Fue necesario un devastador ciclón para que la mirada del mundo se posara en un perdido rincón de Asia, la antigua Birmania, y para que también nosotros, por una sencilla asociación, recordáramos una bellísima película en blanco y negro, filmada en 1956, El arpa birmana.
Es difícil que al contemplar las últimas imágenes del film no vuelvan las lágrimas a asomarse a nuestros ojos: en medio de una tormenta, en el pequeño barco que transporta hacia Japón a unos pocos sobrevivientes, el capitán abre la carta que Mizushima le ha entregado para que, por su expreso pedido, solo deba ser leída en alta mar. En esa carta memorable se revela el sentido de la historia.
Al final de la segunda gran guerra, tropas japonesas combaten en Birmania. El joven soldado Mizushima, emplea el arpa que lleva siempre consigo, a falta de instrumentos de comunicación, para enviar mensajes codificados a sus compañeros y advertirlos del peligro hasta que, finalmente, una lluvia de bombas y metralla destruye toda resistencia. Pocas semanas después, llega la rendición y el fin de la guerra.
En las junglas de Birmania, el soldado encuentra por todos lados miles de cadáveres insepultos a los que comienza a enterrar empleando solo sus manos. Descubre que en esa tarea está su destino final junto al maestro que lo inicia en el budismo mientras un extraño pájaro pareciera simbolizar el espíritu inquieto de los muertos.
Mizushima renuncia a la libertad, al ansiado regreso a la patria lejana y al hogar. Su propósito es permanecer y sepultar a los muertos y penetrar así en el misterio de su destino espiritual. Lo va diciendo en la carta que el oficial está leyendo a sus soldados.
En aquellos tiempos, grupos de combatientes por la liberación de Birmania luchan contra el Imperio Británico para forzar la liberación de su país. Entre ellos está U Nu que fue primer ministro y luego presidente de su país, en 1960, mediante elecciones libres y democráticas. También está U Thant, su amigo y persona de confianza que pronto sería el tercer Secretario General de las Naciones Unidas, hombre de gran cultura y destacado propiciador de la paz.
Recordábamos la película y también que U Nu fue derrocado por una camarilla militar en 1962 con pretextos banales e increíbles acusaciones que registraron los medios de la época. Ese mismo año U Thant asumió su cargo en las Naciones Unidas hasta 1971, unos pocos años antes de morir.
Después supimos que Birmania se llama Myanmar, que es el principal productor de arroz del mundo y que los mismos generales ya ancianos o sus ridículos clones, siguen gobernando el país ahora asolado por la muerte, el hambre, las enfermedades epidémicas.
¿Cuántos saben quién es la señora Aung San Suu Kyi? Pues ella, hija de uno de los líderes de la independencia, es nada menos que la Premio Nóbel de la Paz 1991, con arresto domiciliario y prohibición de salir del país después de que la oposición ganara las elecciones en 1990, comicios que fueran desconocidos por la camarilla militar la cual, en lugar de entregar el poder arrestó a miles de ciudadanos, muchos de los cuales aún permanecen en la cárcel. ¿Quiénes reclaman o han reclamado firmemente la libertad de esta notable mujer?
La antigua Birmania, convertida en una inmensa prisión, vive en estos días los horrores por todos conocidos. Docenas de miles de muertos y desaparecidos que podrían haber sobrevivido si el gobierno militar hubiera permitido el ingreso de socorristas y técnicos en los momentos cruciales.
Miles de hambrientos ciudadanos podrían haberse salvado si los generales hubieran autorizado el ingreso de ayuda alimentaria. No lo hicieron a tiempo y cuando finalmente llegaron los aviones con sus bodegas repletas de ayuda, no tuvieron mejor idea que cambiar los rótulos de los donantes y sustituirlos por las graciosas fotografías de las autoridades militares, para que los sobrevivientes creyeran que eran ellos quienes estaban auxiliándolos.
¿Qué hace mientras tanto la comunidad de naciones no sólo en este caso sino en otros tantos en África, en América, en Asia? Actúan como esos vecinos que escuchan al lado de su casa los llantos y los gritos de niños y mujeres humillados por el golpeador de turno. “No es mi problema”, dicen, “no hay que meterse”, “que se las arreglen como puedan”. Alguien dijo que la muerte de un hombre es una tragedia pero que la muerte de miles es pura estadística. Nos impresionan las cenizas del Volcán Chaitén pero pocos se conmueven por la tragedia en la nación asiática. Así funciona la solidaridad humana.
En las ciudades y en los campos de la antigua Birmania hay, en estos momentos, miles de cuerpos insepultos cubiertos de barro como en la jungla de la hermosa película japonesa. Pero ahora no está Mizushima con su capacidad de amor y sacrificio y sus sólidas manos. En lugar de él está una corte de generales autistas y soberbios que durante 46 años no hicieron otra cosa que abastecerse a sí mismos. Total, deben pensar, mientras China siga siendo nuestro principal comprador de arroz, nadie podrá molestarnos.
Tal vez sea así, tal vez no. Nos parece escuchar los sonidos del arpa birmana que a modo de clave, está dando señales que esperan ser oídas e interpretadas.
¿Por quién?
JUAN COLETTI
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