EL CÁNCER DE LA INTERMEDIACIÓN


Un temible parásito canceroso recorre las economías del mundo: el intermediario. 
El flagelo, después de haber provocado, a causa de su torpeza y su afán de codicia desmesurada,  el derrumbe de sus propios  centros de poder, pretende ahora  recuperarse con la complicidad de sus insatisfechos epígonos: los socios del desastre.  
Sus partículas reproductivas se expanden por las recientes y todavía débiles huellas de la globalización desde las grandes metrópolis hasta pequeñas aldeas de lejanos países  a los que exigirá el diezmo necesario para sobrevivir mediante la implementación de la más cuantiosa estafa jamás imaginada.
Cada día escuchamos y leemos, hasta el hartazgo,  las  múltiples versiones que describen el diagnóstico que ha motivado esta Primera Crisis Mundial. El único punto en que todos estamos de acuerdo es que nadie, casi nadie, sabe cómo salir de la hecatombe. Todo se reduce a una suma de discursos, polémicas y contradicciones en las que todos  culpan a todos sin haber podido identificar al verdadero enemigo: el intermediario.  
Especialistas en finanzas, políticos, premios Nobel de economía, gobernantes de los países ricos y de los países pobres, vecinos, lectores de diarios discuten a gritos mientras el derrumbe se acentúa sin encontrar un piso. Y aunque estamos  recién al inicio de la crisis   cientos de miles de empleados y operarios (que pronto serán millones) pierden sus puestos de trabajo, inquilinos que deben abandonar sus viviendas, propietarios que no tienen a quién vender ni alquilar sus casas, fabricantes de automóviles en bancarrota  y todo el resto de las malas noticias que cada mañana nos sobresaltan.
Mientras discutimos, el perverso parásito sigue proyectándose porque su cabeza maliciosa permanece intacta. Desde Wall Street hasta el puestero que en el Mercado de Abasto paga al productor veinte centavos por el kilo  de papa y lo vende a un peso, pasando por el sistema de bancos, financieras, mayoristas, especuladores bursátiles, asesores y corruptores nadie se atreve a identificar al verdadero cáncer  del sistema capitalista: el intermediario. 
No el sentido común que no es nada sino el buen sentido nos revela al instante, con simples argumentos, que la economía mundial podrá recuperarse si antes es vigorosamente saneada mediante, ahora sí, un consenso global legislativo que comience progresivamente a barrer esa zona oscura que intermedia entre el productor y el consumidor, entre quien deposita su ganancia en un banco y quien necesita dinero para progresar. 
De poco o nada servirán  los discursos ni las filosofías políticas, y  económicas si no se hacen presentes los mejores especialistas y los más audaces políticos que se animen a extirpar de raíz al ocioso parásito cuyo cáncer se continúa expandiendo minuto a minuto.
Sin embargo,  no debemos caer  ni en la ominosa pasión de la catástrofe ni en la ingenua obstinación de  pretender que todo cambie para que nada cambie. Ha llegado la hora de meditar y decidir. Entre todos.
De lo que sí estamos seguros es que el nuevo paradigma de la economía del futuro inmediato consistirá en la eliminación del intermediario. Ésta solo es, por ahora,  una idea para discutir, polemizar, aceptar o rechazar pero que, necesariamente, deberá ser analizada  e implementada por expertos que sabrán darle  fundamentos y métodos de aplicación más los necesarios instrumentos para hacerla sostenible en el tiempo. 
La crisis global que estamos padeciendo ha identificado con absoluta claridad al poderoso enemigo de la economía mundial que aunque inmensamente poderoso es ciego, torpe, inhumano y miserable. No queda mucho tiempo. No tiene sentido la búsqueda de equilibrio (que significaría el  triunfo del parásito canceroso) sino el comienzo de una batalla definitiva, el inicio de una nueva era económica no para los mismos beneficiarios de siempre  ni para unos pocos privilegiados  sino para los miles de millones que estamos atrapados en la misma red. 

Juan  Coletti

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