TARDE DE OTOÑO



        Estoy bastante triste. No tengo ganas de jugar y me quedo  mirando cómo cae, suavemente, la lluvia de otoño.
        Mamá está planchando en la cocina y  de a ratos se asoma para ver si estoy bien. Cuando ella suspende su trabajo y se aproxima, le sonrío con cariño; pero, inmediatamente, vuelvo a mi posición y continúo mirando a través de la ventana.
        ¿Adónde irá la lluvia?, me pregunto al observar los pequeños hilos de agua que se forman en el jardín y se unen a otros más grandes en la calle.
        Frente a mi casa hay una ruta que une la ciudad con las sierras. Unos tras otros pasan ómnibus y camiones, automóviles y motocicletas veloces, levantando con sus ruedas un estruendo de gotas.
        ¿Qué es lo que me pasa?  Hay algo aquí, en el pecho, como un sentimiento, un deseo de llorar sin motivo. Doy vuelta la cabeza y veo en mi habitación los libros, revistas y juguetes ordenados como quiere mamá. Pero no deseo jugar, tampoco leer  ni ver televisión. No quiero nada.
        ¿Te sentís mal?, hace un momento me preguntó mamita.
        ¡Oh, no!  Pienso para mí. Estoy bien, en serio. Solo quiero ver caer la lluvia y no pensar en “él”. Es “él” quien me tiene así.
        Al rato oigo pasos en la cocina, el ruido de tazas y cucharas, el olor del café y la leche que hierve.
        Vamos, hijita, a tomar la merienda.
        Entonces, ya no puedo resistir más. Voy al encuentro de mamá y abrazándola con todas mis fuerzas le pregunto:
        ¡Oh, mami! ¿Es verdad?
        ¿Qué te pasa, nena? ¿Qué estás diciendo?
        ¿Es verdad que tendré un hermanito?
        Sí, mi vida, eso dijo el doctor.
        ¿Y vos me querrás igual que siempre? Por favor, ¿me lo prometés?
        Mi chiquita, siempre te amaré, siempre, siempre.
        Mamá me besa y acaricia. Tomo después el café con leche, pan y manteca y vuelvo a la ventana. Ha cesado la lluvia. Allá lejos, detrás de los techos de las casas vecinas aparece un arcoiris de inmensa belleza.
        Ahora de mis ojos caen lágrimas como gotas de lluvia, pero nadie las verá, porque ya mismo me estoy secando la cara con un pañuelo.
        No deseo que piensen que ya estoy sintiendo celos por “él”.  ¿Qué se cree?



 Juan Coletti

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