UNA FIESTA DE LA MEMORIA

Por Sonia Rabinovich 

Querido Juan, querido amigo: necesito agradecerte por la posibilidad de haber disfrutado de la lectura de La Memoria del Polvo  antes de su publicación, que espero sea  muy pronto. 
 Pensaba, en los momentos que  dejaba la novela hasta volver a  retomarla, que tal vez tendría que releer  capítulos anteriores para recordar algunos personajes. Sin embargo, y aún sin recordar muchas veces el nombre, cada uno de ellos ya se había instalado en algún lugar de mi mente de donde regresaba apenas convocado. Me preguntaba porqué (y esto lo digo desde ya tratando de tomar distancia de nuestra amistad), como ya te lo adelanté en algún momento, los personajes, sus acciones y la vida en Chachingo cobraron vida propia a punto de olvidarme de que vos eras el autor de la novela. Supongo que lo mismo debés haber experimentado en el momento de la escritura porque en numerosos capítulos el autor está completamente oculto y es el personaje, su lenguaje, sus pensamientos más profundos los que nos enredan como lectores en una confidencia donde nadie más es cómplice.
Supongo que ésta fue la intención de los monólogos: hacer que el lector transite por el espíritu de los personajes que el autor sabiamente deviene transparentes. Esto nos sucede por ese consenso literario donde se supone que debemos penetrar en el alma de los actantes y nuestra fantasía y la del autor así lo concede porque, en realidad, en la “vida real” ¿quién alguna vez no deseó penetrar en los pensamientos del otro? Y resultaba en realidad tan absurdo pretender conocer el alma ajena cuando a duras penas logramos asomar tímidamente a la propia.
Creo, de veras (y pienso que en esto coincidimos), que estos textos de La Memoria del Polvo, son los mejores que has escrito, lo digo como lectora y desde mi humilde gusto y opinión, no por esto descarto de alguna manera tus libros anteriores (hablamos de literatura para adultos). Simplemente siento que en esta obra te sucedió lo que alguna vez me gustaría me sucediera como escritora: pudiste despojarte de vos mismo, de tu exquisito lenguaje, de tu regusto por el discurso poético pudiste ser canal por donde fluyeron divinamente cada uno de los seres que aquel niño conservaba en la memoria y al que este hombre ya maduro en las letras ayudó con conocimiento de almas de seres y de mundo a plasmar sobre el papel. 
Creaste un mundo. Pintaste tu aldea como decía Tolstoi, y no sé si en realidad corresponde o no a lo que fue, si pudiéramos remontarnos a aquel pueblito de Mendoza en aquellos años. La única seguridad es que Juancito, o Juan Sánchez, como más te guste, nos hizo “ingresar únicamente con amor a la dimensión del tiempo perdido para rescatar con la magia de la palabra la memoria que vence a la muerte”.
Juan Sánchez lo confiesa en la primera página del libro: “He sido acosado por las imágenes de este paisaje que apenas ha cambiado y por voces, como murmullos del agua de la acequia, provocándome a emprender la aventura de la reconciliación con los fantasmas del tiempo perdido”. En esta confesión se descubre claramente el motivo de la escritura y el lenguaje del autor manifiesta en clara oposición al del resto de los personajes que se expresan con sencillez y utilizando los localismos propios y aunque pertenecen todos al mismo pueblo no existe en  la novela un lenguaje generalizado o bien abarcativo de una mayoría. Es por eso que sostengo que los mismos cobran vida por sobre los designios del autor y se le imponen con una presencia y un discurso propios.
Los temas de tu novela son todos o casi todos. Al internarnos en la vida de los habitantes de un pueblo estábamos internándonos en la vida misma, pero es en la resolución de esta temática y en ese permiso que otorga el monólogo a que cada cual haga propia defensa de sus actos o manifieste sus zonas más oscuras otorgándole otra luz a los ojos del lector, que aquello que pudiera visualizar por el discurso de los demás personajes; lo que permite, en una lectura no ingenua, inferir la personal espiritualidad del autor, su comprometida escala de valores, desde la imposibilidad de juzgar por aquello de “quien esté libre de culpa…”. La infinita compasión y piedad por cada uno de estos seres y el sentimiento de libertad que traducen una apertura de conciencia y un estadio especial de sabiduría. En La Memoria del Polvo, se produce una gran “suelta de personajes” para la fiesta de tu memoria y de nuestra imaginación. 
                              Enero del 93.

No hay comentarios:

Publicar un comentario