ORAR Y MEDITAR EN EL SIGLO XXI

        

Orar y meditar suenan como dos palabras extrañas  en la cultura predominante en esta primera década de siglo XXI. Bastaría realizar una encuesta para descubrir que son pocos  los que se han detenido  un momento a pensar sobre los diversos porqué es necesario no marginar técnicas que se relacionan con la autorrealización del individuo y cuyo origen es tan antiguo como nuestra civilización.
Orar, rezar, meditar, visualizar, reflexionar, ¿son acaso ejercicios necesarios en estos acelerados tiempos en los que podemos comunicarnos a distancia en cuestión de segundos y transmitir y recibir  noticias, escritos, imágenes a discreción?  ¿Qué influencia puedo recibir y cómo puedo yo influir en otros con esas prácticas que para muchos suenan como pasatiempos de la posmodernidad? 
Hace 1.000 años, el persa Alí al-Huseyn (980-1037) médico, filósofo y sabio conocido posteriormente como Avicena, había anunciado que: “La imaginación de un hombre puede actuar no sólo sobre su propio cuerpo, sino sobre otros cuerpos distantes”. Desde entonces debieron pasar varios siglos de negaciones, cazas  y quemas de brujas y de científicos, desdén intelectual, ingenuos materialismos y otras pestes hasta que  hombres de la religión y la mística continuaran fomentando y fundamentando esas prácticas que como bien dijo el Mahatma Gandhi, “La oración no  es una distracción ociosa destinada a las ancianas. Bien entendida y aplicada, es el más poderoso instrumento de la acción”. Quienes conocemos la vida de este gran líder sabemos qué tremenda y revolucionaria fue su capacidad de orar y meditar, suficientes para poner de rodillas nada menos que al imperio más poderoso de entonces.
Otro que no derribó imperios pero que fue capaz de crear uno de carácter  religioso con el cual conquistó una gran parte del mundo de su época  fue el español Ignacio de Loyola (1491-1556) creador de la  Compañía de Jesús, los famosos  jesuitas, autor  de las enseñanzas  que fueron  fundamentales en la  Regla de la Orden, LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES que han sobrevivido casi intactos hasta hoy. Ignacio de Loyola escribió a propósito: (transcribimos el texto en el español antiguo en que fue escrito hace 500 años): La primera annotación es, que por este nombre, exercicios spirituales, se entiende todo modo de examinar la consciencia, de meditar, de contemplar, de orar vocal y mental, y de otras spirituales operaciones (…) porque así como el pasear, caminar, correr, son exercicios corporales y, después de quitados, para buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida para la salud del alma, se llaman exercisios spirituales. 
Si pretendemos seguir rastreando el origen del orar y el meditar podemos remontarnos aún  más lejos en el tiempo, 2.500 años atrás, para escuchar una de las enseñanzas del gran Buda Gautama, quien nos  dice: Todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado. Si un hombre habla o actúa con un pensamiento maligno, el dolor lo persigue. Si un hombre habla o actúa con un pensamiento puro, la felicidad lo persigue, como una sombra que nunca lo deja. 
Es cierto también que mucha gente reza en su casa, en los templos de las diversas religiones y sectas. Es cierto que se practica la plegaria  especialmente para pedir por la propia salud y bienestar y por la de los seres queridos, se pide por ser mejor y barrer las miserias y taras que a diario nos descompensan, se clama por no morir, por encontrar las puertas de la supervivencia, sobrevivir a la muerte del cuerpo, reencarnar, volver a  nacer, morir para encontrarse con los seres amados que se fueron antes. La lista  de los propósitos y reclamos del acto de orar llenaría enciclopedias. 
Si embargo, a  pesar de las buenas intenciones, el mundo permanece inmutable y la sociedad prosigue corroída por los mismos vicios,  supersticiones y maldades que signan las noticias de cada día. ¿Entonces para qué orar? ¿Acaso el orar produce efectos beneficiosos? ¿O los intentos fracasan porque  no sabemos hacerlos correctamente?
A mediados del siglo pasado, un gran maestro de la meditación, Maharishi Mahesh Yogi, llevó a Estados Unidos sus ejercicios espirituales en un libro del que se vendieron millones de copias, “La Meditación Trascendental”.  Sabemos  por los relatos de quienes lo intentaron antes, que los anglosajones son propensos naturales a la vida religiosa pero poco afectos a la vida monacal, a las prácticas místicas tal como lo comprobó Thomas Merton cuando ofreció su abadía a quienes quisieran profesar la condición de monjes contemplativos. 
Sin embargo, millones de norteamericanos, activados por su natural pragmatismo, adhirieron rápidamente a  la práctica de la meditación trascendental. Corporaciones civiles y empresariales, ámbitos académicos y militares descubrieron el poder de la plegaria. ¿Acaso habían descubierto el camino ascendente al Nirvana Búdico? No. Lo que encontraron fue una fuente de poder de realización: salud física y mental, coordinación, creatividad, paz interior, armonía conyugal; el camino al éxito, a la ganancia de dinero, a la abundancia de bienes, de prosperidad. ¿Es lo que pretendió el Maharishi? Sin dudas que algunos deben haber intentado llegar a la cumbre de la montaña aunque el propósito de bienestar del burgués obligó a que nada trascendental sucediera pues ni la muerte, ni el cáncer, ni la locura, ni los vaivenes de las guerras y de la macroeconomía pueden ser controlados aunque millones estén orando. Entonces, ¿qué? 
Maestros de la dimensión de Ramakrisna, de Ramana Maharishi murieron de cáncer. Swami Vivekananda falleció a los 39 años doblegado por una fulminante apoplejía (según el dictamen de los médicos)  después de una sesión de oración y meditación aunque sus discípulos aseguraron que el gran místico había experimentado el  mahasamadhi, un estado de superconsciencia, la unión definitiva con Dios. Teresita de Liseux, enferma de tuberculosis,    dejó su sello sobrenatural a los 24 años en el convento del Carmelo en  el  que permanecía recluida en continua oración y acosada por su implacable Madre Superiora. Simples ejemplos que son simples lecciones a propósito de lo que decidimos pedir a la Vida, a Dios, al centro del misterio, a lo desconocido. Tal vez  orar y meditar no cure enfermedades ni nos haga ricos ni famosos pero en el término de nuestra vida, no importa cuánto dure,  sí es posible que hagamos una conexión, que podamos abrir ciertas puertas que tienen acceso al Tao de la auténtica y única búsqueda justificable: el camino directo del que nos habla la Simbología Arcaica, el Sendero que nos conduce desde el Abismo a la Unión Substancial.
A comienzos del siglo pasado, un joven médico francés, Alexis Carrell,  acompañó a miles de peregrinos hasta el santuario de Lourdes en donde pudo certificar curaciones increíbles, sobrenaturales,  podríamos decir, que le valieron la expulsión del colegio médico de Francia. Instalado  en EE.UU. trabajó en el campo de la fisiología por la cual obtuvo el Premio Nobel. Autor de un célebre libro “La Incógnita del Hombre” que sigue reeditándose hasta hoy, fue también autor de un opúsculo titulado “El Poder de la Plegaria”. Basado en sus experiencias como científico, filósofo y meditador,  dejó una valiosa herramienta para aquellos que decidan incursionar en estas prácticas.
Carrell afirmó que el hombre ha orado y meditado en todas las épocas, tal vez impulsado por su propio desamparo: El hombre -escribió- no ha sabido organizar un mundo para sí mismo y es un extraño en el mundo que él mismo ha creado.  Extrañeza que cada nueva generación experimenta en cuanto la cultura predominante es incapaz de transferir los verdaderos logros que evidentemente no son colectivos, sino individuales.
Dice también: En el curso de nuestra historia, orar ha sido una necesidad tan elemental como la de trabajar, conquistar, construir o amar. En realidad el impulso de lo sagrado parece ser un impulso venido de lo más profundo de nuestra naturaleza, una actividad fundamental. 
En otro párrafo nos encontramos con la definición de la poderosa energía que liberan los ejercicios de la oración y de la meditación al que no siempre sabemos canalizar correctamente: La oración  - afirma - es la más poderosa fuente de energía que cabe esperar. Es una fuerza tan real como la gravedad terrestre. En la oración, los seres humanos tratan de aumentar su energía finita dirigiéndose a la fuente infinita de toda energía. Cuando rezamos, nos ligamos con el inagotable poder motivador que hace girar el Universo. 
Aquí viene otro interrogante: ¿Qué hacer con la energía que liberamos mediante el ejercicio de la plegaria? ¿Es para adicionar como se adicionan los billetes en el banco o para expandir nuestros estados de conciencia más allá del ego, en la búsqueda irrevocable de lo trascendental?
Para persuadir sobre la conveniencia, la necesidad o la oportunidad de orar y meditar, especialmente entre los jóvenes, parece que hoy no es suficiente presentar los antiguos argumentos sino que debemos  buscar el testimonio de  aquellos científicos que están trabajando en el campo de la psiquiatría y de la fisiología, específicamente. Ellos nos permiten echar algo de luz sobre cómo los ejercicios espirituales actúan sobre nuestro organismo. 
El Dr. Arthur Deiknman, psiquiatra, define a la meditación como un proceso de desautomatización de la conducta, es decir que su ejercicio sistematizado hace posible el desmontaje de la estructura mental ordinaria para dar lugar a inesperados estados de conciencia. 
Observamos que dice: “ejercicio sistematizado”, es decir que la práctica debe ser continuada, ordenada de tal modo que haga posible trascender la forma ordinaria de pensar sobre el mundo, la sociedad  y principalmente  sobre uno mismo.
Decíamos al principio: orar, meditar, visualizar. Cuando una persona –afirman los científicos-  traduce  imágenes en el acto de meditar,  se produce un elevado nivel de concentración mental. Este ejercicio absorbe totalmente la atención de la persona y la sustrae de los problemas y preocupaciones del mundo exterior.
De este modo, el practicante es virtualmente transportado a “otro mundo”, a otra dimensión de la conciencia, a un estado mental y emocional más puro. El efecto fisiológico que se logra es el siguiente: las imágenes activadas en el hemisferio derecho del  cerebro  activan el hipotálamo. A su vez el hipotálamo activa el sistema autónomo cuyo resultado es el despertar, el darse cuenta, que impacta sobre todo el organismo.
El sistema nervioso autónomo es un sistema curativo que equilibra y mantiene el flujo sanguíneo, el pulso cardíaco, el ritmo de la respiración y el nivel hormonal indispensable para un correcto funcionamiento del cuerpo, la mente, las emociones  y la sensibilidad.
La medicina psicosomática nos ha enseñado que nuestro ser total es continuamente influenciado por los pensamientos y  emociones que vamos generando a cada instante. Como dijo Avicena influimos y somos influidos por otros seres, por otros mundos, por la Totalidad. 
Tich Nhat Hanh, el monje budista vietnamita de quien acaba de publicarse, justamente, un libro titulado “El Poder de la Plegaria”, nos invita a realizar esta breve meditación:
La mayoría de las personas se ven a sí mismas como olas, olvidando también que son agua. Habituados a vivir en el marco de nacimiento-muerte, todo lo olvidan acerca de aquello que no tiene nacimiento ni muerte. Como la ola vive la vida del agua, nosotros vivimos la Vida que no nace ni muere. Lo único que necesitamos saber es que vivimos esa vida.
Orar y meditar permanecen siempre unidos en el método, y aunque la mayoría sí sabe rezar  no conoce los ejercicios de la meditación. El místico italiano Santiago Bovisio (1904-1962) nos propone una secuencia de meditaciones que parte del lo que él denomina meditación operativa: el trabajo manual del obrero, el campesino, el alma de casa, el que cuida su jardín, el mecánico, etc.; la meditación discursiva, breve y espontánea; la meditación afectiva que moviliza  y reactiva nuestro universo emocional; la meditación sensitiva que ordena y asea nuestro universo sensible, y otras que están al alcance solo de los que son  iniciados por un experto  maestro. 
Esta es  una breve introducción  al fascinante tema de por qué orar y meditar, ahora, en los inicios del siglo XXI, datos que obviamente pueden ser ampliados y discutidos. Son simples pinceladas, sugerencias para aquellos que reciban el toque y sientan el  impulso de aprender un poco más . 
No es necesario creer, tener fe, pertenecer a una religión, ser agnóstico o un escéptico descreído. Orar y meditar son actos privados, íntimos y siempre trascendentes, aunque sean realizados como un juego, por simple curiosidad aunque nadie podrá  quedar a salvo de sus inevitables consecuencias.
Y así como nadie sueña el sueño de otro, podemos enseñar las técnicas y los fundamentos de la plegaria y de la meditación pero jamás entrar en el círculo íntimo de otra conciencia  si el otro no abre sus puertas de la percepción. Como dijo don Santiago Bovisio: “Nadie puede salvar por amor el mal de nadie sino su propio mal”.
 Intentar saber qué somos, quiénes somos ya es un propósito del cual se puede partir al encuentro de lo desconocido. Lo que siga a esa decisión  puede ser tan conmovedor como comprender y sentir que, como dice un aforismo de la Filosofía Perenne:  

Al cortar un manojo de hierbas el  Universo entero se estremece.

JUAN COLETTI


1 comentario:

  1. Interesantísimo, Juan. Gracias por añadirme a tus círculos. Yo también lo he hecho. Mayormente comparto poesía de todo el mundo escrita por mujeres desde mi blog http://www.poesiademujeres.com

    También comparto algún poema mío.

    Volviendo a tu artículo...

    Pienso que los seres humanos necesitamos crear conciencia global, adquirir la sabiduría de que todos estamos interconectados, no solo entre nosotros (toda la humanidad) sino con la Tierra, con las plantas, con los animales, con otros planetas, galaxias y sistemas de vida.

    Si empleamos la oración y la meditación para tener más ego no vamos muy bien. Conseguiremos emplear estas prácticas como si fueran magia práctica. En realidad necesitamos todo lo contrario. Disminuir el ego y darnos cuenta de que nuestra actual crisis no está basada en la carencia sino en la mala distribución de la abundancia.

    En fin, tu artículo es sumamente interesante. No controlamos casi nada, somos seres inmersos en el misterio de lo desconocido, pero la meditación y la oración nos acercan al pulso primigenio y nos conectan con lo inasible...

    Un abrazo
    Ana

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