato en EL LUGAR conviviendo con todos y cada uno de esos seres que estoy aprendiendo a conocer y amar. Voy a encarnarme en hombres y mujeres, en niños y en viejos, en abyectos o imbéciles, en mediocres, individuos vulgares o maravillosos. Presiento que es un gran desafío pero ya me hice cargo y estoy preparándome: el día señalado se aproxima.
EL LUGAR resume varios sitios en los que pasé parte de mi infancia. Es, principalmente, Chachingo, donde nací, y tiene mucho de la Finca El Zorzal, algo de Fray Luis Beltrán y bastante de Russell. He convocado circunstancias, personajes y un punto central que será el centro narrativo. He añadido una capilla, una pequeña bodega, la escuela y el salón de fiestas que no estaban cuando viví allí y tampoco están hoy, más de cincuenta años después. Por eso resulta trabajoso ensamblar lugares y personajes de distintos ámbitos a una ficción en la que mi propia conciencia, mis recuerdos fragmentados, las vivencias que aún perduran participarán en yunta con mi imaginación para armar éste, por ahora, proyecto literario.
Ayer, lunes 20 de abril, realicé un resumen del libro de Genoveva de Brabante, eliminando lo superfluo, lo repetitivo para dejar desnuda la historia que será utilizada para una versión contada en “dialecto” mendocino. Tengo que resolver quién será el cuentacuentos, posiblemente doña Rosa Gauna.
Hoy, martes 21 de abril, voy a iniciar la confección de las fichas, una especie de prontuario individual, según lo ideado al inicio. Este será el último trabajo de la etapa preparatoria. Después ya no tendré mayores excusas para demorar el inicio de la escritura. Confieso que tengo, como siempre, el temor de empezar, como si no supiera qué demonios hacer. Hoy he escuchado, más nítido que nunca, el llamado de mis personajes. Le he reservado un lugar, una identidad y un destino a cada uno en el breve plazo que ellos me están concediendo.
Estoy extrañamente emocionado y expectante ante la obra que pretendo realizar pero, por otro lado, no siento ninguna preocupación en cuanto a mis futuros lectores y críticos, todavía. Nadie, sin excepción, salvo Margarita que debe estar sospechando, sabe que estoy trabajando en el diseño de una novela. Estoy atento a las infidencias que yo mismo puedo proyectar. El silencio será mi protección; el desinterés, mi libertad intelectual. Voy a escribir para mí mismo y solo cuando el libro tenga, por lo menos, la segunda corrección, lo pondré o, más bien, lo expondré al juicio de algunos amigos.
Sé que debo empezar por aquellos temas y personajes que yo pueda identificar con mayor nitidez: hacer el primer movimiento y lo demás se irá añadiendo. El orden de aparición será, en principio, la secuencia argumental. Sin embargo, posteriores correcciones y cambios definirán la estructura definitiva.
Al término de hoy confeccioné un listado y las fichas con el nombre y la edad de cada personaje, del más viejo al más joven. Son en total 85, 49 varones y 36 mujeres. La mayoría masculina surge debido a que hay varios personajes ambulantes: diariero, heladero, achurero, vendedor de loterías, así como algunos propietarios de negocios que viven en la periferia de EL LUGAR. Creo que el balance es ajustado y hay ancianos, gente madura, jóvenes, adolescentes y niños. Viudos, casados, solteros, prostitutas, lesbianas, supersticioso y el infaltable pajero. Una interesante variedad. Me estoy entusiasmando.
MAYO DE 1992
Tenía todo preparado para empezar a escribir pero algunos tropiezos ajenos a mi voluntad hicieron que postergara la iniciativa. No ha sucedido nada interesante para destacar salvo mi inquietud, la sensación de que el tiempo va pasando y todo es puro preparativo.
22 DE JUNIO DE 1992
Estoy pasando unos días en casa de Margarita, en la finca de sus padres en la calle Espejo. Aquí era en donde yo tenía pensado que comenzaría a escribir los primeros capítulos pero no fue posible como anoté antes. Durante mayo lo único que hice fue sentir cómo mis personajes me rogaban que fuera a su encuentro, queriendo tomar vida, salir de esa cúpula geodésica en la que permanecen encerrados para abrirse camino por las vías de mi imaginación, tomar parte en este texto, vivir después en la memoria de los lectores, quedarse con ellos.
Nunca había sentido tal acoso. Ojalá que lo que estoy por realizar sea tan genuino como mis intuiciones.
Hoy, a las 8,30 comencé a escribir y lo he seguido haciendo durante horas. Tengo ya los manuscritos de tres capítulos (digo manuscritos aunque los hago a máquina); dos pertenecen a la leyenda de Genoveva de Brabante y el restante a historias contadas por doña Rosa Gauna en la Noche de San Juan. En estos tres capítulos la viejita es el personaje narrador. En total escribí dieciséis páginas tamaño oficio. Debo procurar mantener el ritmo de trabajo de hoy o, por lo menos, la mitad. Si escribo diez páginas por día necesito 20 días para hacer un libro que tenga no menos de 200 páginas
Dispongo de temas y personajes suficientes para cansarme de escribir pero no debo perder el hilo conductor y seguir el plan de trabajo con espontaneidad, pero con mucha disciplina.
Creo que he elaborado lo suficiente en la etapa inicial. Ahora las restantes historias deben fluir armoniosamente, debo sentir la vida de cada uno de los personajes como si se tratara de un ser vivo, un amigo íntimo, un hijo de la imaginación, cualquiera sea su naturaleza. Al fin soy el padre, el inventor de estas vidas.
Estas apostillas, si bien no son muy prolijas, me sirven como referentes, como contenedores y guía para lo que estoy elaborando, para no salirme del cauce. Después vendrá la etapa de pulir y perfeccionar pero ahora me urge echar las redes y aprisionar la materia prima de la obra. La etapa final será la más difícil, la de encontrar, descubrir, armonizar, unir, mejorar, cortar, emparchar, ecualizar hasta poner el formidable punto a la última frase.
23 DE JUNIO
Durante la mañana desarrollé el encuentro entre Rita Zamora y Juan Sánchez. Creo que el borrador es estupendo. He retratado el momento del amor iniciático, de las confesiones y secretos compartidos. Páginas como éstas serán el condimento de la comida, los sabores del texto que podrán compensar páginas menos sabrosas. Aún falta mucho, un largo trecho, pero me alienta el encuentro visceral con mis personajes; seré cada uno de ellos, ya lo dije.
24 DE JUNIO
Cuando me tiembla la imaginación me queda el recurso de saber que después de estos borradores vendrán los entretenidos momentos de corregir. Hoy he completado dos capítulos: el sueño que Fausto Palacios le cuenta a Evangelina Santini y las memorias de Hugo Alaniz. Sigo manteniendo el tono del proyecto, que no decae y si, por momentos, siento que eso está sucediendo, sigo y alcanzo otros donde aparece un mayor esplendor. Estoy impaciente porque al tener el privilegio de escribir me transformo en mi obligado primer lector. Cómo me gustaría estar ya mismo leyendo lo que falta. También es de hoy el capítulo donde Feliciano Guzmán aprende el arte de curar con palabras.
25 DE JUNIO
El monólogo de Miguel Ángel Toledo, al principio me pareció poco convincente pero después sentí que el asunto se encaminaba, y el final con ese joven Cristo tipo Jesús de Montreal que aparece cortando un trozo de pan en el galpón, me pareció conmovedor.
VIERNES 26 DE JUNIO
La clase de la maestra Rosario sobre leyendas del Zorro y otros personajes. Con algunos arreglos mejorará. Hoy fui hasta Maipú dándole vueltas, mientras conducía el auto, a dos nuevos capítulos: la visita de Salvador Santini a sus padres y las memorias del nono italiano don Salvatore. También creo que voy a intercalar algo de la picaresca, historias de santos contadas por el chistoso del lugar. Voy a averiguar quién es.
SÁBADO 26 DE JUNIO
Voy encontrando fragmentos de la vida de mis personajes. En la historia del Torito Cuyano se menciona el encuentro de éste con Pascualito Pérez. Tres días después de escribir ese capítulo, es decir hoy, fui a visitar a varias personas que me habían llamado en el transcurso de una audición en Radio Nacional en la que me entrevistaron. Una de ellas era mi excondiscípula de cuarto grado Natalia Minitello y ahí, en medio de la alegría de volver a verla cuarenta y cinco años después, me entero que su esposo es nada menos que el hermano menor de Pascual Pérez y que la casa en que ahora ellos viven había sido la del excampeón de boxeo peso pluma del mundo, la que está en Jorge A. Calle 607, en la sexta sección de la ciudad de Mendoza. Estaban allí, en una vitrina en el comedor, copas y cinturones que lo certificaban. Supe más de la historia personal del grande y pequeño boxeador y tuve nuevamente la certeza de que estaba encontrando a los fantasmas invocados por Juan Sánchez, vestigios en la memoria del polvo.
9 DE JULIO
Estoy de regreso en mi departamento en Córdoba. Los primeros días de este mes van resultando bastante fructíferos. Hasta hoy hice nueve capítulos y pese a las ganas de salir a pasear también escribiré porque tengo un loco deseo de hacerlo. No debo demorarme en atrapar a cada personaje y vincularlo con los otros, hacerles recordar sus antiguos vínculos, despertarlos del sueño del polvo. De este pensamiento me surge, ahora mismo, la nueva idea para el título: LA MEMORIA DEL POLVO. Trabajo casi con desesperación, tengo tema para los próximos veinte capítulos; lo hago con una especial energía tanto que me he apartado de la lectura, de la televisión, del cine, de los diarios de los cuales apenas leo los titulares.
TÉCNICA PARA UTILIZAR AL FINALIZAR LOS MANUSCRITOS: distribuir en cada capítulo comidas, remedios caseros, plantas, flores, árboles, animales, colores del paisaje, el clima, etc., para que el efecto plástico resulte armonioso y coherente.
14 DE JULIO
Hasta ayer he terminado 25 capítulos y he detectado cuatro planos narrativos:
a) Juan Sánchez, mi alter ego.
b) Los personajes.
c) El autor.
d) Un narrador omnisciente. (Parece que no está, pero está).
El ritmo no decae ni tampoco el nivel o tono que he impuesto desde el comienzo. Mi técnica de utilizar la “semilla germinal”, es decir el título previo con el resumen anticipado, da excelentes resultados. Todavía me faltan 23 capítulos y alguno que se me ocurrirá según el entrecruzamiento de las historias. Algunas ideas van siendo desechadas y otras quedarán para el capítulo donde sugiero situaciones no desarrolladas sino apenas insinuadas.
Respecto del tamaño del texto definitivo lo iré sopesando. Es una sensación como la de conducir el automóvil: uno se va acostumbrando a sentir el tamaño y los límites del mismo. Mi vehículo es la suma de palabras y me detendré apenas haya experimentado que lo esencial ha sido contado.
JUEVES 16 DE JULIO
Ayer terminé dos capítulos y al intentar el tercero, en el cual Salomé Bazán dialoga con el achurero, me sentí por primera vez agotado, como si la fuerza de las ideas hubiera decaído. Estaba desganado y el trabajo se demoraba. Sentía que esos personajes no eran importantes, que no debían ocupar un protagonismo porque los otros no los iban a aceptar. Esa fue la idea clara que tuve al acostarme y quedarme dormido con el descubrimiento de que ese fragmento iba a ser parte de otro capítulo, cuando el autor entiende que los lectores no deben ser meros convidados de piedra en el banquete de la literatura.
Hoy por la tarde fui al departamento de Maximiliano Mariotti quien me proporcionó datos sobre la guerra del 14. A su vez, a la noche Margarita me anticipó por teléfono desde Buenos Aires que ya tenía las recetas para el carneo y que solamente faltaba la de la butifarra que serán insertadas en el capítulo en que la abuela Encarnación explica a sus nietas o a otra persona, ya lo veré, cómo se preparan.
En el capítulo donde el vendedor de loterías explica a Abelardo Sánchez los secretos de la numerología me servirá para meditar sobre la estructura matemática de mi novela. Laura Toay me ha prestado, precisamente ayer, un libro titulado “El poder oculto de los números”. Lo estudiaré bien y sacaré apuntes para inventar o recrear ciertos prodigios numéricos que utiliza el Tano Di Marco.
DOMINGO 16 DE JULIO
Hoy, cuando justamente empezaba a desarrollar el capítulo donde Carolina Alcaraz cuenta su vida en Lavalle, leo en el suplemento del diario La Voz del Interior, un artículo sobre las Lagunas de Guanacache, tipos, costumbres, etc., que me sirvió para completar los apuntes tomados de HERENCIA VIVA.
El capítulo que hoy terminé es el Nº 33, me faltarían solo 7. No debo cantar victoria hasta que no haya completado el boceto general, quiero decir el borrador. Por momentos titubeo, pero enseguida, dejando fluir la escritura y escuchando, sintiendo la presencia de cada personaje, prosigo el trabajo con la certeza de que lo que pongo en boca de uno jamás podría estar en la boca de otro. Ni yo mismo, a esta altura, podría modificar lo que cada uno quiere decir o callar.
MIÉRCOLES 22 DE JULIO
Estoy nuevamente en Mendoza. Sobre el escritorio, en el departamento de Margarita, encontré las recetas para hacer chorizos y morcillas según las costumbres de nuestros antepasados. Ayer estuve en casa de Negrita Olaiz, ella se ha tomado la tarea de encontrar a alguien que pueda darme la receta de la butifarra. Yo tenía el modo de preparar el lomo en grasa que me había enseñado doña Fuensanta, mi mamá hace algunos años, así que el capítulo donde la abuela Encarnación transfiere sus secretos del carneo, ya está.
Anoche, Velia Fontán me prestó un libro sobre “Historia de Malargüe” del historiador Juan Isidro Maza. En este momento, las 14,30 horas, estoy esperando que me alcance el de “Toponimias Mendocinas” del mismo autor. Ambos libros me serán de gran utilidad para poner un toque impresionista en el capítulo donde Narciso Gauna discute con un grupo de indios ancianos que vienen viajando desde Malargüe, a matar españoles.
Sigo progresando y tengo callos en el culo de tantas horas de estar sentado. Desde el pasado 22 de junio he escrito en cientos de horas varios miles de palabras. He batido mi propio record; jamás antes había producido tanto en tan corto tiempo. No lo puedo creer.
JUEVES 23 DE JULIO
A las 12,35 he completado los manuscritos de los cuarenta capítulos y estoy, lógicamente, muy feliz y cansado de tanto estar sentado tratando de apresar en una red todo lo que he podido de lo mucho que me han estado ofreciendo mis personajes.
Ahora vendrá la segunda etapa que consiste en corregir, limpiar, pulir, aromatizar y todo el quilombo hasta que el libro esté terminado. En esto momento no tengo mucho para agregar, excepto que he probado mi voluntad y hecho gala de mi obstinación hasta el agotamiento.
JULIO, VIERNES 24.
Anoche pude finalmente tener el libro sobre topónimos mendocinos que Velia tuvo la gentileza de conseguirme. Me resultará de completa utilidad para terminar detalles del capítulo sobre la visita de los indios pehuenches a Chadin-Co.
Como corolario del esfuerzo tuve un premio mayúsculo, inesperado, algo que podría justificar cualquier esfuerzo literario. En el capítulo que acabo de comentar incluyo un personaje, una india que supo vivir en Colonia Jara, a quien había nombrado como Bernarda Sayagua, tomándola como personaje de mi novela. Al volver a leer el libro sobre la historia de Malargüe, en la sección donde el autor cuenta el destino de los indios tomados prisioneros por el General Ortega, y arreados como animales desde el sur hasta Rodeo del Medio, me entero de que entre aquellos centenares de víctimas estaba el cacique Culipí quien tuvo dos esposas y once hijos. En ese instante comenzó mi más grande emoción, la que provocó que no pudiera contener mis lágrimas. De esos once hijos de Andrés Culipí, la mayor se llamaba Tomasa, y en la larga lista de sus hermanos uno se llamó Juan y otro Valentín, que son mis nombres. Yo también soy el mayor de once hermanos pero lo más increíble es que el personaje de mi historia fue en la vida real nada menos que Doña Tomasa, una curandera india que supo vivir por Colonia Jara, la misma Doña Tomasa a quien mi papá fue a buscar en un sulky aquella fría mañana del 27 de julio de 1932 para que atendiera la llegada al mundo del primer hijo de mi madre Fuensanta, o sea yo mismo. Aquella anciana india, Tomasa Culipí, fue la primera persona en este mundo que me tocó con sus manos, la primera que me dio un chirlo en el poto, la que me lavó y puso los primeros pañales, la que cortó mi cordón umbilical para que pudiera pasar y quedarme a este lado de la Realidad donde todavía permanezco, recordándola. Doña Tomasa, supe por el libro de don Juan Isidro Maza, murió muy anciana en un hospital de Mendoza en 1943, pero yo haré que no muera definitivamente pues le he pedido que se quede conmigo, en LA MEMORIA DEL POLVO.
MISMO DÍA 24 DE JULIO
Ahora que he puesto firmemente la red y envuelto una parte de mis sueños, entiendo que hay un tiempo para cada cosa y que el libro no pudo ser escrito antes por alguna razón que se me escapa, salvo la idea de la predestinación del texto.
Todavía siento la impresión de cuando olí por primera vez aquella bolsita con flores secas y semillas de Mendoza que me obsequiara Margarita Sgobba. Debió ser ese el primer mensaje en clave que me enviaban mis personajes, transformado después de algunos años en el intenso deseo que me impulsó a escribir durante 31 días seguidos varios cientos de páginas.
Repasando las historias escritas, hoy he sentido un amor intenso por todos y cada uno de los personajes que han ido emergiendo del polvo de mi memoria: puedo verlos, escucharlos, tocarlos, distinguirlos entre miles. Ahora que, como la india Tomasa, los he sacado del vientre de la madre de la imaginación, los lavaré y envolveré en nuevos ropajes con la necesaria prolijidad y paciencia para que vuelvan a vivir más con sus deseos que con los míos.
Nunca hasta ahora había sentido esta dichosa extenuación, esa exigencia apabullante de los impulsores de la vida interior. Cuán inagotable se nos revela la imaginación cuando superamos el temor y abrimos de par en par las compuertas de la creatividad. Sobreviene una inundación que nada podría detener, un frenesí, la certeza de que permaneciendo inmóvil junto al punto indivisible de mí mismo los hemisferios del cerebro dejan de luchar entre ellos para trabajar en unión con los otros centros de poder: emociones, sensaciones, proporciones, escalas y niveles, límites transgredibles y límites insoportables. Conservo la sensualidad que prosigue al orgasmo de un acoplamiento perfecto, pero también la extraña sensación de abandono y vacío que le sigue.
JUAN COLETTI
MENDOZA, 24 de Julio de 1992.
Hermoso diario de creación.
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