EL VIAJANTE



           
El hombre conducía su moderno automóvil por la ruta 7. Eran las once de la noche: tenía hambre y bastante sueño.
        -“En el próximo pueblo –pensó- cargaré nafta y aprovecharé para comer algo liviano. Me gustaría descansar porque mañana temprano sí o sí debo estar en Córdoba”.
        Al doblar por una estrecha curva divisó una estación de YPF. Comenzó a disminuir la velocidad pero algo extraño le llamó la atención. Todos los empleados estaban muertos en sus lugares de trabajo: en las oficinas, en las playas de carga, en los talleres de mantenimiento. Una pareja joven yacía sobre uno de los autos que había estado cargando combustible.
        Espantado, siguió su camino varios metros más. En el restaurante había gente muerta por todos lados. Bajó del auto con el rostro congestionado por el horror. Comensales tirados sobre los platos de comida, mozos junto a las bandejas desparramadas, el encargado de la caja y seguramente todos los que habían estado trabajando en la cocina con seguridad que habrían sufrido el mismo destino.
        -“Esto es una locura. ¿Qué ha sucedido en este lugar? –pensó antes de acelerar buscando la oficina policial que en algún lugar necesariamente debería estar.
        Pero sus visiones no se modificaron. Frente al edificio observó gente muerta dentro de los patrulleros, policías de guardia tirados en el piso, otros junto a los escritorios.
        Desesperado, el viajante decidió continuar su camino a toda velocidad. “Apenas encuentre a alguien deberé avisar lo que acabo de ver”.
        No demoró mucho en observar un patrullero que venía en sentido contrario. Le hizo repetidas señales con los faros hasta que el vehiculo policial se detuvo. Un joven oficial fue a su encuentro. Le contó en pocas palabras lo que había visto momentos antes.
        El oficial,  sorprendido, le pidió que subiera a la camioneta. En pocos minutos llegaron a la comisaría donde no aparecía cadáver alguno sino que cada cual estaba entregado a sus obligaciones. Cuadras más allá el olor a frituras y gente comiendo y bebiendo alegremente contradecía lo que el hombre había denunciado.
        En la estación de servicio varios automóviles y camiones estaban cargando nafta. La parejita que el hombre había visto desvanecida, se había marchado.
        -No entiendo –dijo el policía-. Creo, mi amigo, que usted ha estado viendo visiones.
        -Por favor –respondió el viajante-, vayamos un poco más allá, hasta la curva. Desde ahí es donde empecé a ver gente muerta.
        Al llegar al lugar, vieron un automóvil totalmente destrozado. Con su cuerpo cubierto de sangre atrapado entre el volante y el parabrisas había un cadáver.
        Cruzaron la ruta y observaron la escena. El viajante se aproximó lentamente. Reconoció a su vehículo y a quien lo había estado conduciendo. Era él, que había muerto horas antes al derrapar en la curva.






Juan Coletti

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